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Sin pena ni gloria

Sin pena ni gloria

lunes 11 de julio de 2011, 03:22h
Como Grecia, España y tantos países industrializados, Estados Unidos ha de recortar el gasto público, con sacrificios similares para la población. Pero el discurso político reciente en Washington es un exponente del cinismo imperante: "el ahorro representará un dolor político", escuchamos decir al presidente Obama, cuando el verdadero dolor sería del contribuyente que habría de pagar más y recibir menos. Así hablaba Obama cuando aún confiaba en una solución a largo plazo, pero al día siguiente ya los políticos de los dos partidos demostraron que ellos personalmente no están dispuestos a sufrir ni a correr riesgos ante el electorado. Las esperanzas de un cambio revolucionario y necesario en la distribución del dinero público han quedado totalmente frustradas. Cuando el presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, anunció el sábado que el gran acuerdo para reducir el déficit no era posible, quedó clara la parálisis que afecta al Gobierno norteamericano a la hora de poner sus finanzas en orden. Y el carácter pusilánime de sus políticos, tan incapaces de forjar un compromiso como de llevar a sus electores noticias poco halagüeñas. Esto no significa que en tres semanas, cuando se alcance el límite permitido de la deuda pública norteamericana, el Tesoro deje de pagar sus deudas, pero se trata de unos paños calientes para un problema que el país arrastra desde hace tiempo y que amenaza su futuro bienestar y su puesto ante las otras economías del mundo. Los legisladores y la Casa Blanca se pondrán de acuerdo para aumentar el límite de la deuda "tan solo" en la friolera de 1.4 billones de euros, por encima de los 10 billones que ya debe. Para ponerlo en perspectiva, es como si España debiera 1.1 billón de euros y a esto añadiera 155 millardos -4.000 euros por ciudadano, por cada hombre, mujer y niño-. Por astronómica que sea la suma, este aumento es obligado porque, a diferencia de España, Portugal o Grecia, Estados Unidos ni puede declararse en quiebra ni tiene a nadie capaz de sacarle las castañas del fuego. Lo que sí podría hacer es organizar sus finanzas de forma que la situación no se repita en el futuro y para corregir los defectos estructurales que han llevado hasta aquí. Para ello, el presidente Obama, como líder de los demócratas, y el presidente de la Cámara de Represenantes, John Boehner, en nombre de los republicanos, empezaron a acariciar la idea de un acuerdo histórico, que saneara de una vez por todas los gastos sociales que Estados Unidos, con su estructura fiscal, no puede pagar. Esto significaba austeridad en los servicios médicos y de jubilación, junto con una fiscalidad mayor para los súper ricos. Pero no tendremos ni lo uno ni lo otro. Para entender el problema norteamericano hay que tener presente que su nivel de fiscalidad es uno de los más bajos del mundo industrial, mientras que sus gastos públicos y sus compromisos a largo plazo se equiparan a los que gravan más: el presupuesto militar es gigantesco para financiar sus aventuras militares y garantizar una superioridad de armamentos frente al resto del mundo combinado. Y si la Seguridad Social ofrece una cobertura proporcionalmente menor, el seguro médico de los jubilados tiene unos costes astronómicos y el envejecimiento de la población augura una espiral de gastos incontrolable. Después de la retórica de las últimas semanas, parecía que finalmente el presidente Obama y los republicanos se disponían a una serie de compromisos, que exigían tanto un recorte en los programas sociales, como un aumento de los ingresos fiscales. Las esperanzas aumentaron cuando ambas partes se mostraron dispuestas a encontrar no dos, sino cuatro billones de dólares entre recortes e ingresos adicionales, pero la euforia no duró más que un día: después de hablar con sus bases, los líderes del Congreso renunciaron a los cambios y tan solo pondrán un parche insuficiente. Los dos bandos se parapetan en sus posiciones: los demócratas se niegan a modificar la Seguridad Social, no ya para los jubilados o los mayores de 55 años, sino para las generaciones jóvenes que habrían de trabajar pasados los 68 años y modificar el sistema de contribuciones. Tampoco quieren revisar la estructura del Medicare, el seguro médico para jubilados, a pesar de que hoy en día empieza antes de la edad de jubilación, cuando el beneficiario sigue empleado, cobrando un sueldo y con seguro médico en la empresa. El dinero lo buscan en recortes militares y en mayores impuestos. Los republicanos, desde el otro bando, argumentan que es imposible reducir el déficit sin controlar los principales gastos y, aunque aceptarían algunos recortes en defensa, se centran en los programas sociales. En cuanto a los impuestos, los rehúyen con fervor religioso. Incluso algunos super ricos como Bill Gates o Warren Buffet se declaran dispuestos a pagar más, pero el dogma del Partido del Té defiende que el país necesita incentivar al inversor y que hacer pagar más a los "billonarios", como llaman aquí al 0,1% con un promedio de ingresos de 300 millones de euros anuales, provocaría una contracción inversora que paralizaría al país. En semejante panorama, los líderes políticos republicanos como Boehner, o demócratas como el vicepresidente Biden, se enfrentan al riesgo de una rebelión de sus huestes y han decidido plegar velas y evitar el "dolor político" del que hablaba Obama. Los legisladores no tendrán la pena de contrariar a sus electores, ni la gloria de haberles dicho la verdad.
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