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Sin liderazgo, elegir la opción menos mala

Sin liderazgo, elegir la opción menos mala

jueves 21 de junio de 2012, 20:02h
Se ha dicho muchas veces que las grandes crisis exigen grandes estadistas. Perfecto, pero ¿y si llega la gran crisis y no aparece ningún estadista? ¿Nos suicidamos colectivamente? ¿Nos da un ataque de nervios insuperable? ¿Buscamos fuera la alternativa salvadora? O, simplemente, tratamos de encontrar la solución menos mala para salir -aunque sea a trompicones- de la condenada crisis. Esta encrucijada parece pasmar a muchos observadores y comentaristas políticos, incluyendo nuestro estimado director.

Veamos. En primer lugar, aceptemos que hace tiempo que no llega a la Presidencia del Gobierno ningún estadista. Después de Adolfo Suarez y Felipe González, sólo hemos tenido administradores entre regulares y malos: Aznar, Zapatero y, desde luego, Rajoy. Pero claro, con alto crecimiento económico y buen funcionamiento institucional, también le luce a un administrador del montón. Es ahora, en medio de esta hijomialma crisis, cuando un administrador, incluso bueno, no es suficiente. Pero así están las cosas: todos sabemos que Rajoy no tienen tirón de líder, entre otras razones porque sus problemas de comunicación son insuperables. Y, como acaba de decir un observador socialista, Rubalcaba es un buen táctico, pero no el líder estratégico que necesita la ocasión.

¿Entonces? Y aquí es cuando algunos pierden la calma y comienzan a buscar soluciones mágicas o simplemente se les hace la pluma un lio. Porque, desde luego, somos legión los que opinamos que la solución guarda relación con un pacto de Estado para una política de estabilidad, crecimiento y empleo. Pero esta sería la buena solución. Así que cabe la pregunta: ¿y si, precisamente porque no hay sentido de Estado, las fuerzas políticas presentes son incapaces de optar por esa buena solución?  Entonces, obvio, no queda otra que buscar la alternativa menos mala.
Ahora bien, encontrar la opción menos mala no es siempre tan fácil. Por eso algunos se ponen nerviosos y comienzan a derrapar: habría que ir pensando -plantean- en la conveniencia de convocar nuevas elecciones. Bueno, se supone que cuando se plantea algo así es porque se vislumbran alternativas diferentes ¿verdad? 

Pues lo cierto es que no parece que esa sea la situación real, ni desde el punto de vista del cambio del espectro de fuerzas políticas, ni desde la posibilidad del recambio de liderazgo. En cuanto al primer asunto, las encuestas nos dicen que la opinión de voto no se ha modificado sensiblemente: el PP seguiría ganando sobradamente los comicios, a una distancia semejante de su inmediato seguidor, el PSOE. Y en cuanto al tema del liderazgo, tampoco parece que haya opciones muy visibles a corto plazo (a Rajoy o a Rubalcaba). Es decir, la única diferencia de esta opción consistiría en quitar del medio a Rajoy y agitar el bombo del PP para ver si sale un buen número.

Desde luego, no estoy desconociendo que alguna gente piensa que la solución italiana podría ser la opción menos mala: sacar a Rajoy y montar un gobierno tecnocrático. Pero eso es sólo un espejismo. A esa gente le recordaría la diferencia que establecían los generales alemanes entre la infantería española y la italiana. Los españoles siempre han estado dispuestos a morir por sus señas de identidad y sus propias reglas del juego; aunque no fueran tan buenas como las que les trataban de imponer desde fuera. Retiren ustedes la legitimidad que tienen hoy las autoridades democráticamente electas por la gente en España y veremos entonces lo que es caer de patas en la completa ingobernabilidad.

Estoy convencido de que la opción menos mala no se encuentra ni en el adelanto electoral ni en el gobierno tecnocrático. Creo que está referida a la necesidad de seguir empujando a las principales fuerzas políticas hacia el pacto de Estado y mientras aguantar al administrador aplicado que nos ha tocado en suerte. Como se dice en buen baquiano, aunque el caballo no sea el mejor resulta mala idea tratar de cambiarlo cuando ya te has metido en el rio. Y no sólo por recomendable pragmatismo, sino, sobre todo, porque ese es el que te ha tocado según el juego democrático.
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