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La desgracia

viernes 17 de agosto de 2007, 13:07h
Menudean las quejas y las denuncias en los medios de comunicación sobre el ruido insoportable que atormenta a los veraneantes, pero si éste año menudean más es porque hay más ruido que en años anteriores y emitido más impunemente, si cabe.

A la behetría de los borrachos de todas las edades a los que sería inútil pedirles que modularan la voz y que suponen, como Fraga, que la calle es suya, al estrépito ensordecedor que con sus motos de escape libre violan el silencio de la noche los que necesitan dar noticia cabal al mundo de su existencia, a los aquelarres de adolescentes, de niños, enganchados en masa a sus litronas, al ruido infernal que sale de los garitos, las tabernas y las discotecas ni remotamente acondicionadas para mantener represado el sindiós acústico de sus interiores, a los alaridos de los que, perteneciendo a cualquiera de los grupos anteriores, no alcanzan en su estulticia a expresar su contento de otra forma, se unen, para completar la banda sonora de los ilusos que suponen que las vacaciones son para descansar y las noches de verano no precisamente para meterles una carraca en el culo, se unen, digo, la polución de las fiestas patronales y los coches más o menos tuneados, pero invariablemente conducidos por un badulaque, con las ventanas abiertas y la música, es un decir, a todo trapo.

Sin embargo, piensen los veraneantes que eso es así siempre, no sólo cuando están ellos. Y que las policías locales se inhiben, que el gobierno, los jueces y los fiscales miran para otro lado, que los

Ayuntamientos lo fomentan, y que, cualquier día, posiblemente en verano, ocurrirá una desgracia. Otra, me refiero.
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