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Strauss Kahn y le grand cochon español

martes 17 de mayo de 2011, 08:40h
He consultado con mi abogado y me ha dicho que pedir directa y claramente que le den una paliza al imbécil mundial me puede costar una pasta además de un disgusto, así que no lo voy a hacer. Había una vez hace mucho, mucho tiempo, un adolescente gordo, patizambo, baboso y sucio que se masturbaba por debajo del pupitre, disimulando su erección con la bata rayada del colegio al que iba. No tenía amigos, mucho menos amigas. Los chicos de su clase, los de su barrio y los del pueblo catalán en que veraneaba le encontraban repulsivo. Nunca miraba de frente y sentía miedo de las miradas ajenas. Solo hablaba en susurros para no despertar a las voces de su cabeza. Una vez hace mucho tiempo, un adolescente gordo, patizambo, baboso y sucio que se llamaba Salvador Techumbres fue apodado Caín por sus compañeros. Su madre lo odiaba. Con tres años , en 1978, empujó a su abuela por la escalera y la desnucó. Lo encontraron junto a ella, riendo y mascullando ja t’has mort, vella fastigosa (ya te moriste, vieja asquerosa) mientras le robaba el reloj. Una tarde Julianín, un compañero abulense y buena persona, lo invitó a merendar con otros amigos. Salva se sintió aceptado. Acudieron chicos y chicas y tras la nocilla y el cacaolat jugaron a la botella. Elisabeth era hermosa y tenía los pechos grandes. Todos la deseaban y Salva solía meneársela, enfermizo, pensando en ella. Le costaba entender un sentimiento positivo en él capaz solo de odiar, a su abuela, a su madre, a sus profes, a sus compis. Elisabeth era otra cosa, pelirroja, hermosa, fresca y descarada; divertida, ingeniosa y oliendo a…, que más da, su aroma le embelesaba, le enloquecía, le trastornaba. Y ahora estaba allí, en aquel círculo de muchachos apolíneos y bondadosos. Elisabeth no debía saber ni que existía, él, gordinflón, con alopecia prematura, plagado de acné. Pero lo que más odiaba era su sudor, sus manos mojadas y tibias que tanta repulsión causaban en todos. La botella giró. Elisabeth la lanzó con audacia y desdén. Giró veloz y se detuvo frente a él. Uy, qué bien, tengo que besar al “paellas”, dijo cáustica y a Salvador Techumbres se le encogió el iris porque corazón no tenía. Elisabeth se acercó a él dispuesta a cumplir con la tradición del juego. Techumbres se limpió el sudor del bozo con la manga y se relamió libidinoso. Sacó una lengua gorda y abundante que baldeó la terraza y acercó sus morros a los labios tiernos de Elisabeth. Entornó los ojos y esperó. Entonces oyó una sonora carcajada, aguda, dolorosa, desgarrada, cortante,  humillante y colectiva. Abrió los ojos pero olvidó meter la lengua y provocó una hilaridad áspera y quebradiza. Se miraron entre ellos sin llegar jamás a mirarle a él. Elisabeth, entonces, en voz alta, clara y afilada dijo -Este imbécil se cree que hay una sola tía en el planeta dispuesta a tragarse sus babas. Nunca lo superó, queridos niños, y aquel dolor no fue más que el abono en que germinó la maldad que acumulaba dentro. Perdió el pelo, desarrolló pechos y se le oxidaron las endorfinas. Pronto no fue más que el gordo amargado que odia las mujeres que es hoy. Lo echaron del colegio, de la universidad y del frenopático. Afortunadamente, niños, un día se fijó en él un magnate de la prensa que sabía muy bien cómo vender periódicos y guardar la ropa y le contrató como columnista. Verdad que no conocía el castellano, verdad que la sin-taxis para él era Barcelona sin transporte público, verdad que la verdad para su megalomanía no existía, pero quien le contrataba ya sabía todo eso. El quid era solamente si Techumbres sería capaz de generar más ingresos que gastos. El magnate lo tenía claro: el misógino solo necesitaba media paginita para soltar su veneno sobre El Mundo. Un día un hombre importante fue arrestado por violar a una camarera de hotel y Techumbres lo vio claro: era el momento de decir que las mujeres son todas putas, sobre todo las camareras de hotel y que él lo sabe porque una vez fue a Cancún. Estuvo en un hotel de 5 estrellas y comprobó que había gente que fornicaba en las habitaciones. Y lo escribió. Y fue TT en twitter. Saliendo de un McDonalds se le acercó un tiparraco como un armario de dos cuerpos y le dio una manita de pintura de tal calibre que fue el fin tachín del imbécil de Techumbres. Desde entonces la humanidad mejoró casi tanto como el día que Obama borró a Bin Laden de la faz de la tierra, aunque ambos hechos sean poco edificantes, la verdad.
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