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Un nuevo tiempo de libertad

Un nuevo tiempo de libertad

jueves 22 de marzo de 2012, 13:32h
Desde que llegamos al Gobierno, una de las prioridades más importantes que nos marcamos fue luchar contra ETA para acabar con el terrorismo y consolidar la libertad y la convivencia en este país. Hoy podemos decir con orgullo que hemos conseguido acabar con ETA, con firmeza democrática, con la valentía de la sociedad vasca y el trabajo de las fuerzas y cuerpos de seguridad, de jueces y de políticas de tolerancia cero.

Poco antes de que ETA anunciara el fin de la violencia presenté ante el Parlamento Vasco, durante el Pleno de Política General, las bases para la consecución del fin de la violencia y la consolidación de la convivencia. Esas bases siguen hoy plenamente vigentes y cobran especial valor ante el nuevo escenario en libertad.

La violencia terrorista ha sido la losa que hemos soportado. De hecho, una parte importante de la población vasca no ha conocido otra cosa y ha vivido una democracia amputada porque no ha habido libertad plena ni igualdad entre los ciudadanos.

Con el fin de la dictadura comenzó la transición en toda España. Pero no es algo que ocurrió de repente. La transición española fue una doble transformación: la de un Estado dictatorial y totalitario, en otro democrático que respeta la libertad. Y también la transformación hacía una sociedad plural, libre y tolerante, abandonando los comportamientos totalitarios y aceptando los valores, las reglas y las instituciones democráticas.

Y en este avance hay momentos que marcan puntos de no retorno: en el conjunto de España fue la aprobación, en 1978, de la Constitución, y en Euskadi se le sumó la aprobación, en 1979, del Estatuto de Gernika. Pero en Euskadi hemos vivido una transición particular, específica. Una transición larga y dolorosa que hemos finalizado porque hemos iniciado ya un nuevo tiempo para cerrar definitivamente un pasado lastrado por la omnipresencia del terrorismo.

La violencia terrorista en nuestro país ha sido profundamente antidemocrática: ETA ha matado, sobre todo, en democracia. Su mayor poder intimidatorio lo ha adquirido atacando a las instituciones democráticas, con la pretensión política de negarlas: los dos grandes enemigos a batir de ETA han sido el sistema democrático y nuestro autogobierno.

Y esto también retrasó la democratización y la depuración del Estado y sus estructuras públicas, hasta convertirse en Estado de Derecho totalmente democratizado.

No disolvimos un Estado y construimos otro desde la nada. Nos marcamos el reto de modificar y democratizar el Estado totalitario que habíamos heredado. Y nos costó tiempo. Elementos totalitarios y antidemocráticos permanecieron incrustados en el sistema más tiempo del que nos hubiera gustado.

El terrorismo ha creado desigualdad política en la sociedad vasca porque la violencia terrorista no ha sido una violencia aleatoria; los asesinatos cometidos, las bombas que han estallado, han tenido objetivos concretos.

El terrorismo se ha alzado con el poder sobre la vida y la muerte de la ciudadanía. Se ha adjudicado a sí mismo el poder de determinar quién vive y cómo muere un ciudadano, uniendo al asesinato el oprobio a la vida del asesinado.

Por eso nuestro mayor problema, el problema más importante de la ciudadanía vasca no sólo ha sido (con ser gravísimo), que unas personas totalitarias matasen a los ciudadanos que pensaban diferente, sino también que había personas, colectivos, que estaban de acuerdo en asesinar para imponer un proyecto político. Y que ha habido, también, demasiadas personas que han mirado hacia otro lado, pensando que la amenaza no iba con ellos.

Y en esta resistencia, en este negarse a aceptar la amenaza terrorista, las víctimas de ETA han tenido un papel relevante. Silenciadas largos años, menospreciadas y marginadas en ocasiones, han tenido el valor de no renunciar. Y han sido un elemento clave para extender la deslegitimación social del terrorismo. Y en este esfuerzo de recuperar la dignidad moral, ha habido también organizaciones que, durante años, han recordado y denunciado la violencia terrorista.

Por eso queremos convertir la memoria de la víctimas del terrorismo en un principio moral constitutivo de un futuro libre de la amenaza del totalitarismo, de la violencia y de la vulneración de derechos.

Queremos recordar a todas las víctimas del terrorismo sin excepción: a las víctimas del terrorismo de ETA, a las víctimas del GAL, del Batallón Vasco Español y otras de grupos violentos. Sin equiparaciones y sin admitir justificaciones.

