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El fin del Estado providencia

El fin del Estado providencia

Lejos quedan aquellos tiempos en los que una poderosa institución que todos conocíamos como Instituto Nacional de Industria amparaba empresas gracias a las que, aún con pérdidas, se mantenía un elevado nivel de empleo. Eran los tiempos de una autarquía económica y financiera que nos alejaba de los mercados internacionales, de la emigración de los trabajadores españoles a los países industrializados de Europa para hacer exactamente lo mismo que hacen ahora los trabajadores venidos a España desde América latina o desde el Magreb. Antes del inicio de la transición muchas empresas vivían de la subvención y del peloteo de letras. En la memoria quedó el caso Matesa y tantos otros que hicieron de la quiebra un arte. En esa época Catalunya estaba considerada como una región económica descapitalizada. Todas las instituciones bancarias creadas en Catalunya habían fracasado. La industria textil tradicionalmente familiar se encaminaba a una crisis que culminaría con su práctica desaparición. Catalunya siempre ha sido un territorio tecnológicamente dependiente. Las grandes industrias existentes en el territorio son de capital extranjero. Catalunya pues no genera tecnología, es dependiente de la tecnología mundial. Pero Catalunya cuenta con una gran aglomeración urbana en su línea de costa que tiene un enorme interés en el sector servicios. La Catalunya metrópolis tiene un atractivo inversor. La aglomeración urbana es un negocio incluso para las empresas del lujo. Sí pues, descapitalizada, sin tecnología propia, pero con potencial turístico y de servicios, Catalunya hoy es negocio para el sector financiero internacional. Catalunya, sin embargo, sufre la desaceleración y amenaza de recesión que la ha acabado de descapitalizar. Pero Catalunya sigue estando como territorio junto a la frontera con Francia, la llamada 'Puerta de Europa', y Catalunya asume así su papel de puente entre España y Europa, entre Europa y Asia, entre Europa y América Latina, entre España y África. El territorio histórico de la llamada Catalunya Nord, situada en el sur de Francia, es una zona deprimida, con un bajo desarrollo económico y social. El territorio, en su conjunto, se encuentra lejos de los centros motores de Europa: falta una red de comunicaciones ferroviarias que de una vez nos permitan superar los distintos anchos de vía que instaló la dictadura en la creencia de que con esta medida dificultaría cualquier invasión extranjera. Un error tan mayúsculo como el de la línea Maginot en Francia. Pero además del corredor mediterráneo de mercancías y pasajeros que reclamamos insistentemente nuestra economía, para dejar de ser periférica y convertirse en europea, como exigencia de desarrollo, precisa de una amplia recapitalización financiera, un severo control de la mano de obra inmigrante, además de una reindustrialización y las consiguientes reservas o fuentes energéticas. Una racional y equilibrada planificación económica respetuosa con el medio ambiente, es indispensable para este proceso de recuperación y reconstrucción de este territorio histórico conocido como Catalunya. Cuando los negocios, las inversiones, la localización industrial estaban condicionados por los criterios definidos en y desde la Capital de España, como por ejemplo la promoción del Polos de Desarrollo Industrial 'favorecido' en los años 60, se incrementó el desequilibrio económico interregional y se imposibilitó, con el aislamiento político de España, la formación de empresas multinacionales propias, cuando ya era sabido que el futuro económico nos llevaba a una sociedad globalizada. Tan solo se fomentó la corrupción y el fraude. Las empresas multinacionales propias eran y son absolutamente indispensables para la configuración de una estructura económica de país atento a las ampliaciones de mercado. Obsérvese sino como algunas de las empresas industriales y bancarias españolas hoy expansionadas fuera del territorio obtienen sus mejores beneficios precisamente en su acción exterior. Poca importancia tiene que no aparezcan en los primeros puestos en el ranking de empresas multinacionales. Pero su crecimiento revela capacidad comercial y exportadora. Esta capacidad es la que nos permite dar por terminado el Estado providencia. Un primer intento de internacionalizar nuestras empresas se forjó, a mediados de los años 70, con la promoción en Francia de sus zonas industriales para atraer inversiones extranjeras, incluso de empresas españolas que querían operar en el Mercado Común entonces de los seis Estados que formaban el inicio de la Unión Europea. Aún recuerdo que una de las ofertas en Perpignan era precisamente facilidades de transporte de mercancías por ferrocarril a pie de polígono industrial, aeropuerto internacional, facilidades fiscales y formación de mano de obra. Empresas como calcetines Punto Blanco y Licor 43 no dudaron en entrar en Europa por la puerta de Francia. Pero la deslocalización empresarial que hemos sufrido al iniciarse la última crisis, más el hecho de la dependencia de centros de decisión situados fuera del territorio en razón a la titularidad real de las empresas, nos recuerda que Europa es la garantía de la consolidación de la democracia pluralista. Europa no está en crisis, el capitalismo sufre una crisis que no es tan grave como para entender que es su final. Pero sí que ha puesto en jaque la crisis cualquier veleidad de estado providencia. Tampoco ha sufrido una crisis tan grave la marca democrática que conocemos como para entender que debe ser sustituida por otro régimen político. Con la implantación de una economía de mercado integrada en Europa, eliminando definitivamente el Estado providencia que falseaba la realidad del mercado, y con la instauración de su sistema democrático homologado por el Consejo de Europa, tras la admisión del Estado español en la Unión Europea, es más que evidente que Europa es el único marco idóneo para el desarrollo político y económico de Catalunya. Sin tomar en consideración ahora cifras y magnitudes, es evidente que la transnacionalización de empresas y exportación de nuestros productos a Europa y América, que aún sabe a poco, permite empezar a equilibrar la balanza comercial y luchar contra el déficit que genera el elevado precio del petróleo. Por otra parte la entrada de capitales extranjeros a largo plazo y la reducción y amortización de la deuda pública, permiten empezar a superar la incertidumbre y desasosiego de muchos ciudadanos, pues lo político ya no es hoy, ni en España ni en Catalunya, un freno o factor de desánimo para inversores. La 'Puerta de Europa' es hoy Catalunya, sin duda.