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La soledad del lector electrónico

La soledad del lector electrónico

viernes 15 de julio de 2011, 09:25h
Estrenar iPad y no tener un libro electrónico que echarte a la yema del dedo es un fastidio. Ya sé que lo suyo es tener un ereader, como tienen los lectores empedernidos que, embriagados por el vapor de la tinta, han decidido desintoxicarse —sólo en parte— con la lucecita de la pantalla. Pero cada uno tiene lo que puede. O lo que le regalan.
Después de bajarte todas las aplicaciones habidas y por haber para pasar el rato, perder el tiempo o, en el mejor y más improbable de los casos, ganar un amigo, decides, como biblioadicta que eres, buscar un buen ebook con el que probar eso tan moderno de leer en la pantalla cosas que tú no has escrito y que no son páginas web. Y es entonces cuando descubres que, en el mejor de los casos, la versión electrónica de la novela que quieres leer cuesta sólo dos euros menos que el libro en papel de toda la vida de Dios, la Virgen y los santos lectores. Y entonces te preguntas: ¿para qué he invertido yo en el aparatito éste? ¿Cuántos ebooks tendré que comprar para rentabilizar el desembolso? ¿Por qué quieren que me haga moderna, con lo caro que resulta? El último en subirse al carro de vender libros electrónicos ha sido Pérez-Reverte. Sus novelas "El capitán Alatriste", "La Reina del Sur" y "El asedio" (Ed. Alfaguara) ya están en formato ebook. ¿Precio? Diez euritos. O sea, lo mismo que cuestan sus respectivas ediciones de bolsillo. Para ese camino yo no necesito alforjas. Y mucho menos una funda de iPad con atril para leer en la cama. Es en estas situaciones cuando empiezo a dar valor (más, se entiende) a la iniciativa de la editorial Musa a las 9, la primera en España que publica libros sólo en formato digital. Y baratos. Y que, para abaratarlos aún más, ofrece el streaming o lectura online, con la que se puede ahorrar un par de euros más respecto a la descarga (que suele rondar los 6 u 8 euros). Su modelo de negocio es sencillo: tú escribes, yo mimo tu libro como si lo fuera a publicar en papel (con sus correctores, sus maquetadores, sus pruebas) y, como no gasto mi parte correspondiente del Amazonas ni necesito libreros ni distribuidores que decidan si colocan o no tu obra en la mesa de novedades, los dos ganamos más. Y tú, autor, pasas de ingresar el 10% del precio en concepto de derechos a recibir un 50%. Pero esto no es una diatriba en contra del gremio de los libreros. Ni siquiera de los distribuidores. No es una queja ni una reivindicación: es la descripción de la realidad. Igual que cuando digo que, por el mismo precio, prefiero comprarme un libro en papel en una librería de toda la vida, donde el librero me recomiende cuál puede ser un volumen de mi agrado en función de los autores que me privan, de las novelas que he comprado otras veces o incluso de lo que intuye que tarde o temprano querré comprar. Como me sucedió hace unos días con Carlos Pardo en la librería Antonio Machado del Círculo de Bellas Artes. Pero ese es otro capítulo (con novela propia incluida, "Vida de Pablo", editada por Periférica) que merece una columna propia. Online, por supuesto. Y hasta gratis.
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