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El legado de Fernando Rosas

El legado de Fernando Rosas

miércoles 17 de octubre de 2007, 01:01h
Nadie diría que tras la amable y pulcra figura de Fernando Rosas Pfingsthorn existía un verdadero titán de la difusión de la gran música. Era obstinado, paciente, tenaz y no descansaba hasta lograr sus objetivos que al comienzo parecían imposibles. A su muerte, a los 76 años, dejó en marcha 230 orquestas juveniles e infantiles con más de diez mil integrantes a lo largo de Chile.

Creó la Fundación Beethoven y la radio del mismo nombre dedicada exclusivamente a los maestros de las grandes partituras. Fue director de la Orquesta de Cámara de la Universidad Católica, organizador de las temporadas de conciertos del teatro Oriente, anfitrión de ilustres figuras y conjuntos de la música internacional.

Su pelo blanco, su cuerpo algo encorvado, sus gafas y la impresión de hombre bondadoso y afable le hicieron ganar el afecto y la admiración de millones de auditores de los conciertos que impulsaba o dirigía.

No llegó a la dirección orquestal en sus primeros años. Su inicial destino era ser filósofo o historiador. Pero su pasión era escuchar a los clásicos y disfrutar de largas horas de ensoñación con sus inmortales legados. Un día decidió abandonar todo e inscribirse en la Juilliard School de Nueva York para cumplir con el sueño de dirigir una orquesta que interpretara a Mozart, a Haendel o Beethoven.

Regresó a Chile dispuesto a no ser un conductor de conciertos destinados a las elites de las temporadas sinfónicas. Le pareció que la caja de maravillas de los clásicos debía ser conocida y gozada por el público que no tenía acceso a las salas de conciertos. Su vocación de maestro le hizo descubrir que no era difícil conquistar a los jóvenes para la interpretación musical. Había entre ellos potenciales violinistas, flautistas, violonchelistas, clarinetistas, que podían convertir en una afición central el aprendizaje de sus instrumentos.

Sin esperar mucho tiempo convirtió su proyecto en un sorprendente movimiento. Jóvenes y niños, hijos de mineros, de pescadores, de profesores primarios, de empleadas domésticas o de cesantes, acudieron a su llamado y se formaron como músicos de grandes exigencias. No les resultaron extrañas las obras del repertorio sinfónico o de cámara. Rosas consiguió profesores y los entusiasmó con la formación de orquestas que en muchos casos alcanzaron un nivel notable. A su alrededor se multiplicaron los auditores y en las ciudades grandes o en los pueblos pequeños estas orquestas pasaron a ser un patrimonio colectivo.

Una característica de Rosas era explicar el contenido, la época y las motivaciones de las obras que figuraban en el programa. Sus explicaciones eran sencillas y con profundos conocimientos del estilo y la trascendencia de las piezas a escuchar. Así, estos conciertos para un público sencillo incluían solistas de piano, violín o clarinete, y suscitaban la emoción de gente que escuchaba por primera vez un concierto de gran envergadura interpretado por sus hijos, sobrinos, nietos. El movimiento de las orquestas juveniles e infantiles constituye un prodigio que demuestra el talento y la dedicación de los jóvenes a una actividad que descubre sus más nobles capacidades.

Fernando Rosas quería ser más un pedagogo que un director orquestal de gran reputación. Su modestia no valoraba que él mismo era un artista excepcional. Su conducción en las temporadas del teatro Oriente y en otros escenarios de grandes oratorios o de complejas obras de música contemporánea, fueron reconocidas por los más exigentes críticos. Su mayor orgullo fue siempre el acercamiento popular a la música clásica y la conquista de los jóvenes y los niños al encantamiento de las notas que no están sujetas a las modas y a los decibeles desenfrenados.

Le gustaba decir que la música es un lugar de encuentro de los seres humanos que no pasa por las divisiones de derecha o izquierda. Rechazaba el concepto de “música docta” que le atribuyen algunos sectores al repertorio barroco, clásico o romántico. Decía: “¿música docta? Es una barbarie que inventaron en Chile. Hay música buena y mala. Y punto”.

En su torrencial devoción por acercar a quien fuera a las grandes partituras, consiguió que hasta el ex Presidente Lagos participara en la Quinta Vergara como el narrador de la obra “Retrato de Lincoln” de Aaron Copland.

El cáncer le impidió recibir en el 2006 el Premio Nacional de Arte que merecía más que nadie. Todos reconocemos en Fernando Rosas a un héroe de la música que es –como él decía- ser un héroe de la paz y del entendimiento entre los seres humanos.

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Luis Alberto Mansilla
Periodista
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