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Gastar o no gastar, ésa es la cuestión

sábado 22 de septiembre de 2007, 11:14h
Mientras la cigarra de la fábula consumía alegremente toda la comida que recogía, la hormiga guardaba parte de ella para el invierno, época de vacas flacas. Claro que la hormiga no dependía de los votantes; si no, la hubiese repartido a manos llenas entre las hormigas electoras.

Es lo que acaba de hacer Rodríguez Zapatero con los presupuestos de 2008, con un gasto 6,7 por ciento superior al del año en curso. Por supuesto que la economía española goza de un superávit que ya quisieran otros países de nuestro entorno. En Gran Bretaña, Gordon Brown hace números para poder pagar las jubilaciones. En Francia, Nicolas Sarkozy habla de “refundar un Estado” económicamente insostenible. Y en Alemania Angela Merkel ve que no le salen las cuentas del costoso “Estado de bienestar”, subsidiado por todas partes.

El argumento de nuestro Gobierno es otro: si ahora que tenemos dinero no atendemos las pensiones mínimas, el acceso a la vivienda, el nacimiento de niños y hasta la atención bucodental, ¿cuándo podremos abordarlo?

Por eso, Zapatero no hace caso de voces amigas, como la del gobernador del Banco de España, Fernández Ordóñez, quien, aunque reconoce que “España está en una situación de fortaleza y tranquilidad”, explica, como la hormiga del cuento, que “el superávit es un colchón para cuando vienen mal dadas”. También el vicepresidente Solbes, otro escéptico, aduce que las desgravaciones fiscales propuestas por Carmen Chacón a los nuevos inquilinos “sirven para aumentar los precios del alquiler, en vez de bajarlos”.

Nada de eso inmuta a nuestro presidente, llevado de su proverbial optimismo antropológico. Que me quiten lo gastado, parece decir, en un país que pretende cambiar de arriba a abajo. Y cuándo mejor que ahora, que hay superávit. Sin embargo, analistas nada sospechosos arguyen que se está gastando en arreglos a corto plazo, en lugar de dedicarlo a inversiones a largo: infraestructuras, I+D, educación… Es decir, que se hace electoralismo.

Eso también es aplicable a la inversión regional, que sube un 20 por ciento para satisfacer a Cataluña y Andalucía, veneros de votos socialistas, mientras la Comunidad Valenciana, en cambio, lleva nueve años esperando el retorno de 10.000 millones anticipados en pagos extras de sanidad a una población 10 por ciento superior a la del censo.

El dilema, pues, está servido: ¿el aumento de gasto, ahora que se puede, nos situará mejor para encarar el día de mañana?, ¿o no favorecerá, más bien, los intereses electorales del Gobierno, reduciendo así nuestro margen de maniobra para el futuro?

La solución, obviamente, no la tendremos de inmediato. Pero el debate político sí que promete ser sabroso durante los próximos meses.
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