En esta legislatura hemos iniciado un nuevo tiempo. Un tiempo diferente lleno de esperanza y oportunidades. Y lo digo porque algo ha cambiado en Euskadi: ETA ha declarado el cese definitivo de la violencia.

Hemos dejado atrás muchas cosas en Euskadi. La fortaleza del Estado de Derecho y nuestra firmeza en la defensa y en la exigencia del cumplimiento de los principios democráticos, ha obligado a quienes hasta hace bien poco daban cobertura a la violencia de ETA a moverse y a dar pasos para su incorporación a la democracia. Y eso también ha producido un cambio: el terrorismo, tal como lo hemos conocido en Euskadi, ha terminado para siempre. Esa alianza cruel y terrible entre asesinos y grupos de ciudadanos que les servían de apoyo, ha desaparecido.

Hoy se ha impuesto, con rotundidad, el triunfo democrático. Hemos triunfado, hace tiempo sobre el Estado totalitario y hemos triunfado, también, sobre las pretensiones totalitarias de ETA. Hoy no hay nadie que, en público, reivindique la violencia terrorista. Ya no hay ningún espacio público secuestrado por los violentos.

Y no son ni ETA, ni la izquierda abertzale, los que están asentando el fin de la violencia y construyendo la paz ciudadana. Lo estamos consiguiendo los demócratas con nuestra determinación. Y es un insulto hacia todos los que han dejado la vida defendiendo el sistema democrático, que nos digan que ellos son la garantía del fin de ETA, cuando han sido los que la mantenían con vida gracias a su respaldo.

Un futuro desde la memoria

Pero, como digo, los cambios no se dan de un día a otro y ya hemos cruzado la frontera que nos separa del pasado. Ahora tenemos que construir, entre todos, una convivencia plenamente libre entre todos los vascos. Tenemos que aprender a vivir en libertad. Abandonando los miedos y asumiendo plenamente la igualdad de los diferentes.

Pero dejar atrás el pasado no quiere decir olvidarlo. Queremos construir un futuro con memoria. La memoria compartida y reconocida debe convertirse en Euskadi en un fuerte muro que imposibilite la vuelta atrás, a la violencia totalitaria, y que fortalezca la tolerancia.

Tenemos que mirar al futuro, pero asumiendo cada uno su pasado y sus responsabilidades. No podemos permitir, y desde luego, este Gobierno no va a permitir, que se intente reescribir la historia, convirtiendo en héroes a quienes fueron verdugos y asesinos.

Sólo el reconocimiento de lo pasado nos permitirá construir una nueva sociedad más libre y tolerante. El olvidar el pasado significa que no ha ocurrido. El asesino dejará de serlo porque nadie recuerda el asesinato. Y eso nos haría construir una sociedad sin valores, algo que no nos podemos permitir.
No se trata de construir un relato académico de nuestra historia reciente; eso corresponde al mundo académico y ya lo están haciendo y seguirán profundizando en ello en el futuro. Se trata de tener un consenso social mínimo que nos ayude a asumir nuestro pasado. A asumirlo para hacer posible la concordia ciudadana de una sociedad más democrática.

Soy consciente de que siempre hay más de una versión sobre los hechos, pero nunca podrá decirse que la víctima fue el asesino. Y por eso, debemos ser capaces de construir un relato mínimo compartido sobre la verdad de los hechos. Y tenemos que ser capaces de separar la verdad de los hechos, de las experiencias vividas.

Las experiencias vividas son, por su propia naturaleza, diversas y personales. La experiencia vivida por la ciudadanía vasca amenazada; la experiencia de los familiares de las personas asesinadas por ETA; la de una persona que fue torturada; o la de las personas que frente a la violencia ejercida contra los demás se refugiaron en el silencio; son experiencias radicalmente diferentes.

Son experiencias múltiples, que tendremos que aprender a compartir, a asumirlas como elementos de nuestro pasado común. Pero debe haber un relato común que dé coherencia a todas esas experiencias.

Y la verdad de lo ocurrido se debe construir sobre tres ejes: en primer lugar, la existencia de un grupo terrorista y de sectores sociales que le han dado su apoyo. En segundo lugar, el proceso de transformación del Estado heredado de la dictadura hasta convertirse en Estado de Derecho plenamente democrático. Y, por último, el triunfo de la democracia sobre todas las violencias totalitarias.

A partir de ahí tenemos que construir la convivencia, sabiendo que las personas somos capaces de convivir sin violencia, únicamente si lo hacemos en libertad.

