Las autonosuyas

La planta territorial de la Constitución de 1.978 se basó en las Comunidades Autónomas como elementos de un Estado plural y descentralizado. Había distintas razones para asumir este sistema, además de aspiraciones a un alto grado de autogobierno de algunas regiones. El Estado estaba excesivamente recargado de competencias de hecho como consecuencia de la práctica de un poder central personalizado y una burocracia con escaso control político. Pero, desde el punto de vista democrático, el argumento más utilizado fue la conveniencia de que el poder estuviese más cercano al pueblo. Que el pueblo se sintiese más en su propia casa. En "mi casa" dentro de la gran casa de todos.

Para ello se tuvieron en cuenta factores de identidad histórica, lingüística y cultural que contribuyeron a que el ciudadano pudiera sentir como "mía" una administración pública en la que se depositaba, además de competencias territoriales, la representación del estado común. Mientras la bien intencionada operación afectó a entrañables matices folklóricos, a inversiones embellecedoras y a reivindicaciones simbólicas, además de satisfacer ambiciones y vanidades de los políticos caseros, todo fue una fiesta.

Sin embargo, cuando el sistema dio síntomas de descontrol y desplegó competencias costosas y de difícil gestión, como la sanidad, la educación o los servicios sociales comenzaron a notarse los factores negativos de unas administraciones sin solera, un funcionariado de nivel menos exigente y una politización partidista propicia a un nuevo caciquismo. La proliferación de órganos ejecutivos y legislativos superpuestos y la tendencia de los mandamases territoriales a imitar el boato de los niveles nacionales e internacionales de la gran política fueron cambiando las alegres opiniones del vecindario hasta el extremo de hacer más simpáticas y comprensibles las instituciones centrales, mejor definidas políticamente y con mayor sentido de responsabilidad solidaria. Las autonomías se fueron haciendo cada vez menos "mías" para los moradores no comprometidos en las redes clientelares de la espesa política local y más "suyas" de unos "enchufados" demasiado próximos geográficamente al vecindario regional para no poder disimular sus modales de nuevos ricos.

Así se ha llegado a un punto en que las autonomías, convertidas en las "autonosuyas", han perdido sus aromas iniciales en medio de una crisis en la que, salvo las excepciones conocidas, destaca su mala gestión y su contribución al déficit público con despilfarros, corruptelas y vanidades ridículas. Es entonces cuando, responsables de dos tercios de la desviación del déficit, reaparece aquello de que "con las cosas de comer no se juega" y un ansia de revisión se percibe en todos los niveles del tejido social. No obstante, no parece oportuna una reforma constitucional próxima, ni han desaparecido las razones de fondo que aconsejaron abrir espacios al pluralismo y a la participación más cálida de los ciudadanos en la política. En medio de la oscuridad se vislumbra la luz de salida del túnel que puede venir de la mano de un poder político más homogéneo como el que democráticamente han depositado los electores en el Partido Popular en los tres niveles, central, regional y local, que permitiría hacer severas renuncias y reorganizaciones suficientes para evitar la quiebra del sistema sin repudiarlo, reduciendo por la vía de los hechos los niveles autonómicos a la racionalidad de una nación bien administrada.