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Remar

Remar

domingo 05 de agosto de 2007, 15:49h
La cuestión del “tipo de cambio alto y competitivo” volvió a la primera plana de la discusión económica luego de la designación de Miguel Peirano al frente del Ministerio de Economía.

No es que antes no estuviera el tema en discusión. De hecho, el corazón del “modelo productivo” inaugurado a principios del 2002 era, y sigue siendo, un peso depreciado frente al resto de las monedas relevantes para el comercio exterior argentino.

Pero, en todo caso, acostumbrados al silencio de la olvidadiza Felisa (si Palito hubiera seguido componiendo, allí hay una buena rima para empezar), las intervenciones públicas del nuevo Ministro en los medios y programas “oficiales” o “amistosos” han ratificado la intención de perseverar en el intento de remar contra la corriente, en materia cambiaria.

En efecto, en un país con importante superávit comercial, ingreso de capitales aprovechando el diferencial de tasas de interés entre la moneda local y el dólar, un perfil relativamente suave, en el corto plazo y a estas tasas, de pagos de deuda externa pública, superávit fiscal, buenas perspectivas de los precios de sus productos de exportación y una respetable cantidad de reservas acumuladas en su Banco Central, como la Argentina de estos tiempos, es un país en donde la “tendencia natural” es hacia una apreciación cambiaria y no a la inversa.

En ese contexto, intentar mantener el tipo de cambio elevado o que el ritmo de su apreciación sea lo suficientemente lento como para compensarlo con ganancias de productividad, exige algo más que buenos discursos, buenas intenciones o un Banco Central muy activo.

Para avanzar en el razonamiento que intento elaborar en estas líneas, no tengo más remedio que romper la “ilusión monetaria” y recordarles a los amigos de la UIA, que lo que importa, obviamente, es el tipo de cambio real, es decir el tipo de cambio nominal, corregido por la inflación relevante internamente. Y, para complicar más las cuentas, la comparación es la evolución de esta variable con los tipos de cambio de los países importantes en el comercio exterior argentino, también corregidos por sus respectivas inflaciones. Lo que técnicamente se denomina “tipo de cambio real multilateral”.

Está claro entonces que, cuando se habla de “tipo de cambio alto”, se debería decir “tipo de cambio real alto”. Y que cuando alguien se refiere a “políticas para sostener el tipo de cambio”, debería mencionar “políticas para sostener el tipo de cambio real alto, dada la evolución de las otras monedas y las otras inflaciones”.

Puesto, entonces, en sus justos términos el tema podemos, ahora, analizarlo.

Si nos olvidamos por un instante (solo por un instante) de la evolución de las otras monedas y las otras inflaciones, evolución que, por otra parte, el gobierno argentino no controla, ni influye, lo que ha venido sucediendo desde el salto cambiario de principios del 2002 es que, contrariamente al discurso oficial, y como marca la tendencia natural arriba explicitada, el tipo de cambio real no ha dejado de caer. Medido por precios mayoristas internos ya el tipo de cambio real está en los valores que tenía previo a la salida de la convertilidad. Mientras que corregido por la inflación derivada de los precios al consumidor –bien medida- ya se encuentra en los valores de los primeros tiempos de la convertibilidad.

Dicho de otra manera, si hubiera dependido exclusivamente de la política interna y el resto de las monedas-salvo el dólar, por supuesto- no se hubieran revaluado respecto del peso, hoy estaríamos, en materia de tipo de cambio real, en los “insoportables” valores del 2001; o en los relativamente más tolerables valores del 91-92, según deflactáramos por la evolución de los precios mayoristas o al consumidor, respectivamente.

Pero lo cierto es que seguimos “baratos” gracias a que el Real se apreció, el Euro se apreció, y la mayoría de las monedas latinoamericanas se apreciaron respecto del dólar. Y gracias, también, a que los precios de nuestros principales productos de exportación están en valores récords o cercanos a ese nivel, comparados con los pisos de finales de la década de los 90 y principios de la actual.

Claro que, insisto, con la única moneda con la que no hemos ganado esta competitividad real es con el dólar. Dado que, como mencionara, la inflación mayorista interna ya se comió toda la ganancia de la devaluación nominal, mientras que la inflación en Estados Unidos ha sido en estos años muy baja. Si todavía mantenemos alguna ganancia de competitividad contra Estados Unidos, solo se debe a que algunos costos locales, salarios en algunos casos, servicios públicos en otros, resultan inferiores a sus equivalentes norteamericanos.

¿Y entonces? Entonces, un tipo de cambio real competitivo no solo depende del tipo de cambio nominal, sino que también depende de la tasa de inflación local y de lo que pase en materia de tipos de cambio real en el resto del mundo.

Y es aquí dónde, en los últimos tiempos, la política macroeconómica lejos de consolidar “el modelo productivo”, lo ha estado socavando sistemáticamente.

