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En Cádiz nos jugamos algo más que la Historia

En Cádiz nos jugamos algo más que la Historia

lunes 19 de marzo de 2012, 12:21h
Las conmemoraciones del bicentenario de la Constitución de Cádiz son algo más que un repaso benévolo a una Historia que merecía haber discurrido por mejores cauces; son más también que una evocación a una ley fundamental liberal, honesta en sus planteamientos. Incluso, si se me apura, diría que esos fastos en honor de 'la Pepa' van más allá de las alusiones que algunos comentaristas, yo mismo entre ellos, hacen, aprovechando la efeméride, en favor de ponerse ya a hacer reformas en nuestra Constitución actual, la de 1978, que bien necesitada anda de una mano de pintura. Me parece que aciertan quienes, como hizo este
lunes el propio Rey, destacan el 'carácter iberoamericano' de esta conmemoración, ya que aquel texto gaditano -eran otros tiempos, sí-proclamaba que la nación "es la reunión de los españoles de ambos hemisferios".

Los procesos de independencia que se siguieron y todo cuanto ha ocurrido en América Latina (y en España, desde luego) en estos dos siglos no han logrado, a mi entender, quebrar la posibilidad de armar una auténtica comunidad, con igualdad de derechos y deberes, sin prepotencias ni victimismos, de las naciones que hablan en español, sienten una Historia común y han tenido tantos lazos entre ellas que ni siquiera las divergencias más sangrientas han logrado disolverlos.

Es, acaso, la última gran tarea que le espera al Rey Juan Carlos y la primera de enorme magnitud que le aguarda al futuro Felipe VI. En Cádiz, estos días, nos jugamos algo más que una lección de Historia, mucho más que un sacar pecho con lo bien que los españoles de ambos lados del océano lo hicimos entonces, que, por cierto tampoco fue para tanto. Nos dicen ahora que los Reyes, y también los Príncipes de Asturias, y también Mariano Rajoy y su activo ministro de Exteriores José Manuel García-Margallo, se van a volcar con Latinoamérica preparando la próxima 'cumbre' iberoamericana de Cádiz en noviembre.

De ninguna manera puede ser que se repita el desastre de la última 'cumbre', la de Asunción del otoño pasado, a la que faltaron algunos de los gobernantes más representativos de América Latina. De ninguna manera puede ser que el convite gaditano de noviembre de 2012 sea desairado, o quede deslucido por los excesos de Cristina Kirchner, por ejemplo, con sus desatadas exigencias a Repsol, o por los desvaríos de Hugo Chávez, o por la soberbia de Raúl Castro o por el no saber estar de Evo Morales. Habrá que negociar con todos ellos una presencia digna, activa e igualitaria, y esa va a ser la muy difícil misión de los representantes institucionales, políticos y diplomáticos. Y ojala lo fuese también de la sociedad civil española, empeñada, a lo que parece, en desconocer, más allá de los esfuerzos inversores de las grandes empresas trasnacionales españolas, la nueva realidad latinoamericana. O, mejor, las nuevas realidades en América Latina, donde la variedad es tan grande que resulta cuando menos torpe hablar de Latinoamérica como un solo todo.

Es más: no se trata solamente de que España necesite a América Latina como solución económica, y, aunque en menor grado, viceversa; es que da la impresión de que  Europa en su conjunto ha empezado a ver, en lo que le permiten sus cortas entendederas en política exterior, el papel que España puede hacer ante los mercados y la pujanza emergente de esa realidad, difusa, pero realidad al fin, iberoamericana. No en vano se ha sabido ahora que el 'premier' Cameron, cuyos espías en la 'corte' argentina son eficaces, fue el primero en alertar a Mariano Rajoy de las intenciones de Kirchner de propiciar una ofensiva antiespañola y antibritánica, creyendo que eso aumentará su imagen ante los ciudadanos.

Hay, en suma, muchas cosas que se pueden hacer. Desde visitas de Estado como la que dentro de un mes emprenderá Rajoy a tres países iberoamericanos clave hasta movilizar a empresas e instituciones culturales para potenciar el acercamiento en todos los órdenes entre continentes y naciones que deben sentirse, fuera de toda retórica, hermanas, cómplices y nunca enemigas. Por eso me han parecido tan importantes, tan significativos, tan escasos, estos fastos de marzo en Cádiz. Puede que el camino sea bueno, pero aún es demasiado estrecho e insuficiente. Y no queda demasiado tiempo para ampliarlo.

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