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La década exigente

martes 20 de septiembre de 2011, 18:46h
Hay una primera evidencia. A Fernando Jáuregui le gustan los veinte, salta a la vista. Y tampoco se resultan gratos los actuales tiempos, que bien quisiera ver superado a la mayor brevedad. Reclama, él como tantos indignados y exigentes con el tiempo que vivimos, nuevos modos, nuevas recetas, y hasta un sistema renovado de casi todo: La Constitución nos ha estado sirviendo, pero resulta ya demasiado achacosa en no pocos aspectos, el Estado autonómico se ha demostrado eficaz, pero se ha desmesurado hasta lo insoportable, nuestras clase política, una parte notable de la misma, ha visto cómo la colonizaban los peores hábitos, nuestra normativa y sistema electoral tampoco responde a lo deseable... En resumidas cuentas, se hace precisa, y de urgente necesidad, un replanteamiento de casi todo. Y no hay fecha más oportuna que unas elecciones generales de las que, se viene diciendo, debiera  proceder un tiempo nuevo, una realidad más habitable y hasta vuelos menos rastreros.

No parece que sea imposible remontar esa actitud a la que hemos llegado, sobre todo porque ya lo hicimos otra vez, y porque la voluntad mayoritaria es ésa: de resurgir y reparar los daños que, en muchos aspectos, deja tras de sí una crisis que no se limita a ser económica y financiera, sino, sobre todo, moral, de comportamientos, de exigencias, pero que, ahora mismo, hace compatibles dos Españas insoportables, como la de los más de cuatro millones de parados y la de unos niveles de bienestar y de capacidad que repugnan a la vista. Por lo menos, en algún otro país, los segundos han tenido el coraje de prescindir, por voluntad e iniciativa propia, de una parte de esos bienes sobrantes y de ponerlos a la disposición de los necesitados, para reequilibrar un poco una balanza insufrible...
Para este tiempo nuevo que reclamamos, y que vendría a ser la década en la que estamos dando los primeros pasos, de aquí al 2020, se supone que debiéramos empezar a vislumbrar mayores niveles de seriedad, de compromiso, de rigor, aunque también de libertad y hasta de amenidad. No nos merecemos un país de tan disparatados desequilibrios, pero tampoco un país cuyos dirigentes apenas piensen en otra cosa salvo en su propio y personal cuenta corriente. Y esos niveles mayores de exigencia de todos y hacia todos, se supone que debieran empezar en uno mismo y en sus colegas de oficio. No todo es válido, ni todo es plausible. Muy a menudo damos por conducta "liberal", complaciente y condescendiente, lo que no deja de ser una estratagema para que, a su vez, nadie se meta con nosotros ni sea exigente con nuestros  propios comportamientos, también perfectamente revisables y  mejorables. Pues bien, lo que se sugiere sobre el propio oficio será conveniente que se aplique con carácter general: ¿El político corrupto tolera los hábitos corruptos de sus colegas sin rechistar? Esa práctica no hace otra cosa que generalizar la corrupción y pensar que "todos son igual".  ¿Es decente que el notario que percibe más de lo que le corresponde según ley, tenga los parabienes de los de su oficio y condición? ¿Cómo podrán seguirse soportando sueldos astronómicos en quienes han hecho carrera en el servicio público? Cada cual tiene mil cuestiones incómodas en su cabeza, y su conjunto hace un país insoportable.
Debiera recorrernos una ventolera de aires frescos, que depuren una realidad que ha llegado a ser, demasiado a menudo, maloliente y pútrida. Y lo que es peor, que ya ha dejado de asombrarnos y hasta importarnos.
Tenemos por delante diez años, 20-N-2011 a 2020, para recuperar hábitos más democráticos, desde  la exigencia de cada cual. Casi nada.
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