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Rubios

Rubios

sábado 07 de julio de 2007, 04:52h

¡Y finalmente fue pingüina!

Muy pocos creían que el presidente Kirchner iba a romper la tradición de todo presidente argentino de querer perpetuarse en el poder. Sin embargo, don Néstor decidió, aún cuando sus probabilidades de renovar el mandato seguían siendo muy altas, renunciar a una nueva presidencia.

Hubiera sido un lujo completar esta saludable innovación institucional con la designación de un sucesor no tan ligado al propio al propio Kirchner como su esposa, o aún más lujoso todavía, que dicha designación hubiera provenido de una interna abierta y no del “dedazo”. Pero bueno, hace rato que los argentinos no nos damos ningún lujo en materia institucional, no iba a ser está una excepción.

Es más, el nombramiento de Cristina (¿Qué es Fernández o qué es Kirchner?), no hace más que confirmar la dificultad que tiene la política argentina para generar sucesores en lugar de opositores.

Hasta ahora, todos los candidatos de la democracia, y también dentro del partido militar, que sucedieron a presidentes, o que fueron candidatos a sucederlos, fueron opositores y no continuadores de su predecesor. Sin ir muy lejos en la historia, ese fue el caso de Angeloz con Alfonsín, o de Duhalde con Menem. O del propio Kirchner con Duhalde.

Claro que los mal pensados atribuyen la designación de la Primera Dama, justamente, a la mejor estrategia del presidente para mantener el poder por varios períodos presidenciales y así completar su obra. Si este fuera el caso, quedaría demostrado que el presidente sólo piensa en el corto plazo, cuando se trata de la política económica, pero no cuando busca su propia supervivencia política.

Pero bueno, más allá de las especulaciones sobre las razones que llevaron al presidente a abdicar a favor de su esposa, lo cierto es que la candidata será Cristina.

Ya habrá tiempo de evaluar el rumbo de un eventual nuevo gobierno de la Senadora (lo más probable). Pero intento realizar una exploración provisoria al respecto. Veamos.

De acuerdo al slogan oficial, Cristina, porque “el cambio recién empieza”. De acuerdo al propio presidente, Cristina asume “para profundizar el cambio”.

¿Pero de qué se habla cuando se habla de cambio, al menos en política económica?

De acuerdo a un importante funcionario del presidente: “en diciembre, vienen los rubios”.

Ahora bien, ¿los “rubios” son iguales que los “morochos” pero con mejores modales? ¿O son distintos?

Permítanme un análisis menos discriminatorio, con un ejemplo, del pasado cercano.

El ex presidente De la Rúa se presentó ante la sociedad como un “menemista prolijo” o, en la jerga que estamos utilizando, como “un rubio de la convertibilidad”. El diagnóstico, en ese momento, al parecer, era que la Argentina necesitaba algún retoque impositivo y un manejo más prudente del gasto, para dar la señal a los acreedores de que “la casa estaba en orden” y mantener el apoyo de los organismos multilaterales de crédito. Mientras tanto, se subestimaban las transformaciones del escenario internacional, y los efectos de la devaluación brasileña sobre la competitividad local y el destino de la inversión.

En otras palabras, dos problemas que requerían políticas contundentes, el endeudamiento y el tipo de cambio real, fueron manejados como si simplemente fuera necesaria “una continuidad más honesta y con menos pizza y champagne”. Sólo bastaba, según la administración De la Rúa, con poner fin a “la fiesta para pocos”, para que los acreedores renovaran la deuda sin límite y sin tasas crecientes y para que, automáticamente, los problemas de competitividad de la economía argentina derivados de las devaluaciones de los vecinos, se solucionaran.

Ese grave error de diagnóstico, o la imposibilidad, por debilidad política de partida de la Alianza, para instrumentar medidas más profundas, fue llevando a un deterioro acelerado que todos sabemos donde terminó.

¿Estamos frente a un problema similar? ¿Vamos hacia un kirchnerismo de buenos modales?

Ante todo, repasemos nuestros problemas, bien diferentes a los de fines de siglo pasado.

El primero, derivado de una preocupante inconsistencia macro, puede resumirse en la elevada tasa de inflación, aunque es algo más amplio que eso. Dado que los problemas fiscales que parecían “por siempre superados”, están regresando rápidamente, aunque todavía escondidos, detrás del espejismo de un gasto que no ha terminado de ajustar en términos reales y de ingresos que aumentan al ritmo de la inflación “verdadera”, sumados a mejoras, “por única vez”, de la seguridad social, disfrazadas de mejoras permanentes.

