En campaña

La campaña oficial a las elecciones oficiales comenzó con un presidente Zapatero distante, dispuesto a inmolarse como "principal responsable  del paro" y dejar a sus grandes colaboradores -el candidato Rubalcaba y el sospechoso Blanco- en la brega imposible de presentarse como alternativa de salida a la crisis por la izquierda. Rubalcaba, menguado en sus méritos como exministro de Interior, por el interesado descontrol de la calle y la contrapartida en el tratamiento de los estertores de ETA, y Blanco inesperadamente quemado por la maloliente historia del empresario Dorribo, que merece el título de "Mister Derribo".

Poco esfuerzo necesita la única alternativa de gobierno posible para vencer y mucho va  a necesitar para asumir una situación social y económica catastrófica. Ni siquiera aquellos puntos en que asoma una común conciencia de Estado se van a heredar sin codicilos envenenados. Las reforma de la Constitución para controlar el gasto público es solo una proclamación vacía que el futuro gobierno habrá de aplicar en la práctica con todas las dificultades de un reajuste en penosas circunstancias sociales. La agonía del terrorismo etarra, con la cacareada renuncia a la actividad criminal, llega viciada por interferencias de pretensión internacionalista y oscuras negociaciones a las que el nuevo gobierno tendrá que apuntillar, denegando pretensiones políticas y manteniendo el principio de legalidad. Inclusive la potenciación de la base de Rota, clave de la fortaleza del sur de España, además de la seguridad de la Europa Mediterránea y del compromiso bilateral de mayor importancia estratégica, se produce sin corregir, por parte del gobierno saliente, las ridículas limitaciones al presupuesto de Defensa impuestas no solo por la penuria e la crisis sino, también, por un antiamericanismo y antimilitarismo suicidas propio de quien soñaba arreglar el mundo con la alianza de civilizaciones.

Son solo tardías rectificaciones incrustadas como codicilos a un testamento calamitoso. Herencia que, en lo patrimonial, es una miserable ruina. El Partido Popular, heredero forzoso de un tiempo de demagogia, despilfarro e incompetencia, tendrá que hacerse cargo de lo que hay y quemar a muchas personas en el empeño de sacar España adelante. Es la servidumbre de la política, también su grandeza. Se consigue alcanzar un gobierno, pero no se eligen las circunstancias en que se va a gobernar. Se va a triunfar para sufrir más de lo que se ha sufrido para triunfar.