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Mala cosa cuando la policía hace horas extra

Mala cosa cuando la policía hace horas extra

lunes 13 de junio de 2011, 00:05h
Mala cosa cuando la policía tiene que hacer horas extra, sea en fin de semana, sea en días laborables. Mala cosa cuando la actualidad política reside en la calle, como ha ocurrido este fin de semana. Mala cosa cuando las fotografías en los periódicos reflejan tensión, amenazas, violencia. Me causó una profunda preocupación, y cierta indignación, lo ocurrido el pasado jueves en Valencia, donde se enfrentaron con particular ímpetu los manifestantes del 15-m, los indignados, y la policía, que actuó con, a mi juicio, demasiada contundencia. Más preocupación aún me causó lo sucedido en tantas localidades españolas el pasado sábado, día en el que tomaban posesión los nuevos alcaldes: ¿es el preludio de nuevos incidentes, vamos a llamarlos piadosamente así, a cargo del movimiento ‘espontáneo’? Los ‘indignados’ desmantelaban este domingo su campamento en la Puerta del Sol, para dejarla, decían, limpia y reluciente, tal como la encontraron hace un mes. Bien. Pero el movimiento no va a detenerse, probablemente porque la mayor parte de sus integrantes, supongo que a pesar suyo, no tienen mejor cosa que hacer. Ya se ha dicho muchas veces que un país que tiene un 43 por ciento de sus jóvenes en paro sufre un cáncer grave. Y eso tiene que salir por algún lado: me alivia ver que ese síntoma, el movimiento de los ‘indignados’, ha sido básicamente pacífico. Básicamente. Pero el colectivo ha dado recientemente, me parece, excesivas muestras de agresividad contra lo institucional: tratar de impedir, o alterar, la constitución de ayuntamientos en toda España, entre ellos el de Madrid, les enfrenta con sus representantes oficiales, por cierto la mayor parte de ellos del Partido Popular. Y un poco con los medios de comunicación, donde se empieza a percibir una variación en el tono de inicial simpatía con que fueron acogidos los animadores de la #spanishrevolution que copó portadas en todo el mundo. ¿Por qué, por ejemplo no acudieron los ‘indignados’ a la puerta del Ayuntamiento de San Sebastián, donde la coalición ‘abertzale’ Bildu se hacía ruidosamente con el poder? ¿Por qué no a Lizarza, donde los mal llamados ‘radicales’ provocaron incidentes absolutamente antidemocráticos y hasta vetaron el acceso al Ayuntamiento a medios de prensa? ¿Dónde estaban cuando en Elorrio se zarandeaba al concejal del PP? No seré yo, desde luego, quien acuse a los ‘indignados’, por los que siento un indisimulado aprecio, de connotaciones o simpatías con los ‘bildutarras’; digo, solamente, que los animadores del 15-m, sean quienes sean, tienen que defenderse de los infiltrados anti-sistema, darse a sí mismos una cierta representatividad (portavoces autorizados, por ejemplo), dejar de lado la tentación de sentirse influyentes ante las elecciones y olvidarse de ciertos desafíos a la legislación: ¿a qué viene, sin ir más lejos, plantearse marchas sobre el Congreso de los Diputados cuando se celebre el debate sobre el estado de la nación? Confío en que tales ideas sean solamente alguna salida aislada, una más en el barullo reinante, y no encuentren el apoyo asambleario, porque ya digo: manifestarse ante los parlamentos cuando sesionan es ilegal, y mala cosa cuando la policía tiene que hacer horas extra, máxime cuando se debilita la cúpula del Ministerio de Interior, hasta ahora magníficamente regido por Pérez Rubalcaba, ahora ya no tanto. Porque, señor ministro, ¿cómo es posible que se tolerasen los mentados incidentes del sábado en el País Vasco, donde se dieron casos –aislados, es cierto-- de apología de ETA? Mal comienzo el del centenar de regidores de Bildu, que no supieron tranquilizar los ánimos de quienes ya temían su llegada al poder… Y, encima, la página web policial inutilizada por los hackers del sancionado colectivo Anonymous. Lo que faltaba.  Sí. Estoy convencido, en fin, de que oiremos hablar más de los ‘indignados’, que, me parece que legítimamente, aprovechan el río político tan revuelto para hacer oír su voz. Pero ya no estoy seguro de que todas las voces que oigo me gusten. Sé que han convocado una manifestación y que las asambleas, parece, se trasladan a los barrios. No sé mucho más porque la organizada desorganización que les rige no contempla demasiados contactos ‘formales’ con periodistas, pese a que algunos lo hemos intentado reiteradamente. Ya he dicho alguna vez que nuestros hijos, y una parte de nosotros, están en ese movimiento, o cercanos. Pero ahora les queda lo más difícil: no perder del todo –del todo-- nuestra confianza. Ni la de nuestros hijos, que puede que sean ellos, pero no tanto algunos de ellos. Fernando Jáuregui. Editor del Grupo Diariocrítico.
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