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CIS: suspensos en cultura democrática

CIS: suspensos en cultura democrática

miércoles 05 de diciembre de 2012, 19:59h
"Ese pacto se demuestra hoy claramente roto: sólo un tercio de los consultados opina a favor del Estado de las autonomías"
Los críticos de la democracia representativa, esos mismos que no ofrecen una alternativa creíble ni novedosa, están felices con los resultados del último barómetro del CIS, porque cerca de los dos tercios de las personas consultadas no están satisfechas con el funcionamiento actual de la democracia, o el 51,5% están poco a nada satisfechas con la Constitución. ¡Qué sabrosos titulares ofrece la encuesta para algunos!

Cuando lo cierto es que la encuesta dice mucho más que eso. Porque una de las cosas centrales que revela el sondeo es que sólo un 8,7% conoce bien la Constitución y además cree que sólo el 1,5% de sus conciudadanos la conocen bien. Más adelante, no se sabe muy bien si por vergüenza, un 15,8% asegura haber leído alguna vez la Constitución vigente. Esto quiere decir dos cosas graves: la primera, que la Constitución es una perfecta desconocida para la inmensa mayoría de la ciudadanía española, pero la segunda es aún más grave, porque significa que dicha ciudadanía es capaz de estar insatisfecha de algo que desconoce. Es decir, se comprueba una vez más lo que algunos venimos repitiendo: la cultura política de los españoles es rudimentaria, cuando no primitiva. Opinamos de oídas, o de acuerdo con el círculo laboral o de amigos, todo es una referencia de posturas y ante el pavor del rechazo gregario. En suma, lo que verdaderamente dice el último barómetro del CIS es que suspendemos radicalmente en cuanto a cultura democrática se refiere.

Un buen amigo dijo una vez que la cultura democrática es como nuestra cultura sexual: se nos supone. Aunque a estas alturas, incluso podría afirmar que se ha avanzado más en lo segundo que en lo primero. Nadie nos ha formado en fundamentos básicos de comportamiento y procedimientos democráticos, que, desde luego, deberían comenzar por el conocimiento suficiente de la principal regla de convivencia democrática: la Constitución.

Esa fue la razón por la que saludé de forma entusiasta la propuesta del Gobierno de Zapatero de impulsar la asignatura de formación para la ciudadanía. Y esa fue también la causa por la que después me convenciera de que Zapatero es un impresentable. Porque cuando hubo sectores conservadores que objetaron sólo algunos temas controversiales, simplemente eligió el sectarismo (como dice González) del todo o nada, en vez de negociar un acuerdo de Estado para lograr un objetivo común: elevar la calidad de la ciudadanía. Y todavía hoy el "radical" Zapatero está orgulloso de su defensa de dos párrafos, cuando provocó que esa asignatura fuera completamente contestada y se haya conseguido abandonar. La pregunta parece obvia: ¿cómo puede estar orgulloso un individuo que gobernó durante ocho años y hoy descubre que casi nadie en su país conoce la Constitución? ¿Era más importante pelearse los párrafos en conflicto? 

He insistido que la experiencia zapaterista constituyó una salida por la tangente frente a la crisis del proyecto socialdemócrata. Y todo demuestra que no sólo a nivel económico, sino también a nivel político, Zapatero abandonó las tareas socialdemócratas centrales para irse por caminos mucho más vistosos, agudizando así los problemas de la cultura política en España. Leguina tiene razón cuando afirma que Zapatero sólo agregó mayor confusión a la crisis económica y política.Otro asunto que refleja el sondeo del CIS es que la insatisfacción con la Constitución también guarda relación con la ruptura de algunos consensos básicos a los que respondió su redacción. El más evidente se refiere a la forma de Estado. La Constitución recoge un consenso respecto del Estado de las autonomías. Pues bien ese pacto se demuestra hoy claramente roto: sólo un tercio de los consultados opina a favor del Estado de las autonomías, frente a cerca de un 40% que se mueve en un sentido más centralista y menos de un cuarto que lo hace en el sentido contrario: más autonomista. 

Parece juicioso pensar que ante la ruptura de algunos consensos básicos sobre los que se levantó el edificio constitucional, sea hoy procedente estudiar las correspondientes reformas constitucionales. Pero para hacerlo con buen criterio, participativo, lo primero y principal es que la ciudadanía conozca la carta magna. Nadie debe dar por supuesta la formación ciudadana y hoy, que se habla de reforma educativa, sería tanto como afirmar que nadie debería aprobar estudios secundarios en España sin conocer en profundidad la Constitución.

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