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Democracia en el siglo XXI: la gran paradoja

Democracia en el siglo XXI: la gran paradoja

martes 05 de julio de 2011, 08:29h
Para repensar la democracia de la transición y las reformas que necesita, es conveniente situar la cuestión en el contexto más amplio de los problemas que presenta la democracia representativa a nivel global en el inicio del siglo XXI. En realidad, tales problemas reflejan la enorme paradoja que viene desarrollándose desde la penúltima década del siglo pasado: conforme se asienta la evidencia de que la democracia representativa no tiene verdadera alternativa como sistema político (democrático) de masas, crecen las exigencias, las críticas, las insatisfacciones que provoca. Pareciera que el consenso asentado de que la democracia es el menos malo de todos los sistemas políticos posibles, ya no fuera suficiente. Fue el maestro Norberto Bobbio quien, ya a mediados de los ochenta, en su opúsculo sobre el futuro de la democracia, apuntaba esa paradoja, invitándonos a pensar la distancia entre las promesas democráticas y el desempeño real de las democracias realmente existentes. La causa fundamental guarda relación con la profunda transformación del demos y las dificultades de las instituciones democráticas para procesarla. El sociólogo Ralf Dahrendorf llegó más lejos y habló de la cuadratura del círculo para enfatizar las dificultades que tiene la democracia de nuestro tiempo de lograr un punto de equilibrio entre tres exigencias no necesariamente convergentes: a) lograr cuotas crecientes de bienestar; b) alcanzar un mínimo de cohesión social en sociedades culturalmente cada vez mas heterogéneas y complejas, y c) mantener la garantía de los derechos individuales. Lo cierto es que, sobre todo a partir de la caída de la alternativa sistémica en 1989 (representada principalmente por el bloque de los países del Este) se agudizaron las tendencias divergentes. Por un lado, la salida de los sistemas autoritarios (en el sur de Europa, en América Latina y finalmente en el Este) colocaron como horizonte inevitable la democracia pluralista como el sistema político que garantiza las libertades básicas, tan deseadas. Esta evidencia hizo proclamar a Naciones Unidas que la humanidad encaraba una perspectiva de convivencia pacífica y democrática. Estas exageraciones optimistas, pese a que tenían un fondo sólido de verdad, llevaron a algunos, como Francis Fukuyama, a pensar en algo así como el fin de la historia. Pero extrapolaciones aparte, resultaba simplemente una evidencia empírica que la democracia representativa adquiría un consenso mundial nunca antes alcanzado. Sin embargo, conforme era cada vez más evidente ese consenso, aumentaban las tendencias que ponían a prueba el sistema democrático. Por un lado, la globalización económica producía alteraciones disonantes. En primer lugar, avanzaba hacia un mercado global bastante desregulado y operando en tiempo real, lo que hace que las democracias, todavía ancladas en los Estados nacionales (de fronteras mucho más permeables), vayan perdiendo herramientas de control efectivo sobre los mercados. Por otra parte, esa desregulación introduce diferencias en la población activa de los países avanzados entre los ganadores y los perdedores de la globalización. Además, todo un sector político aplaudió ese proceso otorgándole carta de naturaleza, desde la óptica que recibió la denominación de neoliberal. Por otro lado, ante los efectos de esa doble transición (extensión de la democracia y políticas económicas neoliberales) se desarrolló una perspectiva (desde fines de los ochenta) de sustitución de la democracia representativa por parte de una posible democracia participativa. Durante los años noventa pareció que las experiencias locales en algunos países (Brasil sobre todo) permitían asegurar esa sustitución. Pronto se hizo evidente que (tampoco en Brasil) podía sustituirse la estructura fundamental representativa, que, además, demostró ser perfectamente compatible con políticas sociales radicales. Así las cosas, cuando se llegó al cambio de siglo, fue evidente, como subrayó el PNUD de Naciones Unidas, que se necesitaba un regreso a lo público, superando la ilusión de que el mercado podía ordenar la sociedad, y que la democracia debía basarse en el fundamento y los mecanismos de la representación, pero incrementando los de tipo participativo para vivificar el sistema democrático. Ahora bien, ¿qué significaba eso realmente respecto de la necesidad de lograr un punto de equilibrio entre las tendencias divergentes (Dahrendorf)? ¿Se introduce alguna diferencia sustantiva respecto de la bien conocida democracia liberal? Desde la teoría, hay algunas respuestas emergentes. De la discusión entre los contractualistas tipo John Rawls y los comunitaristas/republicanos, como Macintyre o Gutmann, ha ido surgiendo un progresivo consenso hacia la necesidad creciente de una democracia más deliberativa. Incluso hay quienes sostienen, como Jürgen Habermas, que ese deliberacionismo es lo que realmente nos permite acceder a una democracia postliberal sin necesidad de que sea antiliberal. Perfecto, parece que ya tendríamos algunas ideas orientadoras: habría que avanzar hacia una democracia deliberativa (y por tanto postliberal) que siendo básicamente representativa incorporaría elementos vivificantes de tipo participativo, especialmente a nivel local. El problema es que eso sigue siendo planteado desde la teoría. ¿Cómo llevar esas orientaciones a la práctica en los sistemas democráticos realmente existentes? ¿Estarán interesados los políticos y, en general, las fuerzas políticas actuales, en llevar adelante esas transformaciones? ¿O tendrán que ser zarandeados desde fuera para que despierten de su modorra? Desde esta perspectiva es que puede apreciarse mejor lo saludable que puede ser un movimiento como el 15-M, sin necesidad de estar de acuerdo con sus ilusiones asamblearias necesariamente. En realidad, el reto está en manos de los demócratas convencidos, y su capacidad propositiva para reformar el sistema democrático surgido de la transición. Sobre eso – y sus posibles actores- es que trataré en una próxima oportunidad.
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