Convivir en libertad quiere decir aceptar y respetar las diferencias políticas y la diversidad de identidades; y esto tiene como consecuencia que las sociedades se convierten en plurales, con conflictos de intereses permanentes que no pueden tener una única solución definitiva. Libertad significa decir lo que quieres decir y oír lo que no quieres oír. El derecho a ser diferente es una de las formas más rotundas de reivindicar la libertad.

El futuro compartido nunca se puede construir sobre los elementos que nos separan y diferencian, sino fortaleciendo las cosas que nos unen y regulando las diferencias que tenemos.

Hay muchas formas de ser vasco o vasca, todas diferentes, pero la igualdad ciudadana se sustenta en el respeto a los mismos derechos, a las mismas leyes y a las mismas reglas, para que cada ciudadano y ciudadana puedan vivir en libertad, su lengua, su confesión religiosa, su sentimiento de pertenencia y su interés económico distinto, particular.

La concordia ciudadana no se puede construir por decreto, es el resultado de unir voluntades y de pactar las condiciones de la unidad social. La concordia es la voluntad de todos de poner fin al ciclo terrorista y de unir a la sociedad vasca, superando divisiones internas, y acordando las bases de una nueva convivencia.

La concordia no es el olvido del pasado, sino un pacto ciudadano para construir futuro.


Bases para la unidad, la concordia y la convivencia

Euskadi es una sociedad plural en los planteamientos políticos y diversa en las identidades de su ciudadanía. Por lo tanto, reconocemos, respetamos y garantizamos la libertad de las diferentes identidades, como un elemento constitutivo de la sociedad vasca.

Queremos seguir viviendo juntos. No podemos construir el futuro unos contra otros: el "derecho a convivir'' es la expresión de la voluntad de pertenecer a la misma comunidad. Sólo la tolerancia hacia las posiciones del "otro" hace posible compaginar el derecho a seguir juntos y el derecho de cada uno de reivindicar su propia identidad. Todas las sensibilidades políticas que aceptan el sistema democrático y asumen el cumplimiento de la legalidad, deben tener un reconocimiento legal.

El relato es la dimensión pública de la memoria. Un relato veraz de lo ocurrido crea una conciencia pública que asume lo ocurrido sin justificaciones y sin diluir responsabilidades. Miramos al futuro, pero construimos el país sobre la memoria de la violencia padecida para que no vuelva a suceder.
El sistema democrático es la única vía para la convivencia. Solo asumiendo sus principios, sus valores y sus reglas, podemos acordar la gestión de nuestras diferencias y los pactos para la convivencia futura.

Pese al cese de la violencia, la disolución final de ETA sigue siendo un objetivo irrenunciable. Por ello todos exigimos a ETA, de forma pública y tajante, que anuncie su disolución sin contrapartida ni condición.

Junto a ello, proponemos una orientación consensuada, dinámica y flexible de la política penitenciaria de la forma que mejor propicie la superación del ciclo terrorista. Para ello pedimos a los presos condenados, o en espera de juicio, por delitos de terrorismo que rompan decididamente y de forma pública con ETA y asuman la legalidad penitenciaria para que sea posible su reinserción social.

Éstas son las bases sobre las que quiero levantar la nueva Euskadi. Pero nos hace falta unidad para conseguirlo. Para construir juntos una sociedad ética y democráticamente decente. En la que cada uno asuma las responsabilidades de su pasado y se implique en la construcción de nuestro futuro. Una sociedad cuyo motor esté en los valores de tolerancia, igualdad y libertad; que reconozca como patrimonio enriquecedor su pluralidad de ideas y la diversidad de sus identidades. Y que se levante sobre bases de memoria, verdad, dignidad y justicia.

Tenemos un largo trabajo por delante. Euskadi será lo que hagamos entre todos los vascos o, simplemente, no será. El objetivo de mi Gobierno es construir un país de ciudadanos y ciudadanas libres, sustentado en valores democráticos y en los derechos humanos, como guía para una sociedad vasca que quiere vivir en paz y en libertad.

En Euskadi no sobra nadie. Todos, en pie de igualdad, somos imprescindibles para hacer país. Y lo haremos.


Patxi López es Lehendakari del Gobierno Vasco

[El presente artículo ha sido publicado en el número 130 de la revista Tiempo de Paz, de invierno de 2011 y presentado este jueves en Madrid, y cedido por sus editores para ser reproducido en Diariocrítico citando su procedencia]

 
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