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Los pactos trampa de Rajoy

jueves 07 de diciembre de 2006, 09:30h

Manuel Marín no es Gregorio Peces-Barba. Por eso su brindis por el consenso será todo un brindis constitucional, pero lamentablemente no deja de ser un brindis al sol. El entonces presidente del Congreso y ahora rector de la Universidad Carlos III tenía la suficiente influencia sobre Felipe González y la amistad necesaria con Manuel Fraga como para lograr aquellas escenas del sofá, de los años 80, en las que lograba sentar cara a cara al presidente del Gobierno y al líder de la oposición para que dirimieran sus diferencias.

Por eso, Marín, un bienintencionado, aunque algo tiquismiquis, presidente del Congreso se tiene que limitar a soltar el mensaje, obligado, de que este reto de acabar con la violencia es misión casi imposible sin el acuerdo de los dos grandes partidos. Pero es un predicador en el desierto: le han dado la razón como a los tontos. Zapatero está de acuerdo, pero ha dejado muy claro que no tiene previsto llamar a Rajoy ni a medio plazo. Y Rajoy no se ha quedado atrás. Ofrece un pacto sobre terrorismo a Zapatero pero siempre y cuando abandone el proceso de paz: primero que no se olvide de encontrarse con ETA y luego que los socialistas de Euskadi dejen de hablar con los de Batasuna. O sea, yo pacto contigo si primero abandonas todo lo que tienes previsto hacer, versión del PP. Y yo quiero lograr un consenso con la oposición pero no estoy dispuesto ni a llamar a su líder, versión de Moncloa. Saco roto para la llamada de atención del presidente del Congreso de los Diputados. Y lo malo es que tiene toda la razón. Hace falta que abandonen esa batalla por muy cierto que sea que el PP la empezó primero o por muy razonable que piense Rajoy que sea su despecho, tras enterarse por los periódicos de que Patxi López se iba a encontrar con Arnaldo Otegui a la luz y con cámaras como testigos.

A Zapatero no le va como para tirar cohetes. Las bravatas de los dirigentes de Batasuna y la kale borroka, convenientemente jaleadas por el PP, están creando desazón e incredulidad en la opinión pública sobre el proceso de paz. Y para colmo, y esto es lo peor para su Gobierno, esta explosiva bronca sobre el proceso de paz impide que lleguen nítidos a la gente sus proyectos sociales en marcha, los buenos resultados de la economía y el empleo o los notables avances en infraestructuras. El CIS no engaña.

Tampoco es que a Rajoy le vaya de cine. Por mucho que fría al presidente semana a semana con sus preguntas en el Parlamento sobre ETA, por mucho que insistan Acebes, Zaplana y Astarloa, solo van a conseguir convencer a su militancia de que Zapatero es un inmoral por hacer lo que ya intentó Aznar: hablar con ETA para acabar con la violencia. El resto de la gente está cada vez más segura de que el PP quiere torpedear el proceso de paz aunque ese fracaso pueda suponer nuevos atentados sangrientos en un futuro más o menos lejano.

Nunca como en este nuevo aniversario del referéndum constitucional los puentes entre el Gobierno y la oposición estuvieron tan derruidos.

Habría que pedirle a Zapatero que se comiera la rabia y la soberbia e intentara de verdad y no solo de palabra restablecer la comunicación con Rajoy. Y convencer al líder de la oposición que no ofrezca pactos, como los que acaba de proponer, con trampa. Trampa es decir que se está dispuesto a pactar en la lucha contra el terrorismo si antes se exige al Gobierno que abandone todo lo que está haciendo. Trampa es decir que se quiere pactar sobre los estatutos cuando todos los dirigentes regionales de su partido, a excepción de Josep Piqué -y seguramente porque Génova se lo impidió-, están acordando con el PSOE las reformas estatutuarias en todas partes: Valencia, Andalucía, Aragón, Baleares, Castilla-La Mancha…Y trampa es ofrecer un acuerdo sobre la memoria histórica basada en lo de siempre: que los perdedores de la guerra civil aguanten otros setenta años siendo ignorados de por vida.

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