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La cohesión europea y las revueltas árabes

La cohesión europea y las revueltas árabes

miércoles 27 de abril de 2011, 14:48h
Francia e Italia han reclamado la solidaridad de Europa en la gestión de los importantes flujos migratorios desencadenados por la caída de Ben Alí en Túnez o la guerra en Libia En su defecto exigen una reforma temporal del Acuerdo de Schengen, que establece la libre circulación de personas dentro de las fronteras europeas, un logro incorporado en tratados europeos como el de Amsterdam, en vigor desde 1999. Esta es la primera consecuencia colateral para Europa de la primavera árabe que ha enfrentado a Francia e Italia con Alemania y otros países europeos más liberales a este respecto, de la misma manera que les opuso cuando se discutía la intervención militar en Libia. Doy por descontado que Francia, y la OTAN que la siguió con reservas,  no están en Libia solo para proteger a los libios de la tiranía de los Gaddafi. Sé que el petróleo y las inversiones libias son tan importantes para Europa y para el mundo industrial en general como las de los países árabes del Golfo, los de Asia Central, de África, o de cualquier otra parte del mundo donde lo haya. Pero las motivaciones libias del Presidente francés se me escapan, sobre todo después de que haya reconocido a raíz de la violenta represión por el régimen de Bachar el Assad de las revueltas en Siria, que no se puede intervenir en todas partes. A menos de cuatro meses del comienzo de las revueltas árabes, algunas constataciones pueden ser ya anticipadas. Una de ellas es que las reformas son más fácilmente aceptadas por los regímenes que ya han efectuado reformas en los últimos años como Marruecos y Jordania. El precio por ese cambio tranquilo y controlado es que nuestros medios de comunicación y los suyos hablen muy poco o casi nada de la primavera distinta de que son portadores, por ejemplo, los jóvenes del 20 de febrero en Marruecos, y que la reforma sea la que el régimen mismo coopte. Otra realidad que se ha hecho visible es que otros dictadores como Muamar al-Gaddafi, Bachar al-Assad y Ali Abdullah Saleh, de Libia, Siria y Yemen, no han claudicado tan fácilmente como Zine el A. Ben Alí o Hosni Mubarak y han puesto en entredicho la coherencia del discurso justificativo Europeo y de la OTAN de que se trata de cumplir con la obligación de socorrer a los pueblos amenazados que dispone la ONU, porque hasta ahora no hay ninguna intervención a la vista en Siria o en Yemen donde el coste en vidas humanas es ya elevado y la brutalidad de la represión, al menos en Siria, desproporcionada. Sorprende sin embargo, que en Túnez o Egipto, en Marruecos y en los países árabes en general, se siga prefiriendo la emigración a contribuir a la revolución o la reforma en sus países. Sin embargo parece que los dictadores no están tan solos como se piensa. En el mundo árabe y en especial en Oriente Medio, una región de minorías por excelencia, algunas dictaduras, salvo la de Saddam Hussein, trataron mejor a las minorías que los nacionalismos y los islamismos. Los coptos de Egipto se sintieron protegidos por el régimen de Mubarak, mientras que la familia al-Assad, ella misma procedente de la minoría alauita, protegió a la minoría  cristiana, y ésta les muestra ahora cierta simpatía. En Líbano, paradigma de país confesional, del que no se habla en estas revueltas árabes, los cristianos se han sentido relativamente protegidos por al-Assad y los más de tres millones de libaneses, mayoritariamente cristianos, que viven repartidos por otros países, tuvieron que emigrar en diferentes épocas en parte por la presión nacionalista árabe. Los demócratas y las mujeres argelinas, que sufrieron los horrores del terrorismo en la década de los años noventa, siguen creyendo que los militares son quienes mejor pueden protegerles de la repetición de aquella pesadilla. Por otra parte los países productores de petróleo del Golfo parecen eximidos, al menos por los medios de comunicación, de la necesidad de efectuar reformas, en una clara preferencia general por la estabilidad y los statu quo que por unas revueltas de futuro incierto y de caos temporal seguro. Es verdad que la primavera árabe incuba un poco de invierno con la posibilidad que incorpora, si quiere ser democrática, de proporcionar al islamismo la misma oportunidad de lograr el poder que a los partidos laicos y modernistas. La Comisión Europea, en principio favorable a que los tratados se respeten en su integralidad, reconoce la inadecuación de Schengen para tratar una emergencia migratoria como la que se ha producido tras la caída del régimen del Presidente Ben Ali en Túnez, que la evolución de la guerra en Libia agravó considerablemente con la huida de cientos de miles de trabajadores extranjeros. La perspectiva de una escalada terrestre y un eventual enfrentamiento civil en Libia hace temer a Francia e Italia otra presión masiva de huidos libios en sus fronteras. El próximo día 4 de mayo la Comisión debe dar una respuesta a las inquietudes de Francia e Italia, aunque no existen muchas esperanzas de que esta sea satisfactoria. Al margen de ello, los europeos deberíamos tener la misma reticencia por las intervenciones militares que los ardores belicosos de un presidente tan militarmente intervencionista como Nicolás Sarkozy imponen al conjunto de los ciudadanos de Europa. Inmersos desde 2008 en una crisis para muchos sistémica que corresponde a nuestros gobiernos y a nosotros mismos solucionar, las guerras exteriores pueden parecer una necesidad a los gobiernos, pero una distracción a los ciudadanos. _____________________________________________________________ * Domingo del Pino es especialista en el mundo árabe, ex delegado de la Agencia EFE en Marruecos, ex corresponsal de El País para el Norte de Africa, fue miembro de la Euro Med and the Media Task Force de la Comisión Europea y, actualmente, es miembro del consejo editorial de la revista bilingüe Afkar/ideas; colaborador de Política Exterior y Economía Exterior; de la Revista Española de Defensa; y director del Aula de Cooperación Internacional de la Fundación Andaluza de Prensa.
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