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Peligro, ciclistas

Peligro, ciclistas

lunes 13 de junio de 2011, 16:07h
Unos centenares de ciclistas madrileños se han manifestado desnudos sobre sus vehículos para expresar su vulnerabilidad entre los coches, de modo que se hallan en perfectas condiciones de comprender la vulnerabilidad de los peatones, de las personas, entre las bicicletas. Por esa comprensión, y para demostrar que ellos no son criaturas avasalladoras e irrespetuosas como la mayoría de los que se desplazan a bordo de automóviles, los usuarios de bicicletas deberían abstenerse de invadir los espacios de los peatones, esto es, las aceras, los parques, los jardines o los paseos marítimos por donde los transeúntes se figuran estar a salvo de los vehículos de dos, cuatro o más ruedas, sobre todo los niños (que corretean erráticamente y en zig-zag) y los ancianos, que andan despacito.    Disfrazados de ciclistas (un ser humano sobre una bici no es necesariamente un ciclista, pero ataviado en plan Tour de France sí que va disfrazado), un número cada vez mayor de ciudadanos ha dado en entretener sus ocios montando en bicicleta, actividad en cuyos muchos beneficios no es preciso detenerse. Por desgracia, también han dado en hacerlo, como si no hubiera campo, entre las personas, y, preferiblemente, cuando la concentración de éstas, paseando tranquilamente, es mayor. El resultado, claro, es el mismo que los ciclistas denuncian tan amargamente, sólo que en este caso los verdugos son ellos. ¿Existe algo más desagradable, desigual y peligroso que la imposible convivencia entre automóviles y bicicletas? Sí: la imposible convivencia entre bicicletas y personas a pelo, en la que éstas se ven despojadas de la libertad de circulación y del derecho a la seguridad mientras circulan o hacen lo que les da la gana.    Nadie ha explicado a la gente, al parecer, que una bicicleta es un vehículo, un vehículo todo lo sano y divertido que se quiera, pero un vehículo, y que los peatones, los que prefieren ir sobre sus piernas y no sobre ruedas, no tienen la culpa del sindiós del tráfico ni de la eventual desidia de los ayuntamientos en lo tocante a la bicicleta. Las bicicletas, que lo mismo son para el verano que para el invierno, deben ir por la calzada, y ahí, en su espacio natural, dar la batalla, heroica en verdad, que crean conveniente. De otra parte, podían animarse los ciclistas a andar, que es maravilloso.
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