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Todavía habrá que clamar mucho en el desierto

viernes 29 de junio de 2007, 11:27h

            Soy en estos momentos junto con Manolo Huertas del PSE, miembro de la Comisión Mixta Congreso-Senado para las Relaciones con Europa. Con él, he viajado en esta legislatura a todas las capitales comunitarias que han ostentado la presidencia semestral. Hemos estado en Bruselas en las convocatorias del Parlamento Europeo para coordinar, con los parlamentos estatales, los grandes asuntos que surgen y desaparecen de la agenda, uno de ellos, y el más significativo, el cambio climático y el control de la energía. Hemos desayunado con embajadores y almorzado con ministros y el secretario de Estado de Europa. Hemos atendido a los Comisarios que pasan por Madrid y hemos discutido durante meses esa cosa extraña llamada “Alerta Temprana”. 

            Acabo de estar en Berlín y en Bruselas y tengo una idea aproximada de lo que está ocurriendo: egoísmos estatales, falta de europeismo, una ampliación hecha de prisa y corriendo sin haber aprobado previamente unas bases sólidas, influencias antieuropeas demasiado coyunturales propias de las políticas de cada país, falta de ambición y nulo, repito, nulo interés por lo regional europeo lugar en el que los vascos estaríamos más cómodos.

            Nos creemos muchas veces el ombligo de Europa, reivindicamos con razón el uso de su lengua más antigua, nos irritamos con la insensibilidad europea respecto a la pesca y los abusos franceses y nos molesta la política comunitaria respecto a los incentivos fiscales, pero la verdad, es que pintamos poco, por no decir nada.

            Europa, como contexto, está ahí e influye en nuestras vidas. Ya no hay fronteras y sí una moneda común y aunque la postura de Gran Bretaña y Polonia no tiene nada que ver con la idea de una supraestatalidad europea y el Tratado Constitucional se ha encogido como un mal traje después de un chaparrón, el campo magnético de lo europeo atrae a todo el mundo.

            Por eso, en este año en que se hubieran cumplido los cien de aquel ilusionado europeista Javier de Landaburu, conviene mirar un poco atrás para comprobar el inmenso camino recorrido y lo mucho hacia delante sobre lo oceánico que queda por hacer.

            Hace treinta años, la Democracia Cristiana Europea organizó en Madrid un “Encuentro con Europa”. Comenzaban a estar nerviosos. Había muerto Franco y se hablaba mucho del Partido Comunista y del Partido Socialista y poco de las ideas que habían puesto en marcha los padres democráticos de aquella Europa del Carbón y del Acero.

            Me tocó participar en dicho Congreso formando parte de una delegación del PNV presidida por Juan de Ajuriaguerra. Me dijeron que preparara una intervención poniendo énfasis en lo que habían hecho nuestros mayores desde el exilio. Y lo hice. Recuerdo que tenía ante mí nada más y nada menos que a Aldo Moro, Mariano Rumor, Jean Lecanuet, Gil Robles, Ruiz Jiménez y un montón de viejos gudaris.

            Había preparado la intervención con D. Manuel de Irujo en París. Y terminé con el pensamiento de Landaburu diciendo lo siguiente:

            “Hoy se está haciendo la Europa de los Estados, la que es más fácil de hacer, porque hay prisa en hacerla, porque uno de los acicates de la organización europea es el miedo. Cuando el miedo pase y la doctrina madure, se pensará en hacer esa Europa que no tendrá más finalidad que la de la paz. Sin embargo, partimos del principio de que la integración universal debe hacerse, si queremos que sea estable, a través de principios que respeten al hombre, y llegue a constituir en su meta, una sociedad basada en el consentimiento y la tolerancia de lo diverso, y no en un campo de concentración. Mientras, haya Estados al modo clásico, subsistirán las rivalidades y los peligros de guerra. Cuando la noción actual del Estado sea rebasada, cuando Europa se asiente sobre bases más naturales, más justas, menos hipócritas, y a eso llegará si lo queremos, si lo quieren los jóvenes, el concierto de las naciones europeas podrá ser una realidad que prepare la federación quizás universal.

Con esta idea de Europa podemos terminar parafraseando al poeta: Europa es antigua, pero no es vieja. Nosotros te saludamos como se saluda a la aurora”.

            Hoy, treinta años después, a Europa la siguen haciendo los estados y los demás apenas tenemos foros para que se oiga nuestra voz. Y cuando, en las reuniones que he mencionado, hablo de la otra Europa, me miran como a un bicho raro. Pero seguiré en ello. Como novedad tengo que decir que eso ha sido hasta esta última reunión de Berlín. Allí, la nueva Escocia ha levantado otra voz. Una voz que sonaba tan diáfana como la de Aguirre, Landaburu, Irujo, Leizaola……………… Hay futuro.

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