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Escudos humanos

Escudos humanos

viernes 13 de julio de 2007, 15:18h
En las grandes tragedias, como en la Mezquita Roja de Islamabad, no hay inocentes. Casi 300 víctimas tras el asalto militar evidencian que las cosas se han hecho mal y que sus consecuencias futuras aun pueden ser peores.

    Y es que la guerra actual ya no es convencional. Ni los mejores ejércitos están preparados para ella. Bush creyó que el derrocamiento de Sadam Husein sería un paseo militar y al día siguiente fue cuando comenzaron los problemas de verdad, las matanzas y una creciente oleada de víctimas y de odio interracial.
Hasta ayer, como quien dice, incluso las guerras tenían su código ético y una convención aprobada en Ginebra establecía las reglas de ese macabro juego de morir y matar. Pues ya, ni eso.

    El difuso, confuso y profuso terrorismo internacional, de raigambre islamista sobe todo, ha involucrado a los civiles inermes en la primera línea de fuego. Todos recordamos el funesto secuestro por un comando chechenio de 800 asistentes a una obra teatral en Moscú hace cinco años, que acabó con la muerte de 130 rehenes envueltos en explosivos. O, dos años más tarde, la fúnebre ocupación de un colegio en Osetia del Norte, en la que murieron más de 300 personas, entre ellos 186 niños tras los que se parapetaban los terroristas.

    La de ahora es otra guerra en la que no puede presuponerse ni valentía ni heroísmo a sus participantes, como sucedía con los soldados de antaño. Matar a 192 pacíficos ciudadanos el 11-M en Madrid, reventar dos aviones de pasajeros contra las Torres Gemelas de Manhattan o escudarse tras cientos de mujeres y niños en la Mezquita Roja son acciones abyectas que no muestran ni un atisbo de gallardía o valor en sus autores.

    Ante ellas, cualquier respuesta alternativa es peor que la anterior. No cabe el diálogo, pues quienes las perpetran sólo buscan la claudicación del otro. Nunca resulta adecuada la reacción militar, pues convierte a los terroristas en mártires. Es imposible la inacción pues equivaldría a la anarquía. ¡Menudo dilema de una democracia o de cualquier régimen que aspire a serlo algún día!

    El último caso que tenemos es el de un Magreb a caballo entre el Islam y el laicismo, donde crece exponencialmente el terrorismo fundamentalista. Países como Argelia, cuyos últimos dirigentes, como el presidente Abdelaziz Bouteflika, lucharon hace cincuenta años para que su país fuese libre de la colonización, sufren ahora el acoso mortífero de quienes buscan nuevas maneras de privarles de libertad.
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