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II Congreso de la Felicidad

La felicidad según una "monja cojonera" o el hombre más feliz del mundo

> Todo sobre la primera jornada
> Lea el chat con el presidente del Instituto Coca Cola de la Felicidad

martes 10 de abril de 2012, 17:30h
En la última jornada del II Congreso de la Felicidad han entrado en la ecuación los ejemplos de superación y felicidad, una monja de clausura que se define a sí misma como "monja cojonera", un monje budista al que definen como el hombre más feliz del mundo,  el fundador de la Organización de la Organización Mundial de Transplantes o una oncóloga infantil han puesto la emoción en un Congreso que se ha despedido como un gran éxito de convocatoria.

Parece que a la gente le interesa ser feliz, más si cabe en unos tiempos en los que la palabra que más a menudo se oye es crisis. Un éxito por lo tanto por hablar y discutir sobre algo positivo y que todos los seres humanos anhelan de una forma u otra. Sus conclusiones ya serán como las diferentes maneras de entender la felicidad, no ha habido fórmulas mágicas pero se agradece el esfuerzo de un Congreso al que se le pueden reprochar algunas cosas pero al que no se le puede negar un optimismo más que necesario en nuestra sociedad. Habrá quién se ría de tanto buenismo, más todavía, si viene patrocinado por "una conocida marca de refrescos", pero es que todo tras escuchar a los expertos (Rojas Marcos, Punset o Arsuaga) y a los ejemplos de esta segunda jornada, parece claro que la felicidad está ligada a los buenos sentimientos. Lo único que parece claro, bendita conclusión, es que los "malos" no pueden ser felices. Lo sentimos Darth Vader.

La jornada comenzaba con el monje budista Matthieu Ricard, asesor personal del Dalai Lama y el hombre más feliz del planeta según una investigación realizada por la Universidad de Wisconsin. No podría opinar sobre si esto último es cierto, pero tampoco parece un farsante. La suya ha sido una disertación sobre los beneficios de la meditación, en nuestra salud, bienestar y, en definitiva, felicidad. Ha comentado que no hay nada malo en el placer, pero que no se debe confundir con la felicidad, ya que según Ricard, hasta el placer más exquisito llegaría a saturar tras 24 horas seguidas de él, leáse 24 horas de Sinfonía Júpiter de Mozart o de jamón de Guijuelo, mientras que la felicidad es un estado mental del que no te llegas a cansar. Su receta fundamental a la hora de conseguir la felicidad se basa en el amor incondicional o altruista hacia los otros, ya que lo que nos hace infelices es pensar únicamente en nosotros mismos (como dirían los angloparlantes "me, myself & I") sin saber que todos estamos interconectados. Cuanto más amor seamos capaces de dar menos espacio habrá para el odio. ¿Cómo conseguir esto? Mediante la meditación, tenemos que ejercitar nuestra mente, al igual que ejercitamos nuestro cuerpo. Esto le ha llevado a sacar a colación varios estudios científicos sobre lo beneficiosa que es la meditación que en cierta medida han parecido un publirreportaje sobre el budismo, aunque no ha borrado el buen sabor de boca que ha dejado la primera parte de su presentación.

Una "monja cojonera"

El Congreso no se ha apartado de la senda espiritual con la aparición de la monja de clausura sor Lucía Caram, que se ha declarado nerviosa y ha leído su intervención. No ha importado, tras unos inicios titubeantes Caram se ha hecho con el auditorio con una mezcla de chascarrillos "¿qué hace una chica como yo en un lugar como éste?", mensaje cristiano de raíz, más Jesús de Nazaret menos Vaticano, y pullas a su propia institución: "demasiados rezos", "la Iglesia no comprende que cada vez es más insignificante". Al final, tras contar su peripecia vital que la ha valido el sobrenombre de "monja cojonera" se ha llevado la que, posiblemente, ha sido la ovación más atronadora de los dos días. Lo que haya aportado su intervención sobre la felicidad no ha quedado, en cambio, tan claro.

Jaume Sanllorente, fundador de la ONG "Sonrisas de Bombay", ha dejado otro bonito ejemplo de superación personal y entrega a los demás pero los secretos de la felicidad han seguido ocultos. Tras estas tres intervenciones casi "santas", en las que parecía que la felicidad sólo puede estar dejándolo todo atras y dedicándose a ayudar a los más desfavorecidos se han vuelto a poner los pies sobre la mesa con una mesa redonda en la que se ha hablado de la felicidad de las pequeñas cosas o, como ha apuntado el filósofo Javier Sádaba, de "una felicidad moderada". Hemos puesto los pies en la tierra con cosas tan normales como una puesta de sol, salir con los amigos, o como dice la canción "salud, dinero y amor". Claro que al final el testimonio más emocionante de la mañana ha llegado cuando la oncóloga infantil Blanca López Ibor ha explicado como un niño con un cáncer incurable la contestaba repetidas veces que lo que él quería para ser feliz era "coca-cola y panchitos", hasta que su madre le cortaba y le decía "pero dile a la doctora la verdad, lo que tú quieres es curarte" y el niño la respondía: "No, mamá. Eso es lo que quieres tú. Lo que yo quiero es coca-cola y panchitos". 

Después de este final la siguiente intervención ha ido en el mismo camino, el doctor Rafael Matesanz, fundador de la Organización de la Organización Mundial de Transplantes, nos ha hablado de la felicidad de los que reciben un órgano y de la felicidad de los que lo donan, ya sea en vida, o los familiares, tras la muerte de un ser querido. Ha terminado citando al poeta indio Tagore: "La vida se nos da y la merecemos dándola". 

Por último, el director del evento, el inefable Eduard Punset, que cada vez se parece más a una parodia de sí mismo, se ha congratulado del éxito de un Congreso que ha querido profundizar en la felicidad. Después de recordarnos que la misma es un derecho fundamental que algún día recogerá la Constitución, nos ha hablado de lo importante que es inculcar estos valores en los niños, pero la fórmula mágica ha seguido sin aparecer. Y no, no me refiero a la de Coca Cola, sino a la de la felicidad. Claro que tampoco está mal empaparse de sentimientos positivos y salir de un sitio dispuesto a cederle el paso a la gente o a lucir una sonrisa en el Metro.

 

 

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