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El Teatro Rialto abre sus puertas a 'Más de 100 mentiras'

Y es que allí, no estaba Sabina...

Y es que allí, no estaba Sabina...

jueves 06 de octubre de 2011, 16:21h
El problema que tienen los grandes es que son muy difíciles de superar o igualar. Para una amante y convencida de Sabina, el musical 'Más de 100 mentiras' es, cómo diría... un pseudo Operación Triunfo a lo sabinero que como entretenimiento no está mal, pero sin más. Sabía que no me iba a convencer, pero soy de dar oportunidades y de opinar sólo de lo que veo y/o sé. Fui, vi y me fui. Mal la primera parte, aunque lo solucionaron en la segunda, y no porque los actores no fueran buenos, que lo son, sino porque el rey de la noche, los bares y los burdeles no estaba en el número 13 de la calle Melancolía.
Ya lo decía el propio Sabina: "Lo atroz de la pasión es cuando pasa", a lo que añado, ¿y cuando no llega? Esa es la sensación con la que sales del Teatro Rialto después de ver el musical 'Más de 100 mentiras'. No ha sido precisamente la obra maestra de Drive, aunque tampoco es que lo haya conseguido nunca la empresa de David Serrano y su equipo. Es cierto que son especialistas en darle coartada a las canciones y en venderse a lo 'comercialoide' para satisfacer al espectador. En esta ocasión, a diferencia de 'Hoy no me puedo levantar', 'Enamorados Anónimos' -gran fracaso dicho sea de paso- o 'El musical de los 40', han sabido darle un poco más de garra y salir de la obviedad. Quizá porque el terciopelo, los suburbios, los mafiosos, las rameras y el whisky son temas recurrentes y que venden muchísimo.
 
La cosa va de tríos. Dos amigos que vengan la muerte de un tercero, uno de los protagonistas brillantes del teatro, y no sólo por su buena actuación, sino por el traje de lentejuelas con el que actúa. Magdalena, "la más señora de todas las putas, y la más puta de todas las señoras" enfundada en un triángulo amoroso expectante por unas cartas anónimas de amor escritas a máquina de un admirador que conquistan su corazón. Eso sí, se agradece que la productora haya querido arriesgar, homenajear a uno de los grandes de nuestro país y pasar de las típicas americanadas carne de cañón en este tipo de espectáculos.

Está visto que es una fórmula que viene muy bien para el público; a todos nos gusta escuchar las canciones que ya conocemos. Sinceramente no sé cómo Sabina ha dado el beneplácito, cómo el Jefe estaba contento con los arreglos musicales, pero así ha sido. El principal aval que empuja a chuparse 3 horazas de musical ha dado el visto bueno a pesar de que su esencia, su marca, no esté en este teatro de la Gran Vía.

Si en 'Hoy no me puedo levantar' el público interactuaba y llegaba al éxtasis gracias a la nostalgia de Mecano y el recuerdo del Belle Époque , en 'Más de 100 mentiras' uno se sobresalta cada vez que suena una canción durante la primera parte del espectáculo. Pocos temas de 'el bombín' dan para una versión a lo Broadway, aunque los protagonistas tengan una entonación casi mejor que el cantautor, la esencia, el alma de los temas profundos, no dan la talla. En la primera parte sólo 'Yo quiero ser una chica Almodovar' consigue motivar al espectador y hacer un verdadero número musical a lo Sabina. Hay que esperar a la segunda parte para volver a emocionarse, para volver a sentir alma canalla y acordarse de que estás sentado frente a un sucedáneo de la obra de Sabina. A pesar del final facilón, la puesta en escena del cierre hace que salgas del teatro con mejor sabor de boca.

Enhorabuena a Víctor Massan, en la obra Samuel, el muerto, el menos guapo del trío de guapos, pero el más cautivador y el centro de las miradas del musical. Un notable Álex Barahona, el 'Tuli', que se estrena en este fenómeno con una buena voz y una actuación más que aceptable. También bien Juan Pablo Di Place, por guapo y por salvar al personaje de Juan. Guadalupe Sancho, la bella Magdalena, mejor como cantante que como actriz. Hay que reconocer que la chica tiene una gran voz, pero es la 'destroza-almas' de las canciones de Sabina por el tono ñoño que utiliza, cosa de la que no podemos culparla, el culpable, en todo caso, es Daniel García, director musical. Muy bien Diego París, el 'Manitas', el típico amigo tonto que le da aire gracioso a la obra. Felipe García Vélez, el Villegas, un capo de la mafia que tampoco interactúa demasiado, y la gran actuación de Juan Carlos Martín, el perdedor de la obra, encarnando al personaje de Ocaña.

Pero no todo es malo. Hace una líneas Daniel García ha salido un poco mal parado pero hay que reconocer que la música en directo de la orquesta es una maravilla, los bailarines son buenos y el juego de luces encandilador e imaginativo. Es una obra para pasar un buen rato, que arrastrará a los grandes seguidores de Sabina, a los que seguro no les gustará, y que apasionará a los amantes de los musicales de copete y con poco criterio. Quizá el mejor símil que se me ocurre es la sensación que tienes al leer un buen libro y luego ir a ver la película. Nunca vas a quedar enteramente satisfecho.
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