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Discurso íntegro de Juan Luis Cebrián en el homenaje a Polanco

viernes 21 de septiembre de 2007, 07:32h
A sus cuarenta y cinco años, Jesús de Polanco emprendió la tarea más fecunda de todo su historial. Había cosechado ya éxitos como empresario, gozaba de una posición económica más que holgada, padecía una discreta pasión política, atemperada por su condición de persona de orden, y circulaba entre dubitaciones por las lindes de la oposición templada al régimen, a la que le unían afectos y compromisos personales. Fue en esa instancia cuando nos conocimos y emprendimos codo a codo la singladura que nos llevó a visitar los círculos descritos por el Dante. Infierno, purgatorio y paraíso han sido estadios recurrentes en la vida de Jesús, en la que ocasión tuvo igualmente de visitar el limbo de los justos antes de que alguien lo eliminara, de un plumazo, de la teoría general del Universo. Aquella aventura solo pudo ser truncada por la enfermedad y por la muerte pero, como dice la canción de los argonautas, es necesario navegar antes que vivir. Él lo hizo de manera incansable, contra viento y marea, sabiendo que la vida es de veras el árbol de la ciencia: o crece o muere.

Jesús vivió feliz, no fue para nada un hombre atormentado, supo vencer cualquier quejido a base de ejercitar su inmensa curiosidad y, aunque de él emanaba el aliento del poder, del Gran Poder como jocosamente un buen amigo suyo le apodara, preponderaba en sus costumbres un sentimiento ciudadano que le hacía muy asequible a cuantos, rompiendo los prejuicios, se le acercaban para protestar, para pedir, para discrepar, para divertirse o, simplemente, para ejercitar el preferido de sus deportes: hablar.

Quizás como ningún otro que yo haya conocido, Jesús Polanco experimentó la maldición expresada por Jean Paul Sartre: L,infer c,est les autres. El infierno son los otros. Si uno no quiere presentar batalla, la soledad resulta entonces la única vía de escape. ¿Por qué tantos confunden la instrospección con el egoísmo? ¿Y por qué el egoísmo ha salido tan mal parado en la historia de la Humanidad, como si no estuviera sometido a su propia ética? La palabrería y el exceso de ruido conspiran contra la felicidad posible en esta sociedad de la información. En nuestro ambiente los periódicos estallan como bombas y las ideas dan paso a los prejuicios. Hay un infierno en las ondas, y otro en las banderas, hay un infierno en las lenguas… puñados de satancillos irredentos, fastidiados, jodidos, requemados por la envidia, cabreados con su suerte, vomitadores casuales sobre su propio ombligo, al que no dejan de observar como si fuera el del mundo. Se ha vuelto tan común la injuria que los jueces, salvo si es contra ellos, la consideran propia del debate intelectual; los pontífices, salvo si es contra ellos, la consideran parte del ardor divino; los pedantes, salvo sin es contra ellos, la suponen un ejercicio de estilo literario; los idiotas, salvo si es contra ellos, la confunden con la brillantez en los discursos. Aquello fue un infierno para él. Su espíritu dialéctico se debatía entre la vanidad de saberse atacado y la debilidad de querer ser discreto en la república de las pompas mutuas. ¿Quién era ese Polanco tan mentado a quien el propio Polanco desconocía? Tuvimos que acostumbrarnos a convivir con la leyenda y a soportar la conspiración de los bobos.

El infierno son los bobos, Jesús. Qué le vamos a hacer si hay tantos… O, por lo menos, aun no siendo quizá muchos, si nos ha tocado en mala hora saber de todos ellos.

Adoraba hablar. Sabía hablar porque sabía escuchar. Nunca pienses que tu interlocutor es menos hábil que tú, nunca desprecies la inteligencia ajena, nunca sobrevalores tus capacidades... nunca te muestres débil aunque te lo reconozcas a tí mismo, nunca te niegues a asumir la realidad, aun si no te gusta... A veces uno esperaba que coronara la frase con eso de pequeño saltamontes, pero no le gustaba repartir consejos, prefería expresar opiniones y, desde luego, si se terciaba la necesidad, impartir órdenes.

Carisma es la palabra, liderazgo. ¿Poder? No gozaba de su propia luz. Dialéctico, contradictorio, discutidor hasta dejarte exhausto, rumiador de las frases y los hechos. La Historia del Mundo ha sido construida desde el Poder. La Contrahistoria se basa en la Fuerza. El Poder y la Fuerza nos persiguen desde la cuna. El Poder cambia la realidad, incluso a base de exprimirla. La Fuerza, la destruye. Poderoso caballero es don Dinero, cantó el poeta. Poderoso caballero es el verbo, principio del Génesis, del comienzo de los tiempos. Frente a la fuerza de la palabrería, el poder de la palabra. Jesús de Polanco construyó un imperio de palabras, se dejó arrastrar por ellas como si fueran la savia de la vida y la sangre del futuro, a oscuras muchas veces, a tientas, intuiciones… la luz iba detrás, delante las tinieblas.

Pero no tuvo miedo, precisamente porque no fue un héroe. Despreciaba los extremos, medía sus capacidades, observaba al prójimo. En el purgatorio se sentía bien, era un lugar de paso indefinido, una etapa en la senda, y allí al fondo se divisaba el final del túnel, la otra orilla de todo. Uno podía no sentirse definitivamente elegido, el clima circundante permitía pensar que había una vuelta atrás. Luchó contra el dolor en su silencio, no mostrándolo, no presumiendo de sacrificio alguno. En sus días finales tuvo que optar entre la inteligencia y el alivio de tanto sufrimiento. Eligió lo primero.

Contábamos el número de nuestros adversarios. Encuestas, sondeos de opinión, cifras de venta, proclamaban: los amigos son más, lo siguen siendo. ¿Puede el uso informal del albedrío acabar con el entendimiento? Prisa es información, educación, entretenimiento. ¿Puede el ocio ser independiente del poder o pertenece al reino de la fuerza? Detrás de mi no hay nadie -repetía Jesús hasta la saciedad, argumento y querer tenían las mismas plumas en su caso- pero todo el problema reside en EL PAÍS. No se puede editar un periódico así impunemente. El éxito nos arrastraba, nos succionaba, corríamos detrás de él no para alcanzarlo sino porque habíamos sido alcanzados y pretendíamos dominarlo inútilmente. El éxito no nos pertenecía, nos subyugaba, fue el partero de la envidia ajena, el infierno cabal de nuestras vidas, el purgatorio de nuestras miserias. La mejor manera de defenderse era el sentido del humor, mirarse al espejo cada mañana y contemplar la realidad escueta.

En los círculos del Dante la luz es cegadora. Tanto deslumbramiento nos convertía en súbditos, y solo anhelábamos ser, por fin, ciudadanos. A él correspondió pagar el precio de la independencia, ese valor tan caro, ese valor tan pobre. Esos cielos dantescos son para la poesía, mas no para los hombres, y aquí está nuestra prueba: vencida ha sido la muerte con la muerte. El infierno y el cielo… también el cielo, Jesús, el cielo son los otros. Siempre los otros son nosotros mismos. Gracias por tu cabal memoria, por tu aliento y apoyo, por tu fe en los demás. Reunidos estamos el celeste y terrenal coro de amigos, familiares, empleados, autores, anunciantes, clientes, socios, competidores… Unidos en el dolor, solidarios en el respeto, vencidos por la amistad. Punto y seguido. De nosotros depende continuar la senda y que en el adelante, como reza la elegía gongorina, la razón abra lo que el mármol cierra.
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