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La renuncia del Papa Benedicto XVI desata la rumorología

Los Papas que renunciaron sufrieron muertes trágicas

Los Papas que renunciaron sufrieron muertes trágicas

miércoles 13 de febrero de 2013, 18:24h
La renuncia del actual Pontífice, Benedicto XVI, a continuar ejerciendo su función como sucesor de San Pedro es la última de una lista de al menos cinco Papas que a lo largo de la milenaria historia de la Iglesia han tomado esta decisión por distintas causas.
En los dos primeros casos, el de Clemente I y el de Ponciano II, se debieron a las persecuciones llevadas a cabo por los emperadores romanos durante los primeros siglos de la Iglesia. Ambos tuvieron que exiliarse de Roma y uno de ellos murió finalmente martirizado.  

Otros casos son el de Gregorio XII, que murió meses antes de la elección de su sucesor y el de Celestino V que, al verse incapaz de gobernar a la Iglesia, se retiró a hacer oración y fue más tarde apresado hasta morir en cautividad. Asimismo, se podría considerar como renuncia el caso de Benedicto IX, que vendió el pontificado a su sucesor y que luego pasó el resto de su vida tratando de recuperarlo, consiguiéndolo durante una temporada. 

La contabilización del número de este tipo de casos en la historia de la Iglesia no es sencilla debido a que, para que sean efectivos, el Código de Derecho Canónico exige que la decisión de abdicar sea tomada de forma "libre" y "se manifieste formalmente" (Canon 332,2). Estos requisitos hacen difícil determinar el grado de libertad de los Papas salientes en momentos de especial dificultad para la Iglesia como los que se produjeron en algunos periodos de la Baja Edad Media (siglos XI a XV). 

El primer caso claro en que se produjo la renuncia de un Papa tuvo lugar en torno los últimos años del siglo I, primeros del II, y fue Clemente I (el cuarto sucesor de San Pedro) quien renunció a la sede episcopal de Roma. Clemente I fue condenado al exilio por el emperador romano Trajano por negarse a prestar culto a los ídolos paganos. En vista a esta situación, se cree que decidió renunciar al ministerio de su cargo para no dejar a la Iglesia sin guía espiritual en un periodo en que ya empezaban a aparecer las primeras herejías y corrientes cismáticas. 

Con el mismo criterio, el Papa Ponciano II estimó oportuno abdicar de la sede Pontificia en el año 235 cuando fue deportado junto con el líder cismático Hipólito a la isla de Cerdeña bajo el reinado de Maximinio el Tracio. Uno de los principales retos a los que Ponciano tuvo que enfrentarse durante su pontificado fue precisamente atajar cismas como el de Hipólito, con el que se reconcilió antes de que ambos fueran condenados al exilio. El Pontífice, que más adelante moriría mártir, renunció al papado para dar paso a la elección de Anteros. 

Otro caso de renuncia es el de Benedicto IX, quien fue Obispo de Roma en tres ocasiones distintas debido a las luchas de poder entre las principales familias romanas a principios del siglo XI. La primera ocasión fue expulsado de Roma y substituido por Silvestre III. No obstante, logró recuperar el papado y lo vendió a su sucesor, Gregorio VI, quien, al ser acusado de obtener el pontificado de forma ilícita, se vio obligado a renunciar también. Más tarde, Benedicto IX se impuso de nuevo en la sede episcopal por la fuerza hasta que fue rechazado de nuevo. 
Entre las renuncias más sonadas se encuentra la del Papa Celestino V, monje benedictino y, más tarde, ermitaño en una cueva de Italia viviendo de forma ascética durante casi cinco años. Fue elegido obispo de Roma tras dos años de deliberaciones entre los cardenales por falta de acuerdo. Tras 223 días ejerciendo el ministerio Pontificio, Celestino V abdicó del cargo de forma voluntaria por no considerarse preparado para gobernar a la Iglesia universal. El último caso de renuncia de un Pontífice se remonta al siglo XV, durante el cisma de occidente, cuando el emperador Segismundo pidió a los tres "Papas" que se disputaban el primado de la Iglesia que abdicaran del cargo para solucionar el conflicto. El único de ellos que accedió a dejar su puesto fue Gregorio XII, en 1415, habiendo sido él el único escogido de común acuerdo entre los príncipes de la Iglesia. Los otros dos fueron cesados por el concilio cardenalicio.

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