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Refocile berciano

martes 07 de agosto de 2007, 12:52h

Prolonga el cronista su estancia en Ponferrada (67.497 habitantes, capital del Bierzo, provincia de León y antesala ferroviaria gallega, según se viene de Levante, bien machacado por los pésimos servicios de Renfe). Se ha puesto de arte sacro hasta la corcha del intelecto en la exposición “Las edades del hombre”, aunque no por ello dejará de seguir defendiendo la no confesionalidad del Estado, la laicidad, la asignatura Educación para la Ciudadanía, los matrimonios homosexuales y la esencia del mensaje de Jesús de Natzareth que poco –por no decir nada—tiene que ver con la Acorazada Mitrada que nos quiere hacer retornar al redil a baculazos.

El cronista, en el fondo de todo, es un sentimental. Por eso se deja caer por el Museo de la Radio, que a mayor gloria de Luis del Olmo está en la capital berciana. Se ha informado antes en la página web del centro. No es nada del otro jueves, pero está bien. En él está compendiada la única gran pasión del locutor ponferradino: la radio. Bien sea en archivos sonoros, bien sea en receptores que van desde la época de las radios de galena hasta los pretransistores. El tipo de rostro lunar, consecuencia de un acné juvenil que le acompaña hasta su recién estrenada condición de septuagenario lleva sobre sus cuerdas vocales 10.000 programas matutinos, formato magazine. Y sigue al pie del micrófono. Un fenómeno, vaya. Y el cronista viajero se acuerda de feroces madrugones y choques con Del Olmo. Y no puede por menos que reírse. ¡Ay, Luisito/Luisiño, niño grandullón, berciano malhumorado, trabajador compulsivo!... Fueron buenos tiempos. Y en tu ciudad hace años que hasta le dieron tu nombre a una plaza y colocaron un busto tuyo en ella. Pese a tu querencia hacia el infecto y satánico botillo hay que ser buena gente para llamar al pan pan y a Federico Jiménez Losantos talibán de sacristía. Con un par. Como debe ser.

Porque Ponferrada es mucha Ponferrada. Y hasta tiene un campus de la Universidad de León en su término. Andan bien de cultura. Incluso van sobrados de aceptables servicios municipales. Es una ciudad y una comarca que sabe moverse. Es una ciudad que sabe mantener su propia y mixta identidad. Porque el Bierzo mira a Galicia sin dejar de ser leonés. Y el cronista, gallego ejerciente, no deja por ello de sentirse como en casa.

Mientras el cronista se pone tibio de tortilla de patata y tinto berciano casi enfrente del Ayuntamiento ponferradino, le asalta el recuerdo de aquella Nevenka Fernández, concejala de Hacienda del Partido Popular, que vio, allá por el 2002, su rostro de Mater Dolorosa en todos los periódicos, revistas y telediarios. Ismael Álvarez, el alcalde, la acosaba sexualmente. El edil pepero, prepotente (un engominado macarra de discoteca venido a más), se comportó como un bellaco. Eso es lo que llevaba a la joven concejala a lucir un semblante con ojeras moraítas de martirio. El descrédito propalado por el alcalde y su camarilla no lograron que Nevenka renunciara a llevar el caso a los tribunales. Y se hizo justicia. E Ismael Álvarez fue condenado. Aún hoy, cinco años después, cuesta recuperar el honor perdido de Nevenka Fernández. Y fue Juan José Millás quien, en 2004, con su libro “Hay algo que no es como me dicen” (Ed. Aguilar) volvió por los fueros de Nevenka. Toda una lección de periodismo.

Pero ahora se trata de tomar otras lecciones, las gastronómicas. Hay que comer. Hay que llevarle la contraria a Elena Salgado, la antiplaceres por excelencia. Taxi y a Cacabelos. Está al lado, apenas a 18 kilómetros y a mitad de camino entre Ponferrada y Villafranca del Bierzo, etapa clásica entre los jacobípetas, o sea, los peregrinos a Compostela. ¿Por qué dirección Cacabelos? ¡Coño, que hay que irse al corazón del viñedo berciano! Y de ahí, hasta Canedo, donde tiene su cuartel general José Luis Prada, más conocido como Prada a Tope. El tipo ha prosperado desde que, en 1972, le diera por elaborar conservas de pimientos asados al modo casero... Luego fueron guindas y cerezas, mermeladas, castañas en almíbar, orujos y, por fin, el vino.

Sí, el atrabiliario Prada, el visionario al que todo bicho berciano criticaba hace 25 años, desbrozó, arregló y marcó la senda conservera y vinatera de su comarca. Ha tenido altibajos de fortuna, pero no se rinde. En 1988 adquirió el Palacio de Canedo, un caserón de 1730, rodeado de viñedos. Es hoy bodega, hotel rural de ocho habitaciones, mesón y restaurante.

Al cronista viajero le llega la hora del refocile berciano y de la alegre práctica pecaminosa de la gula. Se lo debe a su cuerpo serrano y también a los meapilas religiosos tipo cardenales Rouco Varela y Cañizares y a los meapilas laicos tipo Elena Salgado y macrobióticos en general. “¿Qué le sirvo?”, le preguntan. “Mucho y de todo”, contesta el viajero. O sea, pimientos asados, truchas de la parte de Valcarce, un tomate abierto y un entrecotte de vacuno mayor. Y para beber, claro, no pueden faltar el blanco y el tinto. El godello de Prada ni su mencía crianza. Hay que confraternizar con el enemigo, que al fin y al cabo, este cronista es de la Ribeira Sacra lucense. Y de postre, castañas en almíbar. Fin del chaqueteo enológico. Porque el cronista rechaza con educada pero firme contundencia la prueba del Xamprada, el cava que José Luis elabora con las variedades godello y chardonnay. Su religión se lo impide. Y su paladar también y con mayor motivo. “¿Un orujo, don Paco”, le tientan. “Pues va a ser que no”, contesta el satisfecho viajero, mientras pide un café y enciende el vigésimo primer cigarrillo de la jornada. Es el último placer del viaje.

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