Vivimos en un país feliz

Hace tiempo que pienso que vivimos en un país feliz. Siempre miramos hacia otro lado y eso, claro, viene bien para fomentar el optimismo antropológico, que diría nuestro presidente. Ante un huracán, nos preocupan mucho nuestro turistas, y poco o nada los damnificados. Vivimos pendientes del ‘patatal’ en el que se ha convertido un campo de futbol, por si en él ha de jugar o no nuestra selección, y nos apasiona la guerra entre dos productoras por los derechos de retransmisión de los partidos. Puede que haya otros problemas en el mundo, cayucos que llegan vacíos, pero nosotros somos muy nuestros y nos interesamos por lo que nos da la gana.

Y esa insoportable levedad de nuestro ser se traduce, claro, en un debate político cuando menos peculiar. Me he quedado perplejo, por ejemplo, visitando blogs y foros en Internet estos días, al comprobar la virulencia de las discusiones acerca de las vacaciones del señor Rodríguez Zapatero. Hay quien se escandaliza porque se vaya, desde Doñana, a una casa rural en Asturias; pues menos mal que la habitación cuesta ochenta euros, que si fuese la mansión veraniega de Sarkozy ya ni se sabe qué dirían. Tal vez algunos quisieran que vaya en auto stop, además. La demagogia se extiende ocasionalmente hasta a las revistas de humor, especialmente a ‘esa’ revista de humor, cuyas sal gorda y zafiedad la tienen tomada ahora con el jefe del Estado; es de suponer que un país feliz es también el que se permite jugar con la intimidad de las personas, aprovechando que, además, esas personas son, en este caso, el Rey.

Pues eso: que sigan la juerga y el tinto de verano.