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Edadismo

Edadismo

miércoles 03 de octubre de 2012, 08:07h
A Eric Hobsbawm, que con noventa y tantos años seguía investigando, escribiendo y publicando. Murió el 1 de octubre. Con 95 años.

 "Edadismo" es una fea traducción del vocablo anglosajón "ageing". Se habla de este fenómeno como una de las discriminaciones invisibles más insidiosas enquistadas en nuestra sociedad. Sirva pues esta columna como publica denuncia de tales distingos a la hora de tratar a las personas según su edad. Y no cualquier edad, pues el edadismo se ensaña con las personas mayores, independientemente de su sexo, raza o condición. Todas las discriminaciones empiezan por caracterizar al grupo estigmatizado. Y ello se hace mediante estereotipos; exagerando unas determinadas características, algunas más reales que otras. Cuando el estereotipo resaltado es negativo se omiten o minimizan los rasgos positivos; el edadismo ha sido denunciado como la tercera forma de discriminación, tras el racismo y el sexismo.

Alberto Oliart
fue nombrado presidente de Radiotelevisión española con más de 80 años.

Uno de los muchos tópicos repetidos sin pensar, y dado por cierto en función de esa misma reiteración es el de "Nihil novi sub sole". ¿No hay nada nuevo bajo el sol? Dígalo la Biblia, o María Santísima, eso es una solemne tontería. Una de las cosas más cambiantes en los últimos cien años ha sido la elongación de la vida, y en su seno, el alargamiento del periodo de estudios o la aparición de nuevas etapas, antes inexistentes o casi desconocidas como la adolescencia.
Bernarda Angulo. Nacida en Las Palmas en 1912. Aprendió a nadar a los 47 años. A los 97 se proclamó campeona de Europa de espalda en 200, 100 y 50 metros en la modalidad para mayores de 95 años.

Centrándonos sólo en la novedad representada por una esperanza de vida superior ya a los 80 años para los países desarrollados, con el consiguiente engrosamiento de la pirámide de población en los tramos superiores a los 65, se despliega una nueva realidad ante nuestros ojos; un grupo, cada vez más numeroso de personas, sometido a una discriminación de la cual, muchas veces, sus víctimas no son ni siquiera conscientes.

José Saramago
seguía escribiendo con casi 90 años, y Marco Tulio Cicerón redactó "De Senectute" a los 62, hecho un chaval, argumentando con toda clase de razonamientos su firme convicción de haber empezado la mejor edad.

Lo cierto es que los estereotipos sobre la vejez se repiten tanto entre los jóvenes como entre las mismas personas mayores, víctimas, ellas mismas de esos prejuicios. Uno de los más extendidos es el de considerar muy parecidas a todas las personas de más de 65 años, cuando la realidad es la de un grupo tan heterogéneo como cualquier otro tramo de edad.

Juan Carlos I, a sus 74 seguía cazando elefantes. Y seguiría si le dejaran.

Se suele creer, también, en el aislamiento social de estas personas mayores, cuando suelen mantener fuertes vínculos familiares y de amistad con otras personas, con quienes mantienen un trato frecuente, aunque, evidentemente, no suelen hacer botellón ni salir de bares por las noches. Se les cataloga como un grupo enfermo, frágil, con algún grado de deterioro cognitivo y dependientes de otras personas; la realidad estadística, en cambio, muestra a la mayoría viviendo de forma independiente, y al menos, quienes residen en comunidades, padecen menores porcentajes de depresión diagnosticable en comparación con otros grupos de edad.

Emilio Botín, a sus 78 años, sigue dirigiendo uno de los bancos más eficaces del mundo.

Se ve también la vejez como una edad rígida, con personas difíciles de tratar, cuando los estudios hablan de personalidades mantenidas de manera constante a lo largo de todo el ciclo vital, con personas mayores capaces de afrontar y adaptarse con éxito a la mayoría de los cambios en sus vidas.
Según un estudio de la Universidad de Harvard, al cumplir los 60 años la mayoría de la gente muestra aumentos en su coeficiente de inteligencia, y aún más importante, en su felicidad.

Pero estamos ante una caso de profecía autocumplida. Como se considera, por ejemplo, antieconómico o innecesario realizar determinadas operaciones o diagnosticar algunos tratamientos a partir de ciertas edades, se deja agravar a esos pacientes. ¿Ven? no merecía la pena la operación o el tratamiento. Como el sistema educativo, planteado con criterios exclusivamente contables, y para el que los mayores son, apenas, una nota a pie de página.

Hay tanta gente activa con más de 80 años; Héctor Alterio, José Luis Sampedro, Ana María Matute, María Asquerino, Bahamontes...

Las estadísticas muestran un aumento muy significativo de las separaciones matrimoniales en España entre personas de más de 65 años. El estereotipo de la ausencia de vida sexual más allá de esa edad se ha puesto en cuestión con medicamentos como la Viagra para los hombres, o la flibanserina para las mujeres. Berlusconi, auténtico depredador sexual a sus setenta y tantos o la reciente paternidad de Sánchez Dragó a los 75 desmontan muchos tópicos en ese terreno.
En el trabajo, cuando los jóvenes manifiestan actitudes edadistas y discriminatorias hacía las personas mayores, pero aún activas, estas reducen su rendimiento, la percepción de autoeficacia y aumentan, significativamente, su estrés cardiovascular. Otra manifestación de edadismo se da en muchos hospitales o residencias, donde se utiliza con las personas mayores un lenguaje paternalista trufado de diminutivos. Ese "habla patrón" trata a los ancianos como si fueran niños o idiotas, contribuyendo a la consolidación de comportamientos dependientes, al aislamiento y al declive personal acelerado observado en tantas residencias.

Seamos conscientes, también de cómo se puede instrumentalizar políticamente la denuncia del edadismo para justificar la prolongación de la edad laboral, pero las limitaciones de espacio en una columna no dan para más. Bueno, tal vez para relanzar la idea de un partido de panteras grises y defender las pensiones y la sanidad pública a zarpazos.
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