Me explico. Si la “tendencia natural” del tipo de cambio real en un país con las condiciones actuales de la Argentina es a la apreciación de su moneda y no a la devaluación, la única forma de compensar esa tendencia natural es con una política fiscal y de ingresos coordinada con ese objetivo. Pero si el gasto público crece a un ritmo superior al 40% anual y los salarios al 25% anual y la oferta de bienes debe ser completada con importaciones porque las empresas, o bien están a plena capacidad, o bien tienen límites a su producción derivados de restricciones energéticas o de infraestructura y logística en general, entonces, todo aumento del tipo de cambio nominal que intente mejorar el tipo de cambio real, solo tendrá como resultado una aceleración de la tasa de inflación. De manera que lo que el aumento del tipo de cambio nominal “da” por un lado. Lo “quita” la inflación por el otro.

Por supuesto que la apreciación de las otras monedas permite cierto grado de “laxitud” en la política económica, pero no al punto de descontrolar la política macro de la manera en que se ha hecho en los últimos  tiempos dejando toda la responsabilidad en el Banco Central.

No ignoro que detrás del movimiento del dólar de los últimos días, como comentara la semana pasada, puede haber otro tipo de intenciones. Y tampoco ignoro el juego de “compensaciones” que implica. Por un lado, la devaluación nominal permite una leve mejora en la competitividad internacional para compensar el empeoramiento de dicha competitividad por el aumento de los costos derivado de la crisis energética o del desborde salarial. Por el otro, el aumento del dólar y su influencia en los precios “verdaderos” de la canasta básica y otros consumos, empeora el salario real. Empeoramiento compensado con la adecuación de las deducciones del Impuesto a las Ganancias. Deducciones que, como no se ajustaron por inflación en todos estos años, generaron, para todos los que pagan, un aumento de la alícuota real del impuesto.

Pero la “incertidumbre cambiaria” tiene como efecto no deseado un aumento permanente de la tasa de interés “de equilibrio” para todos los segmentos y plazos. Porque el “seguro de cambio gratuito” no era solo para los especuladores en bonos y acciones, era también para los depositantes del sistema financiero que, a partir de ahora, le piden “otra tasa” a sus pesos para compensar el riesgo de devaluación. Por lo tanto, spreads mediante, los tomadores de crédito, sean consumidores o empresas, terminan pagando el costo de la incertidumbre. Por lo tanto, dejar toda la responsabilidad de la evolución del tipo de cambio real, en manos del Banco Central es obligar a la autoridad monetaria a resolver el famoso “trilema” fijando, simultáneamente, objetivos de inflación, tipo de cambio y tasa de interés. Demasiado.

En síntesis. Plantear una política de tipo de cambio alto y, a la vez, mantener las actuales tasas de expansión del gasto agregado resulta inconsistente macroeconómicamente. Tratar de corregir dicha inconsistencia con minidevaluaciones nominales, o alentando una corrida cambiaria para que no ingresen capitales es pegarse un tiro en …el pie. Eso sólo logra acelerar la tasa de inflación bien medida y elevar la tasa de interés. Corregir luego el aumento de la tasa de interés sin incrementar las presiones inflacionarias implica ¡bajar el tipo de cambio nominal! Pero la incertidumbre cambiaria introducida eleva permanentemente  la curva de la tasa de interés respecto de la situación inicial. Después de toda esta vuelta, terminamos peor que antes. Con más inflación, tasas de interés más altas y tipo de cambio real, igual o peor.

Corolario, remar contra la corriente en materia cambiaria exige tener buenos músculos fiscales y de políticas públicas en general, más que músculos monetarios.

Unas últimas líneas para la situación internacional.

Como también comentara la semana pasada, hay que distinguir, por un lado, el merado de liquidez global derivado del cambio estructural provocados por los chino dólares, los petrodólares, los softwaredólares y los sojadólares, reciclados al mercado financiero internacional. Por el otro, los problemas de corto plazo en el mercado de crédito  estadounidense por los instrumentos  y fondos vinculados con hipotecas de alto riesgo. El primero sigue bien y ellos es la buena noticia para Argentina que depende más del precio de los commodities agrícolas que del vuelo a la calidad de los inversores. El segundo presenta, y presentará  alta volatilidad hasta que  decante la crisis inmobiliaria. Obviamente ambos mercados se conectan.

Por ahora, esa conexión lleva a un menor crecimiento mundial, por menos crédito disponible a tasas más altas por mayor  percepción de riesgo. Menor crecimiento no es crisis, ni precios cayendo. Pero si estas restricciones crediticias se prolongan y los inversores siguen huyendo del riesgo por mucho tiempo, dicho menor crecimiento se puede transformar en algo más grave, afectando, allí sí, el precio de los productos que le importan a la Argentina. Por ahora ese no es el escenario más probable. Sin embargo, a veces, solo a veces, Dios se olvida que es argentino 
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