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Licencia para odiar

Licencia para odiar

lunes 19 de noviembre de 2012, 08:46h
Ocurre a veces. El jueves pasado salía del Congreso por la puerta de Cedaceros, y al llegar a la esquina de la calle Ventura de la Vega con la Carrera de San Jerónimo me crucé con una pareja de personas mayores. El hombre señalaba al edificio del Congreso y gritaba «aquí están los mayores ladrones de España», mientras la mujer trataba de reprimirlo diciéndole «habla más bajo que te van a oír». Estuve por decirle «señora, déjelo que se desahogue; además, ¿no se da cuenta de que está tratando de impresionarla?», pero pensé que iba a añadir todavía más confusión a la escena, y ya estamos todos bastante confusos.

El hecho trajo a mi memoria un libro del sociólogo Zygmunt Bauman, titulado En busca de la política, en el que cuenta los sucesos ocurridos en tres ciudades inglesas con motivo de la imprecisa publicación de la noticia de que un famoso pedófilo había salido de la cárcel. Al parecer una multitud de personas muy irritadas llegaron a sitiar un cuartel de la policía creyendo que allí custodiaban al pederasta. Dice Bauman que la ignorancia de estas personas «acerca de los hechos y detalles del asunto era solamente superada por la determinación de hacer algo al respecto y que lo que hicieran fuera advertido».

Bauman cuenta que una inteligente periodista del Guardian dio con la explicación: «lo que verdaderamente ofrece el pederasta, en cualquier parte, es la rara oportunidad de odiar realmente a alguien, de manera audible y pública, y con absoluta impunidad (...) un gesto contra el pedófilo define que uno es decente. Solo quedan muy pocos grupos humanos que uno pueda odiar sin perder respetabilidad. Los pedófilos constituyen uno de ellos». Y los políticos, se podría añadir. En las cárceles, hasta los criminales más abyectos se sienten mejores que los pederastas, y en ocasiones los golpean hasta matarlos para demostrar que son moralmente mejores. Y así limpian su imagen a la par que satisfacen su verdadera naturaleza.

Dice Bauman que, en el mundo contemporáneo, el dolor y sus causas están fragmentados y dispersos, como lo están las personas, aisladas en sus problemas, y que las únicas comunidades que pueden edificar los solitarios «son aquellas construidas a partir del miedo, la sospecha y el odio». La crisis está rompiendo muchas redes, laborales, de solidaridad, de organización social, y cada vez hay más persona solas con sus problemas. En ese caldo algunos cultivan el odio.

Hoy, el banquero que dio hipotecas a sabiendas de que no podrían ser devueltas, el constructor que compró una televisión local para desestabilizar al alcalde y poner otro más dócil, el periodista que le hizo el trabajo, los que nunca han pagado sus impuestos, algunos políticos oportunistas, y hasta los pederastas, se mezclan con las personas que gritan legítimamente su dolor por haber perdido su casa o su empleo, y gritan sus insultos contra todos los políticos, contra todos sin distinción. Y así limpian su imagen a la par que satisfacen su verdadera naturaleza.
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