martes 12 de febrero de 2013, 08:05h
Siempre que llega el Carnaval, los
recuerdos de Protagonistas me llevan a recorrer los principales escenarios
carnavalescos de España. Me siento isleño
afortunado, recordando los carnavales de Tenerife y las Palmas, disfruto de la
gracia chirigotera de los carnavales de Cádiz, aplaudo la picante fantasía de
los carnavales de Sitges, me divierto con las murgas del carnaval de Badajoz, o
asisto entusiasmado a los encierros del Carnaval del Toro, en Ciudad Rodrigo, del
que fui un año pregonero.
El carnaval es el momento de la
sinceridad, o como diría el torero, la hora de la verdad. El disfraz es la
excusa para ser uno mismo. No hay que reprimirse, hay que olvidar los remilgos
del lenguaje diplomático y sacar todo lo que se lleva dentro, sin agresión,
pero con intención, sin tragedia, pero con parodia, porque el Carnaval nos ofrece la coartada para cantarle
las cuarenta al lucero del alba.
Este año, a los carnavaleros no les ha
faltado motivo de inspiración. Por sus murgas y chirigotas desfila un Rey
abucheado, con su yernísimo embargado, una tribu de corruptos sobrecogedores, los
tesoreros con su tesoro, los amnistiados de Montoro, los ERES de la ira, la
tijera de Rajoy, la sartén por el mango de la Merkel, el Papa que dimite y la
Crisis que no remite. Nada es imposible
en Carnaval.
No es tiempo de desenfreno, sino de
desahogo. Todo el mundo es consciente de que, en realidad, la vida es una pertinaz
cuaresma llena de sacrificios. Pero antes de que llegue el miércoles de ceniza
con todos sus cenizos, hay que disfrutar de la verdad del Carnaval. Esa verdad
que nos dice que con ingenio, imaginación, sinceridad, picardía y buen humor,
somos capaces de resistir cualquier
cosa. Y resistir es la mejor forma de salir ganando.