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La tempestad va a amainar

La tempestad va a amainar

domingo 30 de septiembre de 2007, 17:57h

Da la impresión, a veces, de que buena parte de la vida política está en manos de incapaces, de visionarios, de oportunistas o de seres obcecados cuya conexión con la realidad es aproximadamente igual a cero. Ver al lehendakari Ibarretxe en la celebración del Alderdi Eguna, insistiendo en sus tesis de imposible cumplimento –porque antes se decretará el estado de excepción en Euskadi que se celebrará una consulta ‘popular’ ilegal—me produjo esa sensación de melancolía. Más, sabiendo que Josu Jon Imaz, a su lado, apenas era capaz de oponerle tímidamente su concepto de sociedad ‘transversal’, o sea, plural, que a Ibarretxe tan poco le gusta. Pero la cosa no va a quedar ahí.

Tengo la impresión de que la bola de nieve va a ir engordando, en Euskadi y en el resto de España, y acabará aplastando al lehendakari, cuyo fin último es acrecentar su imagen de víctima frente ‘a Madrid’, que tan buenos réditos electorales le da. Pero no estoy seguro de que el fiel público que asistía a la celebración campestre del Alderdi comparta en su totalidad el desafío al Estado, peligrosísimo en estos momentos, que ha hecho su lehendakari. Porque a Zapatero, que tiene que ganar las elecciones en Madrid y en Zamora y en Vigo y en Cantabria y en Toledo y en Córdoba, no le queda otro remedio que extremar su firmeza ante esta provocación, que tan mal ha sentado al conjunto de los españoles, Porque en esta apuesta juegan todos los españoles, no solamente los vascos que se reclaman nacionalistas, que no son, por supuesto, todos los vascos. ¿Escucharon el sábado a Rosa Díez y compañeros del nuevo partido? ¿Han escuchado a María San Gil, a Patxi López, a tantos vascos que no tienen partido pero sí opinión? Pues eso.

Lógicamente, la tempestad que vivimos estos días va a amainar. Aunque Ibarretxe, a quien todos, también en su partido, llaman ‘el marciano’, aún no lo sepa. Pero los electores huyen del radicalismo como de la peste, y eso se lo dirán en algún momento sus asesores al lehendakari; que la consulta no va a poder ser, bajo ninguna forma, porque permitirlo sería como condenar al presidente del Gobierno central a tener que adelantar las elecciones generales y dimitir a continuación; tal sería el efecto en el resto de España de una celebración de referéndum o consulta ilegal cualquiera que aliente este lehendakari extraño,

Se podría iniciar un largo debate acerca de si es legítimo, que no legal, consultar a una ciudadania dividida para que imponga el futuro a la mitad menos uno; yo creo que ello llevaría a enfrentamientos y desórdenes públicos sin precedentes en la ya bastante sacrificada Euskadi. Algo de eso me dijo Josu Jon Imaz hace algunos meses. Pero, a veces, los pueblos –y no me refiero solamente a Euskadi—entran en la espiral de la locura conducidos por visionarios o fanáticos. O por oportunistas que quieren justificarse ante su público más radical. No sé a qué clasificación pertenecen Ibarretxe, o Carod-Rovira. Sí sé que caminan hacia el desastre, y nos arrastrarían a todos con ellos. Si pudieran, claro.  Porque, ya digo, esta sensación de tempestad va a ir progresando hacia la calma, porque, simplemente, no puede progresar hacia el caos.

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