Al abandonar voluntariamente la Presidencia de la Comunidad de Madrid,
Esperanza Aguirre deja atrás unos años de gestión eficaz en los que la región se ha transformado, ha sido motor de la economía española, ha aguantado la crisis con el menor daño, ha sido gobernada con tino desde la austeridad, ha respondido a principios liberales en lo ideológico y, sin descuidar la solidaridad con otras regiones, a menudo no ha recibido del Gobierno de la Nación el trato económico y de servicios que merecía.
Aguirre, con acreditada experiencia nacional, autonómica y municipal, es una política de gestión "todo terreno" con una firme vocación de servicio que a la hora de su renuncia ha demostrado una de sus virtudes más evidentes: la valentía. Esperanza Aguirre es una mujer valiente, que no se achica, que nunca esconde el rostro ante una provocación ni ante un reto. Y eso lo saben bien sus adversarios políticos.
Es coleccionista en ganar elecciones y en las últimas de 2011 duplicó el número de escaños de su principal adversario, el PSOE, que en aquellas mismas elecciones autonómicas consiguió los peores resultados de toda la historia del socialismo madrileño.
Esta mujer coherente, eficaz, sensible y entregada a su trabajo ha anunciado que dice adiós al primer plano de la política. Pero, tras la sorpresa del anuncio, cabe esperar de ella mucho y bueno. No está el patio para que el panorama nacional pierda un valor seguro. Hay que respetar su decisión con la naturalidad emanada de quien nunca entendió la política como una cucaña permanente. Pero su valentía y su coherencia acaso hacen más falta ahora que nunca.
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