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La gran cacerolada

miércoles 25 de julio de 2007, 13:14h
  Ahora resulta que los culpables del gran apagón son los ciudadanos que llevan setenta y dos horas sin luz, viendo como se pudren sus neveras, como tienen que subir a pie hasta las plantas más altas de sus casas y encima, sin que nadie les asegure cuando volverá el suministro. Porque viendo el cruce de reproches entre políticos y compañías de suministro y las peticiones del Ayuntamiento para que los afortunados que tiene luz reduzcan el consumo parece como si unos y otros quisieran quitarse responsabilidades de encima.

   Pero los vecinos de Barcelona, que tienen acreditado su sentido cívico, no han caído en la trampa y, tras setenta y dos horas sin energía eléctrica, se han echado a la calle armados de cacerolas y han montado un concierto a sus autoridades que solo saben pedirles  paciencia.

   Una vez más, la historia se repite con tanta insistencia que resulta insoportablemente tediosa. Clos, el ministro de Industria, que antes fue alcalde de la ciudad, culpa a la anterior Administración de la falta de inversión en infraestructuras. El Alcalde actual, Jordi Hereu no responsabiliza a su predecesor porque es él mismo. El president de la Generalitat, José Montilla, tampoco se atreve a hablar de los que estuvieron antes porque eran de los suyos, ni puede culpar a Madrid porque él mismo ocupó la cartera de Industria antes de volver a Cataluña. Conclusión: los responsables son los que estuvieron antes de los predecesores de los de ahora. Un trabalenguas que a los ciudadanos les importa un rábano y sobre todo ahora que ni siquiera pueden cocinar el rábano (ni con las hojas ni sin hojas) por falta de luz.

   Que a estas alturas del siglo XXI, y sin ningún conflicto bélico por medio, tenga en un país europeo que acudir el Ejército para suministrar generadores es un desastre que ha obligado a que los hospitales tengan que aplazar operaciones, se hayan suspendido miles de pruebas médicas y bastantes ancianos, ante la falta de ascensor, lleven cuatro días sin poder salir de su casa, con las neveras inservibles y, consecuentemente, con falta de alimentos frescos.

   Queda además la sensación, también marcada por la experiencia, de que nadie va a pagar por esto, nadie va a dimitir por vergüenza y las indemnizaciones de las compañías, si es que llegan, será dentro de años. Porque la clave está en las eléctricas. Las culpables reales son esas empresas tan deseadas que se pasan el día llorando al Gobierno una subida de tarifas porque supuestamente son deficitarias, pero que a la vez ganan tanto dinero que han sido este invierno las estrellas de todas las batallas económicas y políticas.

   Y es que las eléctricas ganan mucho porque se dedican a invertir en otros sectores estratégicos. Mantienen contentísimos a sus accionistas con pingües beneficios, pero no a los usuarios que sufren los estropicios de la falta de inversión en arreglar unas infraestructuras que, como se ve, son de vergüenza; absolutamente tercermundistas. Al final mucho mercado, poco servicio público y al sufrido ciudadano lo que es mas fácil: pedirle paciencia.

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