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Diario de lecturas de un joven escritor

La sombra de Olmos es alargada

La sombra de Olmos es alargada

sábado 11 de junio de 2011, 11:25h
Vida y opiniones de Juan Mal-herido Edición al cuidado de Alberto Olmos Melusina [sic] 222 páginas   Es curioso. Uno, cuando escribe, siempre intenta alcanzar la excelencia, la frase perfecta, la metáfora innovadora. Uno, cuando escribe, siempre intenta ser apoteósico y tremendamente sagaz, además de ingenioso, mordaz, inteligente, cautivador, emocionante, lúcido, sarcástico, estimulante y cáustico. En esas ocasiones parece como si uno sólo escribiera para deleitar a los demás, para dejarles con la boca abierta, para hacerles sonrojar. Y digo que es curioso porque, en realidad, lo más importante que le puede suceder a uno cuando escribe, además de conseguir todas esas cosas maravillosas mediante el uso de las palabras, lo verdaderamente sublime, lo increíblemente jodido, lo jodidamente increíble, es hacer reír al lector. Para lograr ese objetivo tan noble no existe nada mejor que leer el libro del que estamos hablando. Según parece, Alberto Olmos (Segovia, 1975), uno de los jóvenes narradores más excelentes, ingeniosos, cáusticos, inteligentes y etcétera del actual panorama narrativo español, lleva más de cinco años parapetándose en el seudónimo de Juan Mal-herido para poner patas arriba nuestra concepción de la literatura, de la escritura y de la crítica literaria. Así, de los centenares de reseñas que ha publicado a lo largo de todo este tiempo en su blog de recomendadísima lectura (http://www.lector-malherido.blogspot.com), Olmos ha seleccionado en torno a una cincuentena de entre las más rabiosas, cínicas y perversas que pueden y deben leerse con alegría y satisfacción porque  (…) Lector Mal-herido arremete contra los libros malos, la decadencia de la palabra escrita, el entronamiento de medianías, el clima de silencio fariseo que aqueja la crítica literaria en nuestro país y, sobre todo, el pavor a encarnar esa figura de cuento que yo tanto admiro: el niño que señala al emperador desnudo. Todos ellos, el emperador, los reyes, los príncipes y las princesas, los ilustres mandatarios, los consejeros, los burócratas, los funcionarios y hasta los obreros de la literatura, todos ellos salen mal parados en las páginas de este libro, todos ellos son, no sólo desnudados, sino también zarandeados, apaleados y posteriormente descuartizados en la plaza pública del pueblo a la vista de cualquier transeúnte, quien lejos de asustarse se detiene y goza del espectáculo y esboza una sonrisa cómplice y cuando la tortura ha terminado vuelve a su casa paseando entre nubes y sintiéndose incompresiblemente feliz porque piensa que todos ellos, sátrapas y gentilhombres, se han llevado su merecido. De este modo deliciosamente sacrílego y cruel, Mal-herido pone en la cuerda floja a un premio Nobel como Ernest Hemingway: “es muy peligroso confundir tu semen con tinta pelikan”; a un fenómeno editorial como Stieg Larsson: “su primera novela es abyecta”; a un malabarista de la casualidad como Paul Auster: “lo malo de leer a Paul Auster es que uno está siempre deseando que no le guste”; y a una celebridad del erotismo como Marguerite Duras: “es una novela de mierda, El amante, y si ha vendido mucho es porque se hizo una película (una película de mierda) y porque, como digo más arriba, folláis poco y el sexo os lo tienen que dar por escrito”. Lo olvidaba. El concepto que tiene Mal-herido sobre la relación entre el sexo y la literatura es del todo perspicaz. La relación entre el sexo y la literatura es fundamental y, sin embargo, en ninguna universidad van a decir nunca la gran verdad: escribo porque no follo. (O lo que viene a ser lo mismo: escribo para conseguir follar.) Pero el recurso a lo zafio, a lo burlesco o a sucesivas ironías de contenido sexual explícito no es ni mucho menos lo más gracioso de estas críticas. Lo