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Malas noticias sobre la gobernanza mundial

Malas noticias sobre la gobernanza mundial

martes 12 de julio de 2011, 09:00h
Ya hay pocas dudas de que los mercados (financieros) pueden subordinar no sólo a los gobiernos nacionales sino también a regiones enteras. Muchos expertos aseguran que sólo una gobernanza mundial podría regular sus movimientos. Pero eso no está a la vuelta de la esquina. Y sería muy riesgoso pensar que cualquier entidad internacional puede entenderse como gobernanza global. “El G-20 no es ni puede ejercer la gobernanza mundial”. Esta rotunda afirmación la escuché hace unos días de boca del exministro de defensa español, Narcis Serra, en un seminario sobre Multilateralismo e Integración Regional que organizó en San José de Costa Rica la Secretaria General de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), con el apoyo del CIDOB y la Fundación Carolina de España. La frase tiene su enjundia, entre otras razones porque contradice directamente lo dicho por el exsecretario de Estado, Henry Kissinger, en otro seminario, organizado en Beijing por el principal tanque de pensamiento chino sobre globalización, en el contexto de la celebración del 90 aniversario del Partido Comunista. Para explicar esa contradicción es necesario captar cual es la significación que tiene la gobernanza mundial para ambos expertos en seguridad y relaciones internacionales. Narcis Serra es un europeo seriamente preocupado por la afectación que tiene para muchos países de la Unión el comportamiento tóxico del capital financiero global y convencido de que eso sólo se regula con una fuerte gobernanza mundial, que no puede alcanzarse al margen del multilateralismo de Naciones Unidas. Por el contrario, Henry Kissinger, estandarte de la visión realista del poder mundial, no piensa en gobernanzas fuertes, sino apenas en un entorno lo más multilateral posible para el ejercicio del nuevo liderazgo mundial, al que está condenado China. Y ese sería el G-20. Desde luego, Kissinger parte de un convencimiento: la posición económica actual de China es similar a la de Estados Unidos en 1947. El país asiático es hoy el mayor acreedor mundial, y no tendrá más remedio que hegemonizar el mundo, conformando un nuevo orden mundial, aunque eso le pueda costar treinta años. En esa perspectiva, el G-20, que es una instancia informal de coordinación, entre países desarrollados y países emergentes, sería una plataforma adecuada de deslizamiento hacia la hegemonía mundial de China. Esa perspectiva parece más realista a primera vista que la referida al diseño de una gobernanza mundial fuerte. Sobre todo, porque este enfrenta una cadena de dificultades prácticamente insuperable. Es difícil pensar que ese tipo de gobernanza global tenga lugar por fuera de Naciones Unidas. Pero eso significa la reforma del sistema ONU y esta tiene un obstáculo decisivo para que adquiera alguna entidad: debe reformular el sistema de veto que presenta todavía su Consejo de Seguridad. Y no hay indicios de que ninguno de los países que lo poseen esté dispuesto a desprenderse de esa capacidad crucial de veto y en particular China por razones obvias (los otros países son Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Rusia). En suma, el camino hacia una gobernanza mundial fuerte parece extremadamente difícil. Sin embargo, la perspectiva sencilla que ofrece Kissinger de un avance fácil hacia el liderazgo chino tampoco lo es tanto. En realidad, su visión peca de exceso de realismo: desprecia el “detalle” de que China tiene un sistema político autoritario que viola los derechos civiles. Lo que en términos globales significa que la competencia con la potencia declinante, Estados Unidos, tenderá a asumir un conflicto entre sistemas, como ya sucedió –salvando las distancias-  con la Unión Soviética. Esta circunstancia hará que la hegemonía económica china no se traduzca fácilmente a nivel político, por mucha deuda europea que sea capaz de comprar (aunque esa compra este dirigida a mantener durante un tiempo una actitud pasiva de parte de la Unión Europea). Así las cosas, el horizonte futuro global no es precisamente cautivante. Por un lado, el camino hacia una gobernanza mundial fuerte parece bastante cegado; pero, por el otro, la sustitución hegemónica a favor de China presenta complicaciones políticas sustantivas. Por ello, lo más probable es que se forme un escenario de competencia inter-sistémica entre el eje occidental y el asiático, del cual no puede excluirse el surgimiento de tensiones de seguridad en cualquier momento, aunque no lleguen al conflicto abierto, entre otras razones porque los competidores son propiamente grandes potencias militares. En breve, no hay buenas noticias sobre la gobernanza mundial y el futuro del sistema global en transición. *Enrique Gomáriz Moraga ha sido desde 1990 investigador asociado de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO)
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