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Osea, el calor

viernes 13 de julio de 2007, 12:31h
   Durante este de fin de semana los termómetros van a alcanzar los 40º en bastantes lugares de la península y Baleares, y, excepto que se caiga la catedral de Burgos o que los numerosos y voluntarios asesinos de ETA logren colocar una bomba en el aparcamiento de una playa, vamos a hablar del calor... como todos los veranos.

   Hablar de calor en verano casi tranquiliza, porque nos ayuda a alcanzar el consuelo de que lo del cambio climático es más lento o menos célere de lo que los profetas nos anuncian. Creo en el cambio climático con la misma inseguridad con que creo en las rebajas de enero, quiero decir que no distingo bien lo que son afirmaciones científicas de lo que es propaganda.

   Como llevo ya varios años de existencia sobre este planeta, no tengo que recurrir a las estadísticas para corroborar que, en mi niñez, nevaba bastante más, hacía algo más de frío en invierno, pero también corroboro que, durante los veranos, hacía más calor.

   Ya sé, ya sé, que las medias del termómetro se determinan a través de la suma de las temperaturas de todo el año, pero juro sobre los fueros de mis antepasados -que a lo peor no tuvieron fueros- que ahora hace menos frío en invierno, pero, asimismo, las temperaturas veraniegas son más suaves.

   Si algún vecino asustado, o revestido de dotes proféticas, le anuncia que esto es el fin de mundo, dígale de parte de un servidor que los veranos en España, desde la mitad del siglo XX, eran algo más tórridos, y que, en las ciudades, la gente salía de sus casas camino de las riberas del río para poder dormir unas horas. Es cierto que la gente tenía menos complejos y que el aire acondicionado era desconocido, pero es igualmente cierto que los 40º a la sombra no representaban ninguna sorpresa.

   En Andalucía, que tienen la sabia experiencia de dividir el verano entre el calor, los calores, la calor, y las calores, saben a lo que me refiero. Por eso, antes de que al impaciente de turno se le ocurra anunciar el Apocalipsis, recuérdenle que las olas de calor procedente del viento africano han sido, desde hace siglos, un fenómeno tan natural como las borrascas otoñales. Dicho sea con todo respeto tanto a los científicos como a los catastrofistas.

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