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Los juegos populares y las manualidades volvieron al Centro

Los juegos populares y las manualidades volvieron al Centro

lunes 26 de septiembre de 2011, 01:08h
En la calle García Moreno, entre Olmedo y Bolívar, los ciudadanos jugaron rayuela, trompos, saltaron la cuerda
Esta es otra acción de la Semana de la Movilidad. Julio Zary, de la Agencia de Noticias, cuenta cómo se vivió esta fiesta “¡Esto es lo mejor que podía suceder!”, dice un emocionado Jaime García Velasco, que a sus más de 70 años, dirige su negocio en la calle Bolívar y García Moreno. Lo encuentro en plena calzada de la García Moreno, retornando a su trabajo con el periódico bajo el brazo, para enterarse de las noticias. “¡Qué bien se siente!”, dice, “hace años que debió hacerse esto”. Recordó que en 1950, cuándo la población no pasaba de los 200 000 habitantes, la ciudad no tenía los problemas que hoy afronta, como el smog y los congestionamientos.   Allí, en la García Moreno o “Calle de la Siete Cruces”, se congregó un grupo de muchachos para recrear los juegos tradicionales, que por mucho tiempo permanecieron en vigencia, hasta que llegó la modernidad, con los videojuegos y tantos otros pasatiempos electrónicos, que dejaron en el olvido al trompo, la cuerda, la rayuela o los cocos. Hoy, el Municipio busca rescatar los juegos de antaño, que permanecen en la memoria de nuestros mayores y que los recuerdan con melancolía. Primero llega al sitio un agente en servicio activo de la Policía Nacional. Participa en una ronda de trompos y lo logra con gran habilidad. Primero lanza el trompo a la calzada, tirando de la piola, y luego llevándolo a la palma de la mano, en medio del aplauso de quienes lo observaban. Una señora se arriesga a jugar la rayuela. Toma la ficha y la lanza en el trazado hecho de tiza. Salta, obviando la ficha, y avanza al final y regresa. ¡Ha ganado!, pero solamente el aplauso de público. Pero no importa. La concursante ha recordado lo que jugaba en la escuela. Más allá están dos muchachos con una cuerda, dándole vuelta, en forma circular, de arriba hacia abajo, a la espera de que alguien se atreviera a saltar, al compás del estribillo “monja, viuda, soltera, casada”. Llegan dos guambras y quieren hacer la prueba. Al principio fallan, pero luego lo hacen con mucha solvencia, con gritos de satisfacción. No hay que retroceder muchos años para recordar que Quito se desenvolvió sin los problemas que trajo consigo la modernización, a partir de los años 60. “Todos esos juegos los practicábamos cuando éramos guambras”, dice con nostalgia Teresa, de 60 años, que hoy decidió dar un paseo por las tranquilas calles del centro histórico. “Esto está de que se repita más a menudo”. Alguien se decide a opinar que antes de que venga el fútbol, a principios del siglo XX, la gente no tenía otra cosa que hacer que recurrir a este tipo de juegos que eran muy populares. Eran costumbres muy arraigadas en la población, sobre todo en las escuelas, en donde los chicos practicaban los juegos durante las horas de recreo. Entonces, espontáneamente se formaban equipos para competir sanamente. Es lo que el Municipio capitalino trata de rescatar ahora. No solo los trompos, la rayuela o la cuerda, sino muchos otros que entretienen a la gente y que muy bien los puede adoptar nuevamente, no solo porque son novedosos, sino baratos y sanos. Pero hoy no solo fueron los juegos lo que entretuvieron a la gente que transitó por la García Moreno. Atrajo la atención de no pocos el “taller al aire libre” para aprender a pintar con las yemas de los dedos, o sea lo que se llama “dáctilo pintura”, como dice el instructor Walter Bueno, que enseña gratuitamente a sus alumnos sentados alrededor de una mesa llena de pinturas de todos los colores. Mujeres y hombres que nunca tomaron un pincel, se aventuraron a hacer lo que siempre hubieran querido hacer. Y con las indicaciones de Bueno, lo iban logrando, teniendo como “lienzo” un pedazo de cartulina sobre cuya superficie iban pintando, sobre todo paisajes. Los espectadores que rodeaban la mesa de trabajo miraban con asombro el resultado del trabajo que hacían los futuros pintores. “Es lo que siempre quise hacer y no tuve la oportunidad”, dice María, que está con su hija Lorena de 7 años. Las dos pintan y pintan. Y para mitigar el calor que se siente a esa hora de la mañana, cae bien un jugo de naranja con zanahoria que ofrece un puesto instalado en la Sucre y Benalcázar. Es un negocio en el que trabaja un enjambre de mujeres entusiastas. Más acá, entre la Iglesia de la Compañía y el Centro Cultural Metropolitano, se han instalado unas carpas en donde se exponen los trabajos que realizan las personas que asisten a los talleres de los Centros de Desarrollo Comunitario de San Marcos, San Diego y La Tola. Allí aprendí a elaborar un pingüino de papel, aplicando el arte del origami, antigua tradición de los japoneses que utiliza el papel para hacer muchas figuras, con solo hacer una serie de doblajes. Luego está un grupo de mujeres que elabora algunos objetos utilizando los desechos sólidos. Carteras, billeteras, adornos de muchas formas, son ofrecidos a los visitantes. En otra carpa se hacen demostraciones de lo que las señoras han aprendido en los talleres de belleza, o también invitan a probar el pan que también elaboran luego de haber asistido a los cursos de aprendizaje. Parecía un día festivo, a pesar de que todo el mundo se dedicó a sus actividades. El centro histórico mostró otro rostro. La gente se movía con alegría, a veces un poco agitada “por no estar acostumbrados a este trajín”.
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