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Iñaki Anasagasti

Fuimos los únicos en mantener un gobierno en el exilio

Fuimos los únicos en mantener un gobierno en el exilio

lunes 25 de junio de 2007, 07:55h
Me encontraba un día, allá por los años setenta, en el hall de la Delegación en París del Gobierno Vasco. Estando hablando con el secretario del Lehendakari Leizaola, José M. Azpiazu, entró un señor rechoncho, calvo y con una gabardina de color indefinido. Nos saludó y pasó al despacho del Lehendakari. Al volver de acompañarle, Azpiazu, me dijo: “Es el presidente de la República española en el exilio, José Maldonado”. Me quedé un poco confuso mientras recordaba a Azaña, Martínez Barrio, Jiménez de Asua, Niceto Alcalá Zamora, y Sánchez Albornoz.

Aquel gobierno fantasma languidecía sin ayuda de nadie y olvidado por todos y de ahí que, tras las elecciones de junio de 1977, aquellos buenos y dignos viejetes quisieran volver a casa y lo hicieron, sin pena ni gloria, después de haber mantenido el nombre de la institución y abierta la legación, en México y en Yugoslavia, por espacio de cuarenta años y sin apenas poder pagar la luz pero con la bandera republicana descolorida en el mástil.

Otra era la situación del Gobierno de la Generalitat cuyo presidente Josep Tarradellas había acabado de un plumazo con el gobierno catalán del exilio al dimitir Josep Irla, sucesor de Companys, en los años cincuenta. Decía que aquello era un incordio y una especie de juego de sombras basado en un gobierno fantasma. El molt honorable Tarradellas era él y solo él y por eso aquellos días decidió viajar a Madrid a visitar a Suárez sin pasar por Barcelona, a pesar de que en ésta ciudad se reunía la Asamblea Parlamentaria Catalana y el rey Juan Carlos decía que apoyaba el proceso autonómico catalán.  Ante eso, el viejo zorro de la política catalana, que de vez en cuando visitaba a Leizaola y le decía que debería quedarse él solo sin gobierno alguno en el exilio, quiso hacerse presente en la política de su país y por eso se embarcó en aquel viaje rocambolesco en el que consiguió muy poco de Suárez pero si lo suficiente para vender el necesario humo que le dio combustible para estar dos años viviendo de un cierto cuento y tutelando de manera excesiva la política de los partidos democráticos recién elegidos.

Su “Ja soc aquí” desde el balcón de la Generalitat y el sentido del poder que tenía aquel hombre cazurro e intuitivo hizo que su figura le viniera bien a Suárez y al Rey para con cuatro fuegos artificiales vender la moto de que las dos Españas se reconciliaban.

Otro fue el caso vasco.

Leizaola presidía un gobierno en el exilio compuesto por el PNV, el PSE, ANV (la verdadera) e Izquierda Republicana, las mismas fuerzas que en el 36, salvo el Partido Comunista al que la guerra fría había mandado a casa en los años cuarenta. Y esto sacaba de quicio a Tarradellas.

Pero es que nosotros teníamos especial interés en que al Lehendakari Leizaola no le mezclaran en el día a día de la política española como habían hecho con Tarradellas que se había prestado gustoso a ello. Leizaola era la legitimidad histórica y solo cuando tuviéramos algo parecido a lo ya logrado, volvería nuestro Lehendakari que vivía en París y bajó a Askain, el mismo día en el que se reunieron en Gernika la nueva Asamblea de Parlamentarios vascos por la mañana, para, por la tarde, ir a cumplimentar al Lehendakari. Fue el 21 de junio de 1977.

La historia pues, se había puesto a galopar. El viejo presidente era un símbolo reconocido por las fuerzas que habían logrado una victoria electoral y representaban el 70% de la población vasca. Aquel símbolo dejó de ser una entelequia.

Cuando llegamos a las 5.15 habría cuatrocientas personas que no querían perderse aquel acto histórico. Todo, aquellos días, era histórico. El caso es que en el Hotel Du Pont el Lehendakari Leizaola leyó su discurso tras saludar en euskera. Dio la bienvenida a los nuevos representantes elegidos en las urnas y aseguró que entregaría el simbólico poder que ostentaba a las nuevas autoridades que serían designadas al lograr Euzkadi la autonomía que le fuera suprimida a sangre y fuego hacía cuarenta años. “No esperaba ser- dijo Leizaola- a quien le tocaría hacer esta entrega, pues ¡ha sido tan larga la espera!”. Dijo con entereza aquella gran figura a sus 81 años, cuarenta de oxidante exilio.

