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De colonizados a globalizados

De colonizados a globalizados

jueves 18 de octubre de 2007, 03:21h
En algo más de 500 páginas, Luis E. González Manrique ha intentado resumir más de cinco siglos latinoamericanos. Es un esfuerzo perteneciente a una tradición ensayística de importantes antecesores. Pero, gracias a que renuncia al estilo académico, este volumen (De la conquista a la globalización. Estados, naciones y nacionalismos en América Latina, Política Exterior, Biblioteca Nueva, Madrid), puede leerse con la facilidad propia de una novela.

Entre sus muchos temas, el autor destaca la diversidad de la región, que explica en origen por el encuentro entre cierto sustrato local (cultural, político, económico) y la metrópoli. Son muchos los interlocutores autóctonos que encuentran los colonizadores en América Latina; cada cual correspondía a diversos procesos culturales y formas de desarrollo. El encuentro dio productos muy distintos.

Donde la base cultural encontrada por los conquistadores era fuerte -como en México y Perú- el encuentro generó resultados nuevos, como la comunidad indígena, que es una auténtica creación colonial. Paradójicamente, algunos de esos frutos del encuentro de dos culturas son hoy reivindicados como "indígenas" por las corrientes multiculturalistas. Un caso evidente es el de los trajes, impuestos en diseño y colores por la conquista española como una forma de control social para detectar a quien saliera de su comunidad. Son actualmente reclamo de "autenticidad indígena".

La fuerza y consistencia de los diversos procesos nacionales, abiertos a partir del encuentro/choque entre aborígenes y colonizadores, no han sido bien advertidas por quienes insisten en poner atención a las características comunes de América Latina. Una mirada que viene de fuera cree advertir fácilmente aquello que es "lo latino".

"Iberoamericanos" o "sudamericanos" -o, simplemente, "sudacas"- somos considerados en España indiferenciadamente, como si formáramos parte de un todo homogéneo, en el que da lo mismo ser argentino o ecuatoriano. Paralelamente, el inmigrado al mundo desarrollado parece estar más dispuesto a reconocer una latinidad como legado común, luego de contrastar sus usos y costumbres con los del ambiente que lo recibe.

El trabajo de González Manrique no resuelve la antigua interrogante acerca de si existe América Latina o es un mero recurso que facilita la comprensión a quien la ve, o vive, desde fuera. Pero, probablemente, sitúa mejor los elementos de la discusión. Uno de ellos es el reconocimiento de que aquello que en nuestro origen tenemos en común, aunque en diversos grados, es la herencia colonial.

El repaso hecho por el autor rastrea, en esa herencia, el origen de ciertos rasgos contemporáneos de la región. El más destacado de ellos es la desigualdad, que la colonia incorpora como vector de la organización social, con propósitos de dominación. Con una base racial, naturalizada por los colonizadores, la desigualdad quedó enraizada en América Latina sin que los cambios económicos y políticos hayan podido liquidarla. En la era de la globalización, es la región más desigual del mundo.

La enemistad que, según nos recuerda este libro, asombró a Jorge Juan y Antonio de Ulloa en 1735, tiene su raíz en las diferencias de castas y la distinción entre peninsulares y criollos, que fueron ejes de la organización política y social montada por los colonizadores. Esas formas de relación social, que enfrentaron a unos contra otros entre la población dominada, perviven como obstáculos a la cooperación indispensable para sacar adelante el país o cualquier emprendimiento. Y el fracaso de los criollos en ser reconocidos como "españoles americanos" acaso guarde relación con la incapacidad de las clases dirigentes para pensar nuestros países como propios.

Históricamente, los Estados han creado a las naciones, pero en América Latina la mayoría de los Estados fracasaron en esa tarea. De allí que la pregunta periódicamente reiterada sea entonces: ¿qué somos?, ¿qué significa ser uruguayo o ser peruano? Los nacionalismos han dado respuestas tan rápidas como endebles, según demuestra González Manrique al abordarlos en detalle.
En cada país permanecen ciertos rasgos, atisbos de idiosincrasias, que en muchos casos no parecen constituir una base suficiente para construir algo así como el interés general. En ese marco ha surgido una nueva ola nacionalista, con bases étnicas, que se extiende en Bolivia y Ecuador, principalmente, pero también se percibe en Guatemala y Perú.

El úl­ti­mo capítulo del libro está dedicado a la "indianización". Lo étnico y su revaloración han aparecido como excusa para la movilización política y el ascenso de nuevas elites previamente excluidas. La propuesta no está exenta de contradicciones: se intenta legitimar con base en tratados internacionales pero, al mismo tiempo, pretende una "lectura intercultural" de los derechos humanos para reinterpretarlos.

Algo de racismo inverso aparece en algunas de sus manifestaciones, como atestigua hoy Bolivia con Evo Morales. Y la postulación de "autonomías" excluyentes está contribuyendo, con una ideología propia y cierta fuerza justificativa, a un proceso de fragmentación que es el que, fracasada la construcción nacional, la mayoría de los países de la región recorren.

En ese contexto transcurre la globalización, que es el punto de llegada del libro, no desarrollado en él. ¿Qué significa para América Latina ese proceso, tan lleno de oportunidades según un discurso de amplia vigencia?

El impacto de la globalización llega de manera muy diferente a aquellos países que han alcanzado cierto nivel de constitución e integración y, por la vía de la inclusión social, han conocido una comunidad de intereses, en contraste con aquellos otros -la mayoría- que no lo lograron. El libro rastrea cuidadosamente la ruta de varios países de la región que han intentado infructuosamente transitar por un camino de construcción nacional a través de la inclusión. Probablemente, la llegada de la globalización es un punto final a esos intentos: se acabó el tiempo de construir hacia adentro para aquéllos que no lo hicieron suficientemente.

En estos países lo que se da es la conexión aislada y aislacionista de sectores de la sociedad nacional con puntos de referencia externos. La globalización, pues, es una caída de telón para aquellos procesos endebles de construcción nacional que no maduraron en razón de factores que González Manrique ha logrado presentar convincentemente en un trabajo bien informado, con fuentes sólidas cuyo manejo corresponde a prolongadas lecturas.


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