El segundo problema evidente, surgido de políticas públicas que desalinearon los precios relativos y los incentivos a invertir en ciertos sectores, es el de las restricciones de oferta, no sólo de energía, aunque principalmente de energía.

Este cuadro, justo es aclararlo, difiere sustancialmente de las condiciones de crisis del 2001. El endeudamiento sigue alto, pero su perfil de vencimientos se ha alargado sustancialmente y, sobre todo, las tasas de interés reales, medidas contra la evaluación de los precios de los productos de exportación de la Argentina, son negativas. Los problemas de competitividad, por su parte, si bien resultan importantes, cuando se toma el aumento de los costos internos y la baja productividad local son, al menos por ahora, más que compensados por la fuerte revaluación de las monedad de los países más importantes en nuestro comercio exterior, con excepción obvia de los Estados Unidos. (Puesto que mantenemos el tipo de cambio fijo contra el dólar, pero a una tasa de inflación que quintuplica, como mínimo la estadounidense).

Pero que los problemas sean distintos, e incluso, menos graves que los vividos en el pasado reciente, no implica que baste con “agarrar bien los cubiertos” y “ser educado” para solucionarlos.

La cuestión de la inflación y la lenta pero inexorable desaparición del superávit fiscal, primero en las provincias y luego en la Nación, exigirá otro manejo del gasto, algún ajuste en la política monetaria y una negociación muy dura con los sindicatos para poder acordar aumentos salariales que “miren para adelante” con expectativas de inflación cayendo.

Los problemas de oferta, no solo en el mercado de la energía, exigirán un realineamiento de los precios y, por sobre todo, un reemplazo del actual contexto de fuerte participación pública en la inversión, por incentivos, y un “clima contractual”, que atraiga, nuevamente la inversión privada y no sólo de los amigos.

Como puede observarse, los problemas que se están acumulando, no requieren “una profundización”. Necesitan un cambio serio de 180 grados.

La duda, entonces, nace instantánea. ¿Estamos, sólo frente a una nueva operación de marketing político, que trata de vender un cambio dramático, como “un más de lo mismo prolijo”, para no poner en evidencia los errores del Kirchnerismo auténtico, y salvar la imagen del presidente?

¿O estamos frente a un nuevo error de diagnóstico, como el vivido en la crisis pasada?

Resolver este acertijo, como puede imaginar el amable lector/a, resulta clave para determinar el futuro económico argentino. En especial si, insisto, como ratifican las encuestas, será Cristina la próxima presidenta de los argentinos.

Pero no resulta fácil la solución de este interrogante con los datos que tenemos hasta ahora.

Es probable, sin embargo, que los “rubios” tengan una visión más amistosa hacia los mercados e intenten un “salto de calidad” en el populismo rancio de K.

Así como Duhalde aprendió globalización en un viaje a España. Así, puede ser que el contacto con el mundo, en especial con el socialismo chileno y español, o el partido demócrata norteamericano, le haya hecho comprender a la primera dama, que insistir con el estatismo en la oferta y el populismo en la demanda termina, tarde o temprano, en crisis. Y que el ejemplo a la vista de la aceleración de la inflación y la falta de energía ratifica esta presunción.

Sin embargo, pasar del populismo al progresismo, como he planteado más de una vez desde estas líneas, no es sólo una cuestión de voluntarismo. Hace falta profesionalidad, equipos, calidad de la dirigencia en sentido amplio, honestidad. En síntesis, una serie de atributos de los que hoy no abundan en el país, salvo honrosas excepciones.

El problema es aún mayor, si se considera que se consolida un mundo con energía cara, alimentos caros y techo “chino” para los salarios de baja calificación.

Un contexto poco amistoso para los populismos y muy desafiante para los progresismos.

También resultará desafiante imaginar el papel de Néstor en el gobierno de Cristina. (¿Retendrá el actual cargo del Ministro de Economía “en las sombras”? ¿O se dedicará a aquello que no sabe hacer: construir consensos para generar una nueva estructura política que responda a las necesidades del poder?

¿Qué pasará con los empresarios “amigos” que sirvieron de andamiaje a la economía K. de estos años cuando gobiernen los rubios, no tan amigos?. ¿Cómo reaccionará el sindicalismo, en el marco de intento de acuerdo social “a la chilena”?

Como decía más arriba, por ahora, más incógnitas que datos.

Algo, sin embargo, es seguro.

Un progresista, no es un populista con buenos modales.

Los rubios tendrán que ser mucho más que eso.

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