verdaderamente divertido es la sobrada inteligencia que demuestra el autor de estos ataques: cómo es capaz, adoptando una postura engreída, de que admiremos sus razonamientos deductivos, sus opiniones bizarras o sus derivas académicas, hasta el punto de estar dispuestos a cambiar la percepción que teníamos de una determinada obra. ¿Cómo puede ser? ¿Tan débil es nuestro criterio? ¿Tan débiles nuestras opiniones? Es igual. Todo esto no valdría de nada si no fuera acompañado de una circunstancia fundamental, inmaculada, y es que la escritura de Mal-herido es absolutamente genial. ¿Cuántas escritoras (mirad las solapas) son feas? Casi todas. Gordas, feas, desagradables, depresivas, ciclotímicas, sociópatas: eso es lo que las hace escritoras. Y escritores: gordos, feos, desagradables, ciclotímicos, sociópatas. Los guapos no hacen literatura; con suerte, hacen best seller. La literatura la forjan los que no están de acuerdo, los que quedan al margen, los que no saben moverse en las fiestas, los que necesitan estar solos para no vomitar encima de tanto gilipollas. Lo más jugoso y a la vez lo más pendenciero de este libro son las alusiones a nuestros grandes y queridos hombres de letras de nuestra grande y querida patria. El talento y la fiereza de Mal-herido no se arredran lo más mínimo cuando al autor le toca hablar de prebostes hispánicos laureados e indestructibles como Pérez-Reverte, Muñoz Molina, Caballero Bonald, Vila-Matas, Sánchez Dragó, Martín-Santos y algún que otro escritor de un solo apellido como Cercas y Marías. Tampoco le tiembla el pulso a la hora de despotricar sobre autores latinoamericanos de recién hidalguía, como Fresán y su predilección por los prólogos, o, en opinión de Mal-herido, la exagerada fama lograda por Bolaño tras su temprana muerte. (Bolaño, según parece, es el archienemigo de Olmos por alguna razón misteriosa y, seguro, del todo pueril). En cualquier caso, merece la pena echar una ojeada al libro para comprobar in situ que el emperador no sólo va desnudo sino que está triste, viejo y moribundo. Antes de terminar con esto, me he permitido hacer una lista de los libros que sí han superado los exigentes, intelectivos e inmisericordes presupuestos de Mal-herido. Con precaución pero sin demora, y bajo su entera responsabilidad, en los días sucesivos todos nosotros deberíamos inmiscuirnos en las páginas de alguno de los siguientes títulos: 1. Carta de una desconocida, Stefan Zweig. 2. El factor humano, Graham Greene. 3. Viaje sentimental por Francia e Italia, Laurence Sterne. 4. La vida secreta de Salvador Dalí, par lui même.   5. La peste bucólica, Alejandro Cuevas. 6. Diario, Witold Gombrowicz. 7. El mundo interior del capital, Peter Sloterdijk. 8. Teoría King Kong, Virginie Despentes.  9. El hospital de la transfiguración, Stanislaw Lem. 10. El simple arte de escribir, Raymond Chandler. 11. La novela luminosa, Mario Levrero. 12. Bueyes y rosas dormían, Cristina Sánchez-Andrade. 13. Mi suicidio, Henry Roorda. 14. Diarios 1892-1917, Leon Bloy. 15. Manual de literatura para caníbales, Rafael Reig.   Eso es todo, amigos. Si eres de los que leen, preocúpate. Mal-herido afirma: La literatura es una puta mierda. Si eres de los que escriben, anímate. Olmos preconiza: Algún día acabará el tiempo de los emperadores. Para todos los demás: haceos con un ejemplar de Trenes hacia Tokio, recién reeditada en un formato muy estiloso por Lengua de trapo, porque es, sin duda, la mejor novela de Alberto Olmos. Y es que, a pesar de lo que parece, Alberto Olmos es un hombre y él también ha escrito malas novelas y si no fuera muy tarde, o muy pronto, yo mismo jugaría a descuartizarle en la plaza del pueblo. Pero temo que mi instrumental de tortura sea inadecuado y mi valor insuficiente y entonces no lograré arrancar ni una sola carcajada al público y eso era lo único importante de todo este asunto. A saber, hacerte reír. ¿Lo he conseguido?
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