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Caras al sol: Loyola de Palacio (II)

Caras al sol: Loyola de Palacio (II)

viernes 05 de agosto de 2011, 00:26h
Conocí a la ministra el verano de 1996, en la barra de un mesón de A Pobra do Caramiñal. Acababa de estrenar el cargo y me acerqué a felicitarla. Unos minutos después ya estábamos hablando de la pesca y concertando cita para nuestra primera aventura, a las 10 de la mañana en el puerto de Cabo de Cruz. Acudió puntual, acompañada por su hermana Urquiola y dos escoltas que alertaron a la Guardia Civil de los movimientos de la excelentísima señora. La primera sorpresa fue que, a una prudencial distancia, nos vigilaba una patrullera de la Benemérita. No le gustó nada a Loyola de Palacio este despliegue y nunca más volví a presenciar la escena. Es más, ella hacía todo lo posible para dar esquinazo a los “polis” que la acompañaban. Doy fe de que le gustaba la libertad.    Ya en el mar, con las líneas al fondo (y dos brazas arriba) nos disputábamos las piezas, especialmente las de mayor tamaño. Cuando subía abordo alguna faneca de buen tamaño alardeaba con ironía de ello, lo que me permitía comentar que no tenía mucho mérito, porque el general Franco también tenía un buzo que le colocaba las piezas en la punta del anzuelo. Risas y volver a empezar. Eran cuatro o cinco horas apasionantes  y sólo hacíamos un pequeño descanso al mediodía para compartir un bocadillo de sardinas en aceite y un trago de Ribera del Duero fresquito. No había mejor manjar y Loyola, que era mujer de buen diente, así lo ponía de manifiesto.    Algunas jornadas nos acompañó la presidente de la Federación de la Mujer Rural, Juana Borrego, que se estrenó en el oficio con una faneca de gran tamaño. En otras ocasiones fueron concejalas donostiarras, amigas de Loyola, las que disfrutaban de aquellas mañanas que, unas veces con sol, otras con agua y viento y muchas con una niebla que nos desesperaba, se nos antojaban cortísimas. “Flora”, que así se llamaba nuestra cáscara de nuez, podía con todo. Y el capitán Fran, con mano firme al timón, no nos defraudó ni un sólo día.    El  teléfono de la ministra sonaba con frecuencia, pero ella prefería seguir con la faena. Hablábamos de política, de los problemas del mar y de los marineros, pero siempre sin soltar la línea, esperando el mágico “tirón” que indicaba que el pez dejaba de ser pez, para ser pescado. Era una mujer hiperactiva y no le bastaba la jornada para saciar su apetito marinero. Las tardes, si el tiempo no lo impedía, era fácil verla cortar el viento, en aguas de Rianxo, en una tabla de windsurf.  Otras veces la acompañé a la isla de Sálvora donde practicaba pesca submarina. Se sumergía, con varios kilos de plomo a la cintura, en aquellas bravas aguas y era capaz de bucear durante cuatro horas. Lo han visto estos ojitos: a los pulpos, de respetable tamaño, les mordía la cabeza para aplacar la ira de sus tentáculos, como mandan los cánones. En otra ocasión su trofeo fue un enorme congrio de más de 12 kilos de peso. Pero, por si la jornada marinera no hubiera sido suficiente, algunas tardes visitábamos las lonjas de Ribeira o Aguiño. Fue precisamente en esta última villa donde una mañana se hizo a la mar con Antonio Oujo, el mejor percebeiro de la zona. Quería conocer de cerca el riesgo de los hombres y mujeres que se juegan la vida, donde la mar se vuelve agresiva, para capturar los cotizados crustáceos. - Lo de esta mujer es increíble, qué fortaleza física y qué valentía. Yo fui el que pasó miedo, comentaba Antonio.    Se ganó el respeto de los mariscadores de la Cofradía, que todos los años la invitaban a una comida con los buenos productos de aquellas costas. Gumer no pestañea y no sabe si le estoy contando una película de aventuras o si estoy endosándole una batallita propia de mi edad. En cualquier caso, quiere más y le prometo una tercera entrega. Félix Lázaro. Periodista. Próxima entrega: Veraneos con gente importante.
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