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PSC: Montilla se sale con la suya

lunes 06 de noviembre de 2006, 11:38h

Han bastado setenta y dos horas, las posteriores al 1-N, para que, tras la negativa de Montilla a pactar con CiU, y el ventear primero la posibilidad -para muchos cuadros y militantes socialistas, muy irritante- y luego un Tripartito reeditado, cerrado en la tarde del domingo entre Montilla, Carod-Rovira (ERC) y Joan Saura (ICV-EUiA), para que facas, navajas y cuchillos volvieran, de momento, a bolsillos y cinturones de sus propietarios.

El retroceso electoral (el PSC perdió 240.000 votos, con respecto a 2003) experimentado el pasado día 1, aparte del mazazo psicológico que cuadros y militantes de base experimentaron, hizo que el PSC se enfrentase a su propio retrato. Quizá influyó en ello la aparición de Ciutadans/Partido de la Ciudadanía (casi 90.000 y tres escaños) y, sin duda, la brutal abstención de un 43% del electorado (dos millones de catalanes con derecho a voto), hechos nada baladíes.

Internamente se dispararon las alarmas, que ya habían comenzado a sonar, con sordina, pero perceptibles, durante la campaña, a cuenta del bajo perfil del candidato socialista a la presidencia de la Generalitat. Todos los sectores del partido: obiolistas, maragallistas y hasta montillistas, a cuatro días del final de campaña, afilaban los cuchillos para tirarse a degüello: y la primera cabeza a cortar, en la que coincidían todos, era la de José Zaragoza, secretario de Organización y director de la campaña. Era obvio que tanto el sector obiolista (el más escorado al nacionalismo, poco numeroso pero influyente desde la condición de padres fundadores del PSC) como los maragallistas lo tuvieran in mente, pero un cualificado sector montillista avant la lettre (todos ellos cuadros medios, con funciones en la Generalitat) coincidía en buscar ya una cabeza de turco, un chivo expiatorio, si todo iba como pronosticaban las encuestas, de momento se trataba de salvar al primer secretario, Montilla, que les había colocado allí y que, llegado el caso, les podría recolocar.

Las dos almas

Desde los años 80 se ha dado como dogma casi de fe que en el Partit dels Socialistes de Catalunya existían dos almas: una catalanista y otra obrerista, ligada a las raíces extracatalanas de muchísimos de sus militantes. Dogma que, conveniente desacralizado, y pasado por el filtro marxiano, nos conduce a una élite dirigente (los fundadores del PSC), muy activos en Cataluña desde 1977, ligada sociológicamente a la burguesía progresista por orígenes familiares, de educación y de ejercicio profesional, mientras que, en la inmensa base, en la militancia y en la zona de simpatizantes activos, el catalanismo se diluía completamente y las querencias iban por la impronta marcada por el espectacular triunfo electoral del PSOE, el 28 de octubre de 1982.

Esta realidad, a efectos de reparto interno de poder, se parecía, sospechosamente, a los presupuestos señalados por Karl Marx en materia de lucha de clases. Y no por el hecho de no reconocerlo públicamente, a partir de 1986, estuvieron ausentes las tensiones entre quienes, desde la periferia barcelonesa, en el llamado cinturón rojo, cuya población –si pensamos en el continuo urbano que forman la capital catalana y municipios adyacentes— duplica la de la propia Barcelona, c9ontrolaban el poder municipal y las agrupaciones locales. Esta era la gran bolsa de votos socialistas, que lo mismo servía para las municipales (mayoría de izquierdas en los ayuntamientos, desde 1979), que para las generales (Cataluña y Andalucía son los más preciados y espectaculares florones de la corona electoral del PSOE).

Hasta los congresos 9º y 10º del PSC, no se produjo el acceso real de los autollamados, durante el último decenio, “capitanes”, los que, como José Montilla (actual primer secretario del PSC, desde el 25 de julio de 2004), que fue durante 19 años alcalde de Cornellà, arrastraban el voto periférico, obrero y de clase media, y escasamente catalanista. Los capitanes se sentían escasamente representados en los órganos de dirección del PSC, cuando eran ellos los peones de brega y los recolectores del voto. Y fue Josep Maria Sala, actual secretario de Formación del partido, mediante el colectivo Ítaca, quien llevó a los municipalistas, a los capitanes, a los centros del poder del PSC.

A buenas con todos

José Montilla, a la hora de confeccionar las listas, ya se había andado con pies de plomo, procurando no pisar demasiados callos. Todos los sectores del partido están representados en los 37 escaños obtenidos. Empezando por el suyo, claro. Los hay históricos, como Higini Clotas (diputado desde 1980), obiolistas como Daniel Font; todos los consejeros de la Generalitat en esta legislatura (y todos obtienen escaños): Antoni Castells, Montserrat Tura, Carme Figueras, Ferran Mascarell, Jordi Valls, Caterina Mieras, Jordi W. Carnes, Joaquim Nadal, Josep María Rañé, Marina Geli, Joan Manuel del Pozo, Xavier Sabaté; maragallistas socialistas e independientes: Ernest Maragall, Josep María Balcells, Antonio Comín, Rocío Martínez-Sampere; y el resto, de obediencia montillana: Miquel Iceta (viceprimer secretario), Manuela de Madre, Joan Ferran (primer secretario de la Federación de Barcelona) y una amplia representación del poder municipal del PSC.

Causa sin rebeldes

El poder seguir manteniendo el tripartito y lo que ello comporta, en materia de mantenimiento de cargos públicos y parcelas de poder, de momento, en sólo tres horas, ha apaciguado completamente el partido. Su primer secretario gana tiempo, restaña heridas, tapa grietas (ya se sabe que el tocar Gobierno es mucho mejor que el bálsamo de Fierabrás) y hace que los rebeldes (los había, y todos a favor de las tesis del PSOE y de Rodríguez Zapatero) se queden sin causa. O, para ser exactos, la causa de la sociovergencia o de acuerdos por fuera con CiU, que Artur Mas pagaría con creces apoyando al PSOE en el Congreso de los Diputados, se ha quedado huérfana de rebeldes que la apoyen.

El PSC mantendrá sus dos almas, la catalanista y la otra, la mestiza, pero funciona como una máquina bien engrasada. Como en el ya lejano noviembre de 2003, la tozudez de José Montilla se ha impuesto contra viento y marea y vuelve a haber tripartito. Aunque sea al probable precio de ver a Josep Lluís Carod-Rovira como vicepresidente único del próximo Govern de la Generalitat de Catalunya. Par sus incondicionales, José Montilla, Ulises de Iznájar (Córdoba) habrá retornado, por fin a Ítaca. Aunque el tripartito part two pueda parecer la Ínsula.

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