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El orgullo de ser persona (1)

El orgullo de ser persona (1)

viernes 06 de julio de 2012, 07:52h
En el pasado, sobre todo cuando los homosexuales eran perseguidos por la dictadura, he apoyado al movimiento gay y sus manifestaciones de orgullo. Sin embargo, en los últimos años estoy empezando a tener mis dudas al respecto, porque pareciera que ahora el orgullo se manifiesta en términos de una subrepticia superioridad, como si los heterosexuales nos perdiéramos algo o tuviéramos algo de qué avergonzarnos. Es decir, me parece bien que los homosexuales estén orgullosos de serlo, siempre y cuando no les parezca mal que los heterosexuales también podamos sentir orgullo de nuestra preferencia sexual. En última instancia, supongo que todo esto tiene como trasfondo nuestro orgullo de ser persona, al que se agrega la satisfacción y conformidad con la orientación del deseo que tengamos cada cual.
 
Desde este punto de partida, creo que el debate sobre el tema del matrimonio gay está planteando algunas cuestiones más de fondo en términos antropológicos y normativos. Para empezar, creo que existen al respecto dos posiciones extremas que no comparto. Por un lado, la de quienes consideran que la relación entre dos personas del mismo sexo debe ser rechazadas como algo antinatural o, por decirlo en términos religiosos, como pecado capital. Por el otro, quienes consideran que el derecho de los homosexuales a constituir parejas estables excluye cualquier derecho a considerar que tiene valor sustantivo la reproducción social basada en las relaciones entre hombre y mujer.
 
Mi juicio es que las cosas no son tan simples. Creo que desde que existen los mamíferos superiores y se constituye eso que llamamos especie humana, la homosexualidad existe, por lo que muy antinatural no debe ser. Pero al mismo tiempo, no es menos cierto que la madre naturaleza ha establecido la división sexual como forma superior de selección y defensa genética. Y ahora que hemos desentrañado el genoma humano sabemos que la diferenciación sexual está en los genes y que desde allí se desarrollan una serie de consecuencias en cadena que hacen que hombres y mujeres seamos acentuadamente diferentes. Sólo hace cuarenta años creíamos que esas diferencias eran de naturaleza cultural, pero hoy el escáner nos muestra cómo se activan diferentes partes del cerebro a mujeres y hombres ante un mismo estímulo. En suma, la diversidad biológica de la especie se asienta en la división sexual y eso es incontestable. Lo cual entrega pistas acerca de la vía regular de nuestra reproducción como especie, algo que luego tiene su expresión en términos de reproducción social. Veremos más adelante esta relación entre biología y cultura.
 
Claro, alguien podría argumentar que la humanidad ha modificado muchas cosas naturales a estas alturas, comenzando por el tratamiento de las enfermedades. Es decir, que la diversidad genética de la especie hoy puede ser obtenida mediante la ingeniería, al igual que su contrario, la obtención de clones. Eso es correcto, pero precisamente por ello es que hoy hay un creciente consenso, en términos normativos, acerca de que hay que tener criterios más claros para controlar la manipulación biológica. Rechazo categóricamente una sociedad que se acerque al riesgo de que todos lleguemos a ser rubios y con ojos azules. Creo que no podemos ser ecológicamente hipócritas ni esquizofrénicos: preocupándonos todo el rato de conservar las especies y los espacios naturales... a excepción de nuestra propia especie, a la cual podemos someter a todo tipo de mutaciones genéticas sin criterio alguno. No, todo lo contrario, necesitamos criterios más claros para evitar la manipulación de nosotros mismos. Lo cual significa que debemos ser respetuosos con ciertos parámetros establecidos por la naturaleza, porque sin esa base natural, resultará difícil que podamos seguir considerándonos humanos.
 
Ahora bien, si estamos de acuerdo con este fundamento antropológico, entonces hay que considerar su relación con la cultura. Es cierto que pueden encontrarse culturas con diferentes concepciones de matrimonio y familia, pero no es menos cierto que en la inmensa mayoría de los casos existe un espacio determinado para la reproducción basada en la relación entre hombre y mujer. Claro, se puede argumentar que es que hasta hace muy poco la reproducción no podía realizarse de otra forma, pero ese argumento fortalece su contrario. Sin necesidad de aceptar todas las connotaciones que tenía la frase de Freud "la biología es el destino", resulta evidente que el especial espacio cultural otorgado a la relación entre hambre y mujer guarda relación con la forma de reproducción mediante la división sexual que nos entregó la madre naturaleza.
 
Ahora bien, esta conclusión antropológica no resuelve por completo la cuestión normativa de los derechos homosexuales. En la siguiente nota trataré de mostrar por qué creo que estamos ante un caso típico que debe encararse desde la armonización de derechos.
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