Ocupaban la mesa del Gobierno los consejeros Nardiz, Juan Iglesias, Mikel Isasi, aparte del propio Leizaola. Xabier Arzalluz y José María Benegas, que no estaba tan gordo como ahora, sino era una joven promesa, señalaron la solemnidad del momento y refrendaron la resolución de mantener la unión que había caracterizado la gesta del Gobierno Vasco así como la colaboración que las fuerzas democráticas mantuvieron durante la resistencia y la clandestinidad.

Para quitar la emoción nos comimos unos modestos canapés y bebimos champagne francés en el jardín del hotel. Tocábamos el cielo. Aquello era increíble.

Las agencias de prensa extranjera, así como las revistas y periódicos vascos le dieron mucha importancia a este acto. Leizaola lo dijo en Askain “Etorri de eguna…abestiak dion bezela, laster dator eguna…bara hara hemen etorri da!”.

Pero no contábamos con ETA.

Javier Ibarra, el ex alcalde franquista de Bilbao, miembro preeminente de la oligarquía de Neguri se encontraba secuestrado, pero todos pensábamos que tras aquellas elecciones democráticas y el anuncio de una Amnistía total, terminaría en breve su calvario. No contábamos con el odio sanguinario de aquellos salvajes que encima mataban en nombre de no se que revolución a un español, antinacionalista si, pero preocupado por la historia de una Bizkaia sometida a la corona española y persona muy religiosa. De hecho su cadáver apareció con el rosario entre los dedos. Pero tampoco contábamos con la miseria de una oligarquía que no estuvo a la altura de aquel desafío ya que le dejó morir. No me ha extrañado con posterioridad todas esas informaciones sobre ocultamientos bancarios de Emilio Ibarra en las isla de Jersey y de su ineptitud para haber seguido controlando un  banco que antes se decía vasco y ésta misma semana ha aparecido la noticia que quieran deshacerse del edificio de la Gran Vía de Bilbao. ¡Que tropa más egoísta e incapaz!

El caso es que aquellos cafres mataron a Ibarra, fría y salvajemente.

En la segunda sesión de trabajo de la Asamblea de Parlamentario Vascos mantenida el 22 de junio en el palacio de la Diputación de Gipuzkoa, comenzando a las 11 de la mañana y terminando a las ocho de la noche, llegó una hora antes de terminar, la noticia del hallazgo del cadáver del ex alcalde de Bilbao. De esta ciudad le telefonearon a Juan de Ajurriaguerra y, Juan Echeverria Gangoiti salió a llamar directamente al Gobernador quien le confirmó la noticia. Se suspendió la sesión para redactar una declaración condenando el acto pero los dos parlamentarios de Euskadiko Ezkerra, Paco Letamendia (Ortzi) y Juan Mari Bandres, pidieron se hiciese constar que cualquier acuerdo de repudio se tomaría sin unanimidad porque ellos iban a redactar una nota diciendo que EE no se solidarizaba, ni se solidarizaría en el futuro con notas que censuraran actos de cualquier clase cometidos por abertzales. Esta reflexión salió en el periódico al día siguiente. Eran otros tiempos.

El caso es que entre el PNV y el PSOE y gracias a la mediación de Manuel de Irujo se sacó una nota digna, condenando el asesinato de Javier Ibarra y haciendo votos por el fin de la violencia ante el primer muerto, de una ETA que de esta manera nos dijo que las elecciones no iba con ellos.

Seguramente en aquellos tiempos las cosas no tenían la dimensión dramática que tienen en la actualidad, salvo para la familia, pues a pesar del execrable hecho, el rey convocó en el Campo del Moro una gran recepción con motivo de su onomástica y, allí por primera vez, aparecieron los nacionalistas Arzalluz y Unzueta que eran mirados como bichos raros por aquellos uniformados militares con sus entorchados de la guerra civil. Y eso ocurrió al día siguiente de ser enterrado el pobre Javier Ibarra, al alcalde franquista de Bilbao que sucumbió ante una ETA que ya nos dijo con aquel asesinato que lo suyo iba a continuar. Hasta hoy.
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