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Los indignados

Los indignados

sábado 28 de mayo de 2011, 01:04h
El sábado pasado, justo en la jornada de reflexión, previa a las elecciones administrativas de España, las plazas principales de ese país se llenaron de manifestantes silenciosos y pacíficos que se dieron a conocer con el nombre rebelde de “los indignados”. Lo curioso es que la maquinaria que puso en marcha esa ola de protesta no fue ni la oratoria de plazuela ni los altoparlantes de los agitadores sino aparatitos electrónicos llamados twitter. Esta explosión de una buena parte de la ciudadanía española, tiene su justificación aunque aún no ha concretado un programa. Lo que sí reclama es el retorno a lo que llamamos democracia real. Y con razón. Porque cuando la Revolución Francesa propuso la democracia, el pueblo se ilusionó. Dicho en pocas palabras, se acabarían los absolutismos, reinaría la libertad, se haría posible la participación popular en la conducción de la cosa pública a través de la elección libre de sus representantes. Los jueces se someterían al mandato de  la Ley y no de los antojos de los poderosos. Pasaron los encantos democráticos primaverales y en algunos países lejanos, el pueblo soberano fue sustituido en la Asamblea Legislativa por una turba de robots humanos abrumadoramente dominante que aprobaban o rechazaban a la voz de mando del Jefe de Estado, sin dejar ni voz ni voto a la desmedrada disidencia. La majestuosa Justicia fue atrapada por las tenazas del Poder Ejecutivo. La concentración de los tres poderes es la sumisión al déspota. La libertad fue secuestrada por una administración absolutista, y a veces, corrompida. La libertad de prensa fue amenazada por la imposición de la “voz de su amo” obligatoria. La disidencia política, criminalizada. Es pues lógico que, sea en España o en cualquier otro país del mundo, se levanten las protestas y que se expresen con el denominador común de “¡Estamos hartos!”. ¡Hartos de qué!, preguntará el amable lector. Hartos de la desviación democrática que se produce a nuestro alrededor ante la pasividad de una masa amorfa de conformistas desalentados. Esta rebeldía no es ni fascistoide ni comunistoide. Es una expresión de hastío activo y operante, muy distinto de la pasividad de los nomeimportistas, manfutistas, menefreguistas tumbados en la cuneta de la inacción. Los “indignados” no son unos cuantos “snobs” desorejados. “Habemos” muchos, cada día más numerosos, a medida el poder político se corrompe y atornilla las libertades democráticas.
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