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La 'Pepa' y la corrupción

La 'Pepa' y la corrupción

miércoles 21 de marzo de 2012, 07:42h
    Estábamos muy a gusto en el "nirvana" o el paréntesis o la tregua de anteayer lunes, día de San José, cuando en Cádiz se conmemoraba el segundo centenario de la Constitución en que se decía que los españoles deben ser justos, benéficos y felices, cuando volvemos a chocar, de bruces, con la cruda realidad.
   
  Una cruda realidad que nos trae la condena a seis años de cárcel del ex-presidente balear Jaume Matas, en el primer juicio del "caso Palma Arena". Los delitos que el juez menciona en su sentencia son: malversación, fraude, falsedad en documento oficial, prevaricación y tráfico de influencias. El fiscal anti-corrupción, durante la lectura del informe final, llegó a decir: "Matas era un gran gestor, sí, pero no del dinero público, sino de su propia imagen".

    El caso no es nuevo: como recordarán, otros tres presidentes autonómicos fueron condenados por los tribunales, y por distintos motivos. Decimos sus nombres para los desmemoriados: el navarro Gabriel Urralburu, el aragonés José Marco y el cántabro Juan Hormaechea. Otros presidentes autonómicos juzgados pero, en este caso, absueltos, fueron Demetrio Madrid, de Castilla y León; Gabriel Cañellas, de Baleares, y muy recientemente el valenciano Francisco Camps.

     Pero no se debe generalizar ni decir eso de que "todos los políticos son iguales" y  "van a lo suyo, y los ciudadanos les importan tres pepinos"... No se debe hacer tabla rasa, insistimos, para que no paguen justos por pecadores. Pero lo cierto es que la ciudadanía está muy "quemada" ante tantos escándalos y tanta corrupción. Y ayer mismo un ciudadano de Sevilla, llamado Juan Francisco Trujillo, y que había sido chófer del entonces director general de Trabajo y Seguridad de la Junta de Andalucía, e implicado en el escándalo de los ERE, Francisco Javier Guerrero, declaró que se gastaba 25.000 euros al mes, dinero público, claro está, en adquirir cocaína que consumían él y su jefe "a cualquier hora del día".

    En fin, qué revueltas bajan las aguas, y cómo se echan de menos, aunque no los hayamos conocido, aquellos tiempos de la Constitución de Cádiz, cuando el amor a la patria era un gozoso deber, y los políticos estaban obligados a procurar la felicidad de los españoles.
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