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Los dilemas de Montilla

lunes 06 de noviembre de 2006, 18:32h
Algunos meses atrás escribí que Montilla era un personaje vivaz e inteligente, eficaz y buen negociador pero que podía resultar peligroso por su temeridad al resolver algún problema de gran envergadura. Era a propósito del asunto de Gas Natural en el que, además de mostrar sin necesidad alguna cuales eran las preferencias del Gobierno, se sacó de la manga una serie de condiciones para frenar al pretendiente alemán que nos puso en ridículo en Europa y en cuarentena en Bruselas. No fue el único error de Montilla, pero sí de esos que dejan una marca indeleble. Por el contrario, jugó un papel moderador muy eficaz para conjugar el primer gobierno tripartito y para contener las furias nacionalistas de Maragall y ha sabido establecer la paz interna en el PSC, algo bastante complicado.

Es un secreto a voces que las preferencias del PSOE y del Gobierno, así como las de la sociedad española y un sector muy significativo de la catalana, estaban por la formación en Cataluña de un gobierno de coalición entre CIU y PSC, en el que Mas obtendría la presidencia y Montilla sería Conseller en Cap. Pero es indudable que el perdedor directo de las elecciones catalanas, en las que retrocedió cinco escaños, piensa de modo distinto y se inclina por reeditar el tripartito en una versión que pretenderá mejorar el pasado, pero en la que no se librará de tener como segundo, real o virtual, a Carod Rovira que, aparte de su probada capacidad para crear problemas, se convertirá en el director en la sombra de la política catalana y, para el partido popular y adláteres, en el real muñidor de la política española.

Parece fuera de duda que si Montilla, además de perder las elecciones y el apoyo de casi trescientos mil votantes, renunciara a ser el President, podría ver muy cuestionado su liderazgo en el PSC y en peligro su porvenir y el de su partido en la política, aparte de los riesgos de ir como invitado de un partido hegemónico durante muchos años, como es CIU. Sin duda que en su decisión y la de sus compañeros habrá pesado este razonamiento y la idea de que ERC puede ser mejor moderada si participa del poder, pero esto no compensa las dificultades que va a encontrar para encauzar la política catalana hacia una normalidad que los ciudadanos están pidiendo a gritos.

Pero más aún que en la propia Cataluña, la decisión de Montilla y sus compañeros constituye un trastorno desde una consideración del conjunto de España, aparte de la paradoja que supone que entre a formar parte del gobierno de la Generalitat un partido que fue expulsado de la misma hace unos meses por disentir de las líneas políticas básicas marcadas por el PSC.

Es posible que ahora las cosas sean distintas y que Montilla ate bien todos los cabos para que el equipo de gobierno que se forme devuelva el sosiego y la confianza que han faltado en estos últimos años. Todos nos alegraríamos y , especialmente, el pueblo catalán de que realmente se aplique," políticas serenas, constructivas y estables"

como anunció ayer Carod. Resulta del todo necesario que el nuevo gobierno de Cataluña actúe de inmediato para desterrar el ambiente de crisis y desencuentro de los últimos meses, causa importante de la alta abstención electoral.

En Madrid, donde desde el PSOE y el propio gobierno remitieron a sus compañeros catalanes la decisión, aunque mostrando sus preferencias por el pacto socioconvergente, la noticia del acuerdo habrá tenido sabor agridulce: más tirando a agrio que a dulce. Rodríguez Zapatero hubiera ganado estabilidad y apoyo si hubiera podido reeditar otra fotografía con Artur Mas en la puerta de la Moncloa, y hubiera encontrado un aliado poderoso que hubiera respaldado sus políticas de Estado frente al acoso del partido popular. Aunque se trate de disimular, y salvo que el nuevo gobierno de "acuerdo" coseche grandes triunfos y practique la moderación en los asuntos identitarios, la solución que Montilla ha dado a su dilema habrá causado preocupación entre sus compañeros del resto de España.
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