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Un país de locos

Un país de locos

domingo 30 de septiembre de 2007, 14:17h
Sorprende que muchos comentaristas de la política boliviana hayan tildado de loco al Alcalde de Santa Cruz de la Sierra, sólo por haber propuesto la conformación, en Bolivia, de dos naciones: una oriental y otra occidental. Puede ser que el burgomaestre cruceño sufra de incontinencia verbal, sea patoso, descomedido con la prensa, haga patochadas y diga frases salidas de tono, pero no ha enloquecido.

De acuerdo con esta lógica, también son locos los partidarios de la Nación Aymara y de la Nación Camba. Y más dementes que todos ellos, los redactores del proyecto de la Constitución Política del Estado propuesto por el Movimiento Al Socialismo que, después de exprimirse el cerebro durante un año de Asamblea Constituyente, han logrado la cuadratura del círculo al reconocer dos símbolos del Estado boliviano: la bandera tricolor roja, amarilla y verde, y la wiphala que es otra bandera, la bandera de otro Estado dentro del Estado, por si no se hubiesen percatado de la filfa o cancamusa indigenista. También se admiten dos flores simbólicas: la kantuta, para la Bolivia andina, y la flor de patujú, para la Bolivia oriental. O sea, dos símbolos para dos naciones. (Véase el artículo 11 del citado proyecto).

Es también de locos afirmar que “Bolivia es un Estado unitario, descentralizado y con autonomías territoriales” (Artículo 1). ¿Hablamos de un Estado unitario o de un Estado federal? Si es unitario, no pueden admitirse autonomías territoriales que pueden fácilmente transformarse en autonomías “originarias”, consideradas naciones, fundadas en teorías románticas del siglo XIX europeo.

Tampoco puede concebirse que la soberanía popular se ejerza —al mismo tiempo— de forma directa y por medio de sus representantes, tal como quiere el MAS (Artículo 4). Son dos conceptos antitéticos. Si se aprobase este artículo, el Estado democrático desaparecería para dar paso a una especie de Estado corporativo de los “fascios” y los movimientos sociales con un “Duce” capaz de ser reelegido sin intermitencia. El Parlamento se convertiría en Asamblea del partido único, y la Corte Suprema de Justicia y los juzgados serían suplantados por la llamada “justicia comunitaria”, cuya práctica resulta muy parecida al linchamiento.

La soberanía popular no puede ser ejercida “de forma directa” (los movimientos sociales, los ayllus, los gobiernos originarios, los sindicatos, por ejemplo), sino a través de sus representantes elegidos por una votación directa, desde el Presidente de la República y el Vicepresidente hasta los diputados, senadores, prefectos y alcaldes. Y así, sucesivamente, de locura en locura. ¿Quién entonces es el loco?

Hace 500 años, Sebastián Brandt escribió, en dialecto alsaciano, el poema satírico La nave de los locos (1494), en el cual todos los locos del mundo se embarcan rumbo al reino de Locogonia (no confundir con el reino de Goni). Al parecer, Locogonia es Bolivia, porque da la impresión de que todos los locos se han dado cita en nuestro país para “refundarnos” y refundirnos.

Nuestros loquitos no son los de Sucre, los del Hotel Pacheco, que tanto inspiran a Paulino Huanca, más conocido como Paulovich; los nuestros han salido de las páginas del libro Elogio de la locura (1511), del humanista holandés Erasmo de Rotterdam. Para que vean, en Elogio de la locura no se menciona al Alcalde de Santa Cruz de la Sierra; sin embargo, se dice que los sabios se preguntan: “¿Habrá cosa más necia que el que un candidato servil halague al pueblo y compre su favor con propinas, soborne la adhesión de la masa, se deleite con sus aclamaciones, sea llevado en triunfo como una bandera venerable y se haga levantar una estatua de bronce en el foro?” (Capítulo XXVII).

¿No nos resulta familiar este retrato de quien va repartiendo halagos, propinas, sobornos y cheques? ¿Quién es el loco? // Madrid, 28.09.2007.

*Escritor y Premio Nacional de Cultura 1999
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