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Zaffaroni y la mediocracia

Zaffaroni y la mediocracia

domingo 07 de agosto de 2011, 04:53h
La capacidad de empobrecer cualquier análisis, de desnaturalizar los argumentos ajenos; la persistencia en reducir las razones del oponente a una mera especulación, o a la defensa de un interés espúreo; el empeño en minar la credibilidad de las personas que son ejemplo para su sociedad, sobre todo si estas tienen simpatía o se sospecha que tienen simpatía con el gobierno; las predicciones catastrofistas... Estos vicios, estas inconsistencias constituyen la práctica cotidiana de la mediocracia comunicacional, ese ejército en la penumbra. Son mediocráticos una buena cantidad de comunicadores de radio y televisión y una tiara de escribas. Suspicaces, mal formados, medio informados, medio despistados, oportunistas, inescrupulosos, siempre al salto por un bizcocho, los mediocráticos se ensañan con la trayectoria, la honradez y el buen nombre ajeno, como acaban de hacerlo recientemente con Eugenio Zaffaroni, un jurista cuyo prestigio bien ganado hace palidecer a tanto capital mal habido. "Creo que le pisé la caja a alguien, sin saberlo", declaró en estos días el juez de la Corte para explicar el móvil real de la campaña en su contra. Cuando esto pase y Zaffaroni demuestre su completa inocencia, ¿se retractarán los maledicentes? Nada lo hace prever. Los gurúes económicos, es decir los lavaplatos de la vajilla liberal, no se desdijeron nunca de las absurdas predicciones sobre el dólar a diez pesos, la necesidad de importar trigo, el precio de la carne vacuna por las nubes, la energía faltante, el presunto mal uso de las reservas... y tantas otras que se auguraron como inevitables y nunca ocurrieron. Y aquellos editorialistas políticos que dieron por muerto al kirchnerismo en 2009, todavía no lo resucitaron y eso que Cristina ya tiene una importante intención de voto para las elecciones de octubre. Del mismo modo, quienes acusaron a la nueva juventud peronista de practicar una suerte de “hitlerismo sudamericano” todavía no se autocriticaron. Y los que predijeron que la Argentina quedaría aislada internacionalmente aún no corrigieron ese error de sus finos olfatos. Quienes informaron cien veces por día sobre la misma salidera bancaria continúan ocultando cifras que muestran notorias mejoras en la redistribución de ingreso y en la recuperación del empleo, del salario y del consumo, en un record tras otro de la industria, realidades macizas, contundentes, que permiten pensar el devenir argentino con más optimismo, no obstante la continuidad de una crisis económica que ya compromete al conjunto de las naciones. Y tampoco admiten que el país sigue de pie en medio de esas arenas movedizas. Ocurre que el optimismo, como las buenas noticias, contagian. Por lo tanto, no se publican. Y si a pesar de eso se publicaran, aparecerán en la página 40 ó 50, chiquito, abajo, perdidas entre una profusión de publicidades. Porque, para un mediocrático que se precie, en la Argentina de estos días, y con este gobierno, una buena noticia es una mala noticia. Como advirtió el Quijote, "cosas veredes, Sancho, que non crederes"
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