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El acostumbramiento conduce a la indiferencia

El acostumbramiento conduce a la indiferencia

sábado 18 de agosto de 2007, 16:20h
Con frecuencia suelo escuchar repetidamente tres palabras dichas por diferentes personas: “Ya estamos acostumbrados.”
   
Suena como una inocente frase, podríamos al oírla sentirnos tranquilos, seguros  de que lo que vendrá no será mejor pero por lo menos conocido, ante lo “inevitable” buscaremos el consuelo en otra frase  : “Mejor malo conocido que bueno por conocer.”
Tanto una como la otra nos instala en un espacio peligroso, el de la desesperanza, el de sentirnos seguros de que nada podemos hacer para cambiar lo que está mal.

Dejar hacer pareciera un mandato al que hay que responder sin pedir explicaciones ni denotar descontento o lo que es peor, aceptando infantiles argumentos o respuestas incoherentes.

La lluvia y el frío son las culpables de que la verdura se transformara en un artículo de lujo, imposible de acceder a él. Hasta hace unos días, la espinaca se mostraba en las góndolas de los supermercados como un brillante en la vidriera de la joyería más cara. De los tomates ni hablemos, rojos de vergüenza por su precio dormían sin que nadie se atreviera a tocarlos. La leche, el queso, y cuántos otros artículos más daban cuenta de que el INDEC no decía la verdad.

Esta vez la inacción fue una actitud positiva. Con las tres palabras claves no pudimos estirar nuestros salarios y sin siquiera proponérnoslo hicimos lo correcto: sin protestas ni reclamos dejamos de comprar, el resultado fue la baja de precios, una consecuencia que nos benefició.

No creo que los productores ni los que integran la cadena de comercialización   achicaran sus ganancias para darle la razón al índice de costo de vida, más bien me inclino por pensar que ante lo inevitable prefirieron darle a cada cosa el valor real y no correr el riesgo de perderlo todo.

Este ejemplo de un hecho cotidiano, simple, hogareño, nos ayuda a ver que es posible, sin violencia, hacer respetar nuestros derechos.

Dejemos de aceptar lo inaceptable, seamos capaces de apagar el televisor si creemos que aquello que se nos ofrece  no es éticamente correcto ni estéticamente bello, por más que un famoso productor de televisión nos diga que es esto lo que queremos mirar, digámosle  no a nuestros chicos cuantas veces sea necesario sin temor a sus enojos o a su desamor, es la infancia el cimiento sobre el cual se construye día a día el adulto de mañana, dejemos de compartir las tribunas con los violentos e intentar calmar su descontrol con nuestro descontrol, no permitamos que el consumismo nos invada allanando el camino de los inescrupulosos al comprar porque sí, no dejemos que la pobreza sea un buen negocio para algunos ni que la miseria se haga endémica.

Al asumir una actitud crítica frente a lo que creemos está mal, damos fe de nuestra inteligencia, pero cada vez que desde nuestro hacer cotidiano trabajamos por alcanzar el bien, estamos manifestando de manera concreta nuestro compromiso con el deber ser.

El aceptarlo todo sin buscar la verdad, la belleza, la justicia y el bien común, es transitar esta vida como una sombra.

Formemos a nuestros niños para que logren ser adultos plenamente libres, capaces de discriminar el bien del mal y obrar en consecuencia, personas a las cuales la “injusticia no les sea indiferente” y puedan lograr ser parte de una sociedad donde no sea necesario pedirle a Dios que haga lo que los hombres debemos y podemos